Alemania, ¿la República de la Huelga?
La economía acusa los efectos perjudiciales de un histórico encadenamiento de paros
Un nuevo término se ha puesto de moda en Alemania. La Streikrepublik —juego de palabras que sustituye la oficial Bundesrepublik Deutschland (República Federal de Alemania) por la República de la Huelga— parece omnipresente. Hay que agradecer este neologismo a conductores de trenes, cuidadores de guarderías, carteros, pilotos y, quizás próximamente, controladores aéreos. Muchos ciudadanos tienen estos días la sensación de que los trabajadores de los servicios públicos se han puesto de acuerdo para reivindicar sus derechos. A la vez.
Los vientos sindicales que recorren Alemania han puesto en pie de guerra a algunos. El Instituto de Economía de Colonia ya ha calculado que este año será el de mayor conflictividad laboral desde 2006. Pero estos análisis pierden de vista que, pese a la percepción ciudadana, el número de huelgas convocadas está muy lejos de las habituales en los años setenta u ochenta, cuando los obreros metalúrgicos podían mantenerse firmes durante semanas. Y en comparación con otros países europeos, los huelguistas alemanes aún salen perdiendo.
Cunden las alertas de los efectos perjudiciales que la concatenación de paros tendrá sobre la economía. Algunos expertos estiman que la huelga de trenes de la primera semana de mayo, la mayor del ferrocarril, restará una décima al crecimiento del segundo trimestre. Y alertan de que aún peor será el daño al prestigio del país.
Al otro lado de la trinchera, las cosas se ven distinto. Allí se recuerda, por ejemplo, que gracias a la moderación salarial de los últimos años Alemania ha salido mejor parada de la crisis del euro que el resto de sus vecinos. Que el poder de compra de los trabajadores se ha estancado en los últimos 15 años. Y que la desigualdad entre los que más ganan y los que menos no ha dejado de crecer. Los sindicatos y partidos de izquierda creen que ha llegado la hora de empezar a repartir el pastel entre todos. Y, en este campo, los representantes de los trabajadores no han inventado nada nuevo: saben que si quieren algo, tendrán que pelear duro para conseguirlo.
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