Sentados en la mesa de gala de Isabel II
Buckingham muestra por primera vez los salones de Estado y cómo recibe la reina
Pobre de aquel jefe de Estado que encuentre sosa la cena en el palacio de Buckingham. En los banquetes oficiales solo se coloca un salero de plata por cada cuatro invitados. "Alguno se lo habrá tenido que pedir a la reina Isabel", comenta solícita una de las encargadas de marketing. Estamos en uno de los 19 salones de Estado del palacio, y, como no podía ser de otra manera, fuera llueve a cántaros. La entrada de la residencia oficial de Isabel II está flanqueada por empleados con chaquetas de doble botonadura dorada, que educadísimos saludan a los visitantes con paraguas y una sonrisa a prueba de diluvios.
Cada verano se abren al público las puertas de Buckingham, aprovechando que la reina descansa en su castillo de Balmoral, Escocia. Este año, sin embargo, hay una novedad, algo extraordinario en este lugar que se nutre de las costumbres y la tradición. Desde el pasado fin de semana y solo durante esta temporada estival los turistas serán recibidos de manera similar a reyes y gobernantes. Previo pago de unos 12 euros, los visitantes entrarán por la puerta reservada a los VIP y tendrán la oportunidad de ver las mesas puestas para las fiestas, los vestidos de gala de la reina y la espada que sirve para nombrar caballero. Con esta exhibición queda claro que su majestad, que recibe a unas 62.000 personas al año, es una gran anfitriona.
Isabel II guarda los cereales en un tupper y desayuna con la radio puesta, pero con invitados en casa despliega una aparatosa maquinaria de hospitalidad. Una sola cena de gala puede llevar hasta 12 meses de preparación y requiere el trabajo de cocineros, pajes, floristas, camareros y mayordomos. Este no es el momento para la sencillez ni la falsa modestia. Los platos se colocan con cinta métrica para respetar la misma distancia entre comensal y el postre estrella de la casa, la bomba helada, se prepara en un molde de cobre del siglo XIX. Los saleros son probablemente lo único que escasea en las mesas. Las cenas se sirven en el gran servicio encargado por el derrochón y esteta Jorge IV, compuesto por 4.000 piezas. En la mesa se colocan unos 2.000 cubiertos de plata y cada invitado dispone de 6 copas (destinadas a agua, champán, vino tinto, blanco y de postre y oporto).
El propósito de La Bienvenida Real, como han llamado a esta temporada en Buckingham, es que el visitante pueda hacerse una idea del making of de los eventos oficiales. Sobre todo sorprende que algo que parece tan secundario como unos bombones provoque tantos quebraderos de cabeza, y que exista una legión de lacayos exclusivamente dedicada a limpiar y abrillantar la plata.
En la exposición no faltan las joyas favoritas de la reina. Entre ellas, la tiara Kokoshnik, que llevó durante la reciente visita de Enrique Peña Nieto, el collar de la coronación, con un diamante de 25 quilates, o el broche en forma de lazo, uno de los predilectos de Isabel II. También se ha recreado el vestuario y taller de costura, con sombreros, vestidos y libros de referencia y protocolo. Capítulo aparte es la sala dedicada a los regalos que entregan los dirigentes extranjeros. Ninguno se caracteriza por su exquisitez, pero el plato y cuenco conmemorativos que trajo George W, Bush destaca por lo ramplón.
La familia real espera que esta iniciativa atraiga a más visitantes que nunca. El palacio necesita reformas y no vendrían mal unas libras extra. Los salones llevan sin redecorarse desde 1952. Según la BBC, se necesitan 212 millones para mantenimiento principalmente en iluminación y fontanería, y los 60 que llegan de fondos públicos no alcanzan ni para empezar. Además, hay que agasajar a los visitantes importantes. No es cuestión de que las magníficas lámparas de araña dejen de lucirse por una mala instalación eléctrica.
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