‘Drinking’
Jonathan Rhys-Meyers tiene el regusto de la borrachera tristona, la que da por llorar y chafa la fiesta. Y con una raíz que parte corazones: no empezó a beber hasta la muerte de su madre
¡Vaya semanita! No, no es un homenaje a aquel mítico programa de ETB, ni al Txori ni al Jonan, aquellos cracks poligoneros de Baraka. Es el lamento espontáneo que me surge al ver a dos de mis ídolos caídos. Con el ojillo entrecerrado y la cara de no me grites que te estoy oyendo. Esa que se te queda después de botella y media de tequila, aunque Sam Shepard jure que solo fueron dos chupitos, señor agente. ¿Y lo de arrancar el coche con el freno de mano puesto delante de la autoridad? Bien visto, me ocurre con cierta frecuencia, y yo sí que juro que bebo menos que una reina en un acto oficial.
Lo del único escritor bueno que está lo suficientemente bueno como para ser, además de Premio Pulitzer, estrella de cine y ex marido de Jessica Lange, puede encajar con su tipo. ¿Qué personaje maldito que se precie no tiene su foto de frente y de perfil? Pero en el caso de Jonathan Rhys-Meyers, alias Enrique VIII, tiene el regusto de la borrachera tristona que chafa la fiesta. Y con una excusa que parte corazones: no empezó a beber hasta la muerte de su madre.
Por lo demás, Rhys-Meyers ya está tratando de superar su adicción. Confesión pública y demanda de perdón, probablemente aconsejado por un agente avispado que no quiere ver a su representado más quemado en USA que otro europeo decadente: Hugh Grant, después del affaire Divine Brown.
Fuera de bromas, we have a drinking problem. Y cuando digo we, digo todos, como sociedad. Aunque seamos abstemios.
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