Soy un famosillo
Puedo hablar con conocimiento de causa sobre cómo SOMOS los que por las razones que sea nos encontramos en el Olimpo de la fama
Aprovecho mi primera columna en este renovado EL PAÍS para reivindicarme, porque puede que sea columnista (ahora) pero ante todo soy un famosillo. Hay tres categorías conocidas: famoso, famosillo y famosete. O sea que, para que se hagan una idea, soy menos conocido que un actor del reparto de El Príncipe pero bastante más que un tronista de Hombres y mujeres y viceversa. Por lo tanto puedo hablar con conocimiento de causa sobre cómo SOMOS, así en general, los que por las razones que sea hemos caído en gracia y nos encontramos en el Olimpo de la fama.
Apuntad: Nos gusta que nuestras aportaciones se tomen en cuenta sí o sí. No nos sentimos en la obligación de pagar en ningún sitio. Hay un aura que nos envuelve y nos hace brillar siempre y no entendemos cómo existe gente que se resiste a ella. La mediocridad nos marea. No entramos en discusiones si en nuestra cabeza está la cosa súper clara. No nos gusta perder el tiempo. Estamos abiertos a nuevas amistades porque la mayoría de la veces nuestros amigos de toda la vida se han vuelto unos estomagantes. Hacer cola no es para nosotros. Por supuesto que nos hacemos de rogar. No esperéis que saludemos al llegar. Nunca nos pidáis explicaciones. ¡Claro que quieren algo de nosotros! todos lo quieren. Con los aduladores se puede hacer tertulia. Por norma general no nos acordamos de nadie, no nos pongáis en un compromiso. No tenemos porqué escuchar los problemas de los demás. Pensad siempre en el doble a la hora de pagarnos.
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