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Tribuna
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Una Unión solidaria y diferenciada

Ha llegado el momento de que Europa repare los fallos de construcción de la unión monetaria para que el euro pueda cumplir su promesa de prosperidad económica y evite una deriva aún mayor hacia el descontento y las divisiones

NICOLÁS AZNÁREZ

De un extremo al otro de la Unión Europea, desde Grecia hasta el Reino Unido, el ideal europeo está herido. Es lógico, porque la terrible crisis de los últimos años ha puesto de relieve dos grandes fallos de la arquitectura europea. El primero, la interrupción del proceso de convergencia económica entre los países de la UE, en particular la eurozona. El obstáculo no es teórico, porque el paro es una realidad cotidiana para millones de europeos, sobre todo los jóvenes, que corren peligro de convertirse en una generación sacrificada. El segundo punto débil son las tensiones políticas, dentro de los Estados, con el ascenso de las fuerzas antieuropeas, y entre unos Estados y otros. La situación griega y la británica, pese a ser distintas, demuestran que el interés general europeo y los intereses nacionales parecen alejarse cada vez más.

En este contexto, diez años después del no francés en el referéndum sobre Europa, ha llegado el momento de reabrir el debate económico y político, de fortalecer la eurozona dentro de una reforma más amplia de la UE, en la que cada Estado debe encontrar su sitio. Deseamos vivamente que en los próximos días se solucionen los problemas más urgentes de Grecia. Pero también debemos pensar ya en el futuro de Europa.

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El euro se fundó a partir de un acuerdo político francoalemán, pero con una ambigüedad típicamente europea. Por eso Francia y Alemania tienen la responsabilidad de paliar las carencias de la moneda única. A finales de los años ochenta compartíamos un proyecto político común, asentado sobre objetivos económicos diferentes. Alemania deseaba garantizar su reunificación y sustituir el moribundo sistema monetario europeo por un dispositivo estable, siguiendo el modelo del Bundesbank. Francia quería anclar a Alemania en Europa y que nuestro continente tuviera más capacidad de afrontar la globalización. Esa convergencia fomentó una mayor integración europea, pero permitió ocultar los fallos de construcción de la unión monetaria, que ahora debemos reparar para que el euro cumpla su promesa de prosperidad económica y evite una deriva aún mayor hacia el descontento y las divisiones.

Para ello es necesario que aceleremos la construcción de una unión económica y social y nos pongamos de acuerdo sobre un proceso de convergencia por etapas. Hay que proseguir con las reformas estructurales (como el mercado de trabajo), las reformas institucionales (la gobernanza económica) y aproximar nuestros sistemas fiscales y sociales (por ejemplo, mediante una mejor coordinación de los salarios mínimos o una armonización del impuesto de sociedades). Este proyecto fortalecería nuestras economías, permitiría la igualdad de condiciones entre los países de la eurozona y frenaría la tendencia a la baja que hace hoy estragos con la competencia fiscal, el dumping social y las devaluaciones internas no cooperadoras. Uniría más nuestras economías, mejoraría nuestras posibilidades de crecimiento y permitiría definir qué políticas debemos centralizar, armonizar o coordinar en la eurozona.

La suma de las políticas presupuestarias nacionales no garantiza una situación óptima

Además, este programa de convergencia sentaría las bases de un presupuesto común a escala de la eurozona, condición necesaria para que la unión monetaria sea eficaz. Hoy, la zona euro se rige por unas reglas que pretenden asegurar la disciplina presupuestaria. Las reglas son importantes, pero no hay garantías de que la suma de las políticas presupuestarias nacionales produzca una situación óptima para toda la eurozona, ni en momentos de crisis ni en periodos de crecimiento. Por eso es importante darle una competencia presupuestaria además de los presupuestos nacionales, para poder manejar mejor los factores de estabilización económica y adaptar nuestra política presupuestaria al ciclo económico.

En un principio, la competencia presupuestaria podría desarrollarse dentro del plan Juncker para financiar proyectos de inversión (infraestructuras, redes europeas, capital riesgo...). Después podríamos dotar a la eurozona de un verdadero presupuesto con dos facetas: la de producción, para sostener las inversiones, y la de estabilización, con estabilizadores automáticos como un fondo complementario de los sistemas nacionales de seguro de desempleo, y asignarle recursos propios (por ejemplo, la tasa sobre las transacciones financieras o una parte del impuesto de sociedades armonizado) y capacidad de préstamo.

Este presupuesto no podría ni debería eximir a los Estados miembros de mantener la disciplina presupuestaria nacional. El equilibrio se reforzaría con la implantación de un marco legal de reestructuración ordenada de las deudas nacionales en caso necesario. De esa forma se responsabilizaría a los países beneficiarios de ayudas pero se evitaría una austeridad inadecuada cuando el peso de la deuda deje de ser sostenible. Al mismo tiempo, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE) se integraría en el derecho comunitario para constituir un auténtico Fondo Monetario Europeo.

La eurozona tendría asimismo instituciones comunes más fuertes, en función de las situaciones nacionales y las circunstancias económicas. Para garantizar su buen funcionamiento, Europa debe resolver su déficit democrático y la dificultad de llevar las decisiones a la práctica. En concreto, las nuevas responsabilidades de la eurozona deberían ir acompañadas de un control democrático más estricto, por ejemplo ante la formación de una eurozona en el Parlamento Europeo. Podría nombrarse a un comisario del euro para representar a la zona no solo en cuestiones presupuestarias sino también en temas de crecimiento, inversiones y empleo.

Las nuevas iniciativas deberían ir acompañadas de un control democrático más estricto

El fortalecimiento del euro no afecta solo a la eurozona. No puede hacerse sin una revisión general de la Unión Europea, sobre todo porque debemos poder responder a una pregunta esencial: ¿qué sitio ocupan los Estados miembros que no forman parte del euro? Una eurozona reforzada debería ser el núcleo de una Unión más profunda. Necesitamos una UE más clara y eficaz, con más subsidiaridad y una gobernanza más sencilla. El instrumento fundamental de la integración europea es el mercado único, de modo que deberíamos avanzar hacia un mercado interior más integrado, con un enfoque más dirigido hacia determinados sectores como la energía o el sector digital.

Para que Europa funcione mejor es necesario también aumentar el sentimiento de pertenencia comunitaria. Las instituciones tienen más legitimidad cuando hay unos lazos más estrechos entre los ciudadanos. Por eso necesitamos reforzar nuestra affectio societatis. Proponemos la generalización del programa Erasmus, de forma que cada europeo mayor de 18 años pueda pasar al menos un semestre en otro país de la Unión, para estudiar o realizar unas prácticas.

Esta nueva arquitectura europea es crucial no solo para poner en marcha sin demora políticas eficaces sino también para asegurar la estabilidad política y económica del euro y la Unión a largo plazo. Debemos conciliar el interés general europeo con los intereses nacionales. Nuestro objetivo común debe ser que a cualquier Estado miembro, en la defensa legítima de sus intereses, le resulte imposible imaginar su futuro fuera de la Unión o dentro de una Unión reducida. Para ello necesitamos una Unión solidaria y diferenciada. Francia y Alemania tienen la responsabilidad de mostrar el camino, porque Europa ya no puede esperar.

Sigmar Gabriel es vicecanciller y ministro de Economía y Energía de Alemania; Emmanuel Macron es ministro de Economía, Industria y Sector Digital de Francia.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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