_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Letizia soñada

Convertirse en la imagen de España significa que te escruten hasta el blanco de los ojos

Luz Sánchez-Mellado

Anoche tuve un sueño rarísimo. No sabría decirte si era húmedo o una pesadilla. Soñé que era Letizia por un día. Tenía su parte excitante, ya te digo que casi mojo la cama. Me llamaban majestad hasta los críos de Primaria. Me hacía muchísimo la pelota todo el mundo. Tenía un vestidor con trajes de ensueño, bolsos y tacones de todos los pantones, y una tiara de perlas como canicas que me regaló mi marido así porque sí un día tonto. Dos niñas ideales de monas y de listas y de sanas. Una agenda entre ejecutiva de la ONU, embajadora de ONG y fallera mayor de Valencia. Y un sueldo de 129.000 euros, casas, coches y viajes de trabajo aparte. Ayer mismo estaba en la Asamblea Nacional francesa, con mi peluquera a la chepa, y tres cambios de modelo al día, qué menos para epatar a los burgueses y al pueblo galo en pleno, de Hollande para abajo. En fin, que en sueños era —de hecho, que no de derecho, porque mi rol escrito consistía en cohabitar con mi cónyuge, criar a mis crías y no hacer mucho ruido— la imagen de España en el globo por obra y gracia de mi segundo y santo matrimonio.

Ahí es, precisamente, donde cambiaba el cuento. Los mismos que me adulaban, me ponían de vuelta y media cuando me daban la espalda. Me tachaban lo mismo de alta que de baja, de creída que de sencilla, de estirada que de accesible. Me escrutaban hasta el blanco de los ojos a ver si estaba feliz o triste, si había adelgazado cien gramos, si había vuelto a rellenarme los surcos, o si estaba de buenas o malas con Felipe. Al alba, me dolía la cara de ser tan guapa y tan perfecta y de apretar tanto la mandíbula y de posar tan profesional para tanta foto y de exigirme a mí misma mucho más de lo que me exigían otros. Lo dicho: un delirio. Cuando desperté, casi fue un alivio tener que darme el madrugón diario para comerme mi hora y media de atasco hasta el curro. Quita, quita, reina. No se puede gustar a todo el mundo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_