Insumisión contra el 'apartheid' migratorio y otras buenas ideas para reformar el sistema
Refugiados sirios cruzan la frontera de Turquía. Foto: ACNUR/AFP/B. Killc.
“Tus oportunidades en la vida no dependen tanto de lo que eres o de la gente a la que conozcas, como del lugar en el que vives”. Con esta frase del economista Michael Clemens se abría en Washington la semana pasada el foro Cómo promover una movilidad global más libre, en el que tuve la suerte de participar. La discusión (un grupo pequeño, con mayoría abrumadora de estadounidenses) partía de un presupuesto simple con el que todos estábamos de acuerdo: la movilidad internacional de trabajadores es, posiblemente, el factor individual de progreso más relevante y con mayor potencial; liberar este potencial exige romper el cuello de botella cultural e ideológico que se ha establecido en nuestras sociedades, y para eso necesitamos un movimiento social organizado.
Concebir la forma que tendría ese movimiento era precisamente el objeto de la reunión. Por primera vez en mucho tiempo, participé en una discusión sobre inmigración que no se centró en sus riesgos y en las violaciones de los derechos de inmigrantes y asilados (la agenda defensiva), sino en la posibilidad de generar nuevas oportunidades de movilidad y cambiar de raíz el modelo (la agenda ofensiva). Un cambio refrescante, se lo aseguro.
Los organizadores – el Center for Global Development y el Open Philantropy Project- plantearon el trabajo alrededor de ideas prácticas para reformar el sistema. Más aún, teníamos prohibido discutir sobre los problemas o las recomendaciones políticas, para centrarnos más bien en el tipo de instituciones o iniciativas más o menos formales que debían protagonizar esta transformación. Las reglas del debate me impiden citar a los autores de las ideas, pero puedo mencionarles aquí algunas de las que me llamaron la atención:
- Cuando uno se para a pensarlo, la batería de medidas que los países más ricos han desplegado para frenar la entrada de extranjeros tiene consecuencias draconianas: desde la exclusión sanitaria o educativa de un niño y el encarcelamiento de madres inocentes, a la denegación del derecho de asilo y la muerte de miles de seres humanos en el mar, las políticas migratorias de Europa y EEUU se distinguen de un régimen deapartheidtan solo en el nombre. Por eso me pareció razonable escuchar que podrían ser combatidas con las mismas armas que dieron resultado en la Sudáfrica racista o en la lucha por los derechos civiles en lugares como Alabama: la resistencia pasiva, el incumplimiento consciente de las normas injustas o el acompañamiento de los inmigrantes durante su travesía podrían constituir medidas pacíficas pero radicales de protesta. Son medidas excepcionales que requieren militantes excepcionales, claro está, pero realizadas por religiosos o estudiantes universitarios, por ejemplo, el impacto social podría ser inspirador.
- ¿Cómo se construye una institución internacional cooperativa que regule los flujos migratorios cuando los Estados nacionales de destino se resisten a ceder cualquier soberanía o a considerar las verdaderas motivaciones de los países de origen y de los propios emigrantes? La respuesta no es diferente a la que dio lugar a otros acuerdos supranacionales, como la Organización Mundial del Comercio: comenzar por grupos pequeños, establecer reglas del juego previsibles y considerar los intereses de todas las partes. Buscamos el tipo de acuerdos plurilaterales que reduzcan el insoportable intervencionismo gubernamental y generen la confianza entre las partes para fomentar la circularidad e incrementar las oportunidades legales de emigrar. Varias propuestas apuntaron en esta dirección, inspirándose en experiencias piloto (como las que ya se han dado entre Nueva Zelanda y algunas islas del Pacífico) o fomentando modelos de emigración temporal basados en los acuerdos entre comunidades locales.
- Las grandes organizaciones de desarrollo se han echado a un lado en este debate. Con excepción de algunas reacciones tardías y puntuales en crisis como la del Mediterráneo, las mismas ONG que claman por los derechos de las poblaciones vulnerables en sus países de origen desaparecen por arte de magia cuando estos deciden emigrar buscando una vida mejor. Pero en este debate fundamental no hay puntos neutros: los que no trabajan de manera activa por transformar el régimen migratorio se convierten en sus cómplices de facto. En el caso de la comunidad del desarrollo, esta complicidad es intolerable por muchas razones, entre otras porque necesitamos su experiencia y capacidad de movilización para cambiar el imaginario colectivo. Por eso sería interesante considerar campañas ciudadanas dirigidas a Oxfam, Action Aid o Amnistía Internacional para que se involucren de manera activa en este asunto.
El movimiento internacional por la reforma del régimen migratorio es débil e impopular. Sus consecuencias, políticamente radioactivas, neutralizan a sectores progresistas y liberales por igual. Pero eso puede cambiar rápidamente si un grupo de individuos y organizaciones visionarias son capaces de encontrar una estrategia inteligente que siente las bases sociológicas de la reforma. El primer paso es comprender que el status quo es insostenible por razones éticas y prácticas. Las alternativas serán entonces el resultado de la creatividad y la construcción institucional, exactamente igual que hemos hecho en otros retos globales complejos. Que haya muchas más reuniones como esta.
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