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Tribuna
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Libertad de prensa, ¿hay algo que celebrar?

Los radicalismos religiosos, la censura en Internet y los usos de Gobiernos democráticos cada día más controladores son amenazas evidentes

Ensaf Badawi, mujer del bloguero Raif Badawi, condenado en Arabia Saudí a 10 años de cárcel y 1.000 latigazos en una plaza pública, por haber publicado, en su web, informaciones que disgustaban a la monarquía saudí, ha tenido que exiliarse en Canadá con sus tres hijos. La periodista siria Yara Bader, mujer del también periodista Mazen Darwish, encarcelado desde hace tres años por el Gobierno de El Asad, y que tampoco pudo evitar en su momento la prisión, se ha visto obligada a huir de Siria y vivir en Beirut. El bloguero mauritano Mohamed Cheikh ha sido condenado a muerte por escribir de la casta de los herreros a la que pertenece. Fue declarado apóstata por “hablar con ligereza del profeta Mahoma”. Son sólo unas pinceladas, escasas pero significativas, de la situación en la que se encuentra la libertad de información en el mundo.

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No obstante hoy, 3 de mayo, se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa, establecido por la ONU. Suena a ironía si recordamos que estrenamos el año con una matanza de dibujantes y periodistas, en París, a manos de terroristas islamistas a los que no les gustaba el humor satírico de Charlie Hebdo, y que en los cuatro meses pasados ya sumamos 22 periodistas asesinados, casi 400 informadores encarcelados y decenas de secuestrados, amenazados y exiliados. Es lo que hay, que diría cualquier veinteañero. Una frase realista que se ha convertido en un mantra de resignación. Y, cierto, es lo que hay, pero además cada día la libertad de prensa va a peor. ¿Tenemos que resignarnos?

Cuando digo “tenemos” no sólo me refiero a los periodistas, porque el panorama informativo, la situación de los medios, de los profesionales, de la información, es algo que nos afecta a todos. Periodistas y ciudadanos. No es una cuestión de corporativismo como algunos alegan, porque sin una información libre no puede haber democracia.

El periodismo está sufriendo una profunda transformación causada por la globalización, las nuevas tecnologías y la crisis económica. El conjunto de estos tres factores ha gestado una “tormenta perfecta”, como ahora se ha puesto de moda decir, una revolución en los medios y usos informativos que está provocando nuevas amenazas para el ejercicio del periodismo en libertad.

Los radicalismos religiosos -en estos momentos esencialmente el extremismo yihadista-, la censura en Internet, y los usos de gobiernos democráticos cada día más controladores, son amenazas evidentes. A ellas, se suma una cuarta, la profesional, producto de la crisis económica y del final de un modelo empresarial periodístico que conlleva el cierre de numerosos medios y la salida de las redacciones de los periodistas más veteranos y caros. Son desafíos a los que ya nos enfrentamos a diario.

El asesinato de James Foley, degollado por el Estado Islámico ante las cámaras, supuso cruzar una línea roja bélico-informativa

El asesinato del periodista estadounidense James Foley, degollado por el Estado Islámico, en Siria, delante de las cámaras, supuso cruzar una línea roja bélico-informativa con enormes repercusiones para el reporterismo de guerra. La información ha sido prácticamente sustituida por propaganda. Y lo peor del modelo sirio, la utilización de los periodistas, más aún que como arma de guerra como propaganda de guerra, es que ha sido seguido rápidamente en otros países y conflictos: Irak, Ucrania, Libia… En 2014 fueron secuestrados 119 periodistas, y decenas son todavía rehenes en estos momentos de distintos grupos radicales en armas. Las consecuencias son claras, los grandes medios de comunicación ya no envían sus corresponsales de guerra a lugares como Siria o Irak. Los freelance han desaparecido prácticamente del terreno. Los costes son demasiado altos.

Pero las amenazas y censuras no se limitan, como algunos esgrimen, a los países en conflicto, a las dictaduras o regímenes autoritarios. Internet, esa omnipresencia en nuestras vidas, que imaginábamos como un territorio abierto y libre, se ha convertido en poco tiempo en una poderosa arma de control y censura. En estos momentos alrededor de 60 países practican la censura en Internet.

Superados los momentos iniciales en los que brevemente los internautas lograron evadir la censura gracias a la Red –recordemos la “revolución azafrán” de Birmania o las elecciones de 2009 en Irán- los regímenes autoritarios y seudodemocráticos, con ayuda de tecnologías de vigilancia vendida por las grandes empresas de telecomunicación occidentales, convertidas en los nuevos guardianes o policías de Internet, se han puesto al día para reprimir sin reparos. Y no estoy hablando de China, cuyo “gran cortafuegos” o “gran muralla digital” es bien conocida por todos los internautas.

Con tecnologías vendidas por empresas francesas, estadounidenses o italianas, por citar solo algunas, se espía, detiene, tortura y asesina a periodistas. Y también, a petición de muchos gobiernos, se redireccionan los servidores o se incluyen herramientas para censurar directamente los contenidos que desagradan a las autoridades. Hace poco Facebook confesaba que había tenido 500 peticiones de censura en India…

En 2014 fueron secuestrados 119 periodistas, y decenas son todavía rehenes de grupos radicales en armas

Ya, ya, pero esas cosas no pasan en los países democráticos occidentales, solemos mentirnos. Pues sí, también pasan en aquellos que con la excusa de la seguridad del Estado se vuelven cada día más controladores y aprueban leyes por momentos más represivas. La seguridad se ha convertido en el principal argumento de numerosos gobiernos democráticos para censurar o restringir la información.

En Estados Unidos, antes de que Barak Obama llegara a la presidencia, la Espionage Act cuya aplicación puede llevar a un periodista que no revele sus fuentes a la cárcel, sólo se había usado en tres ocasiones. En sus dos mandatos Obama la ha utilizado ocho veces, entre ellas contra la soldado Chelsea Manning. Y también en nombre de la seguridad del Estado, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) creó el sistema de vigilancia internacional denunciado por Edward Snowden, lo que le ha llevado a vivir exiliado en Rusia.

Pero en Europa no vamos a la zaga. En Francia, la Ley de Programación Militar autoriza la vigilancia gubernamental y, en nombre de la seguridad nacional y de la lucha contra el terrorismo, ha reducido la protección jurídica de los periodistas y ha establecido la censura administrativa de los sitios web. Además, ya no corresponde al juez la decisión de poner a alguien bajo vigilancia. Y en Reino Unido, la Agencia de Inteligencia británica interceptó más de 70.000 correos electrónicos, entre ellos los de los periodistas de Le Monde, The Guardian, The New York Times, The Sun, NBC y The Washington Post.

A estas innovaciones que tanto facilitan las nuevas tecnologías, se suma el aumento de la violencia represiva que ejercen las fuerzas de Seguridad de numerosos países, contra los periodistas que cubren informaciones en la calle. No tenemos que irnos lejos. En España, cuando se informa de las actuaciones de los inmigrantes en las vallas de Ceuta o Melilla, de manifestaciones, desahucios o escraches en las calles, los fotorreporteros y especialmente los freelance, aunque van identificados como prensa, se arriesgan a ser increpados, privados de sus cámaras, detenidos o llevados ante los tribunales por ejercer su profesión. Mejor no pensar lo que puede pasar cuando empiece a aplicarse la ley Mordaza, de hecho una carta blanca para las fuerzas y cuerpos de seguridad que pueden esgrimir “falta de respeto y consideración en el ejercicio de sus funciones” o el uso no autorizado de imágenes por los periodistas, para actuar con toda contundencia.

Por no hablar del retroceso evidente en la independencia informativa de medios públicos como RTVE, o de la reciente y genial reflexión-globo sonda del ministro de Justicia, Rafael Catalá, proponiendo multar a los medios de comunicación que divulguen sumarios judiciales, e incluso prohibir la información. Un claro espíritu censor el del ministro popular que, en plena democracia, resulta insostenible y nos retrotrae a tiempos pasados que ya creíamos superados.

Hay poco que celebrar en este 3 de Mayo, pero si para algo puede ser oportuno es para seguir reivindicando la necesidad de una prensa libre, de un periodismo riguroso y honesto y de una información a salvo de cortapisas, censuras y amenazas. Lo último es resignarse.

Malén Aznárez, es presidenta de Reporteros Sin Fronteras-España

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