Dejen paso
El cambio generacional en marcha en España debe mantenerse y ampliarse
Nunca son buenas las afirmaciones tajantes que excluyen de la vida política, económica, social o institucional a un colectivo por razones puramente físicas, como la edad. Las declaraciones del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, en las que excluye a los mayores de 35 años (casualmente, su edad) de llevar a cabo las reformas necesarias para la regeneración en España son un error político claro si no tienen más precisiones. Sin embargo, merece la pena analizar el fondo de la cuestión porque, con o sin debate público, el cambio generacional en nuestro país está en marcha, con naturalidad y a buen ritmo, desde principios de 2014, y merece la pena apostar por continuar por ese camino.
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Mientras los profesores universitarios que habían acompañado a los que acampaban en la Puerta del Sol de Madrid el 15-M (15 de mayo de 2011) se preparaban para asaltar el poder con una fuerza política que luego se denominó Podemos, en el palacio de la Zarzuela el rey Juan Carlos I informaba a su equipo, en febrero de 2014, que era el momento de dar el relevo a su hijo Felipe para que “una nueva generación afronte con fuerza los nuevos retos de España” desde la jefatura del Estado, como explicó el rey saliente en su declaración de abdicación del 2 de junio.
Una semana después, el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, anunciaba su retirada política (tras la derrota en las elecciones europeas de mayo) y se iniciaba un proceso de primarias que encumbraría a un líder joven, Pedro Sánchez, que formó un nuevo equipo para recuperar la influencia perdida. Por esa época, Ciudadanos iniciaba su expansión por todo el territorio nacional con personas jóvenes y mensajes nuevos.
Son hechos irrefutables. La Corona y buena parte de los partidos políticos nacionales han iniciado un cambio generacional acorde con los nuevos tiempos que rigen en España. Por el contrario, el partido que gobierna en España, el PP, las patronales, los sindicatos y la mayoría de las grandes empresas mantienen a unos líderes que han protagonizado los años de la más dura crisis que ha vivido España en la historia reciente.
La juventud no es un valor en sí mismo, igual que la madurez o la vejez no son defectos. Cada etapa en la vida tiene sus ventajas y sus inconvenientes; y la buena gestión de una institución, un partido político, una empresa o cualquier organización requiere los impulsos de los jóvenes y las razones de las personas con edad que aportan la experiencia en la toma de decisiones. El problema es que, con mucha frecuencia, los jóvenes que irrumpieron durante la Transición en España, y que ahora tienen más de 60 años, han hecho de tapón para otras generaciones con fuerza y preparación que quieren desempeñar su papel en los nuevos tiempos de cambios que vivimos ahora.
Por supuesto que no se puede comparar el cambio generacional de la Transición con el actual. Entonces vivimos un cambio de régimen en el que los demócratas ocuparon el espacio expulsando progresivamente a los viejos representantes de la dictadura. Pero tampoco podemos olvidar que hay unas nuevas generaciones que quieren cambios profundos en la vida política, económica, social e institucional de España, cuya salud democrática está en entredicho. Y para acometer estos retos —y superar una cierta crisis de legitimidad— sería bueno, y beneficioso para todos, dar entrada a esas generaciones en los órganos de decisión de las instituciones. No se trata de jubilar anticipadamente a los mayores de 50 o de 60 años, pero sí de armar una buena combinación generacional que aúne energía y experiencia para dirigir el nuevo proyecto de nación que piden los ciudadanos.
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