"¿Un chándal de 800 euros? Ya te hago yo uno de pitón de 2.500"
Roberto Etxeberria, el talento más visible de la moda masculina española, explica su ideología y presenta su nueva colección
Hablando sobre la monotonía a la que parece condenada la moda masculina, un escéptico Enrique Loewe contaba en un número de ICON de hace unos meses que “el hombre español quiere, pero no quiere; puede, pero no le da la gana... y se contenta con el armonioso conjunto de color negro”. Basta con mirar a Roberto Etxeberria (Éibar, Guipuzkoa, 1976) para quitarle la razón, porque la armonía, en el sentido convencional de la palabra, no es su negocio. O para dársela, porque la triste realidad es que el primer depositario del Premio ICON a la Creatividad, dos veces ganador del premio L’Oréal a la mejor colección, no vende ni un calcetín en España.
El hombre tiene que evolucionar, como la mujer. Antes, el hombre era barroco y femenino. Pelucas, brocados... Luego llegó el siglo XIX. El traje. Y ahí nos quedamos
Puede que sea porque la especialidad del vasco no son los calcetines, sino los pantalones de serpiente y las chaquetas de cocodrilo, en un estilo que, si por diseño no son aptos para ningún fan de los zapatos Castellanos, por precio tampoco encajan en presupuestos acostumbrados a las delicias del outlet. Alrededor de un desayuno a base de cerveza y gyozas, Etxeberria lo admite: “Lo mío no es fácil. Hago piezas que en ocasiones exigen un mes y medio de trabajo. Es como una pequeña alta costura. Y todo, en piel. La gente alucina, claro, pero a la hora de la venta se asusta un poco. Necesitas un nicho de mercado muy concreto y, a la vez, con poder adquisitivo”.
El pasado verano recogió el galardón al Nuevo Valor en los primeros Premios Nacionales de la Moda, de mano de la hoy reina Letizia. “Aluciné. Me preguntó por mis padres. Es encantadora, una persona de la calle. Me deslumbró”. ¿Se ha hecho monárquico? “No, no, además es que paso de la política. Soy vasco y el tema me aburre bastante”. Lo importante, señala, es que “el premio tuviera que ver con la moda masculina. Porque muchas veces parece que el hombre no se viste, y sí lo hace. Tiene que evolucionar, como la mujer. Antes, el hombre era barroco y femenino. Pelucas, brocados... Luego llegó el siglo XIX. El traje. Y ahí nos quedamos. Bueno, han aparecido los tejanos, el sport, y esto que yo no entiendo: el sport deluxe. Está claro que es una evolución, pero ¿hacia dónde? ¿Hacia un chándal de 800 euros? Pues ya te hago yo uno de pitón de 2.500. Creo que el discurso de la evolución del hombre es más profundo, y por eso nació Etxeberria, para contar cosas”. Tampoco le gusta el término unisex, que se ha utilizado para describir su ropa, aunque acabe de presentar una colección femenina. “La mujer tiene la suerte de poder ponérselo todo, pero mi ropa de hombre es para hombre”.
Lo mío no es fácil. Hago piezas que en ocasiones exigen un mes y medio de trabajo. Es como una pequeña alta costura. Y todo, en piel. La gente alucina, claro
Cuando era pequeño, Etxeberria no vestía muñecas. “Quemaba las calles. Salía, como decía mi madre, a ‘hacer el hostia”, ríe. Pero ya entonces tenía un gusto muy particular. “Prefería ahorrar para comprarme las botas que quería, y mira que yo soy más de pulirme el dinero. Me acuerdo de unas Dr Martens altísimas, con la puntera de acero... ¡Me costaron 19.000 pesetas! Eran de Shock, una tienda de San Sebastián muy punki. Las cosas siempre me las he costeado yo. No tenía el graduado escolar, y encadenaba contratos basura, pero mira, ganaba 60.000 pesetas a los 16 años, cuando mis amigos tenían mil de la paga”.
Las cosas siempre me las he costeado yo. No tenía el graduado escolar, y encadenaba contratos basura, pero mira, ganaba 60.000 pesetas a los 16 años, cuando mis amigos tenían mil de la paga
Etxeberria trabajó como fontanero. También repartió refrescos. Hasta que se mudó a Barcelona para estudiar moda. Allí trabajó con el diseñador Serguei Povaguin y, hace diez años, conoció a su pareja y socio, Joan Roig. ¿Su Pierre Bergé? “¡No! Es mi marido. Él tiene su estudio de arquitectura, y también forma parte de Etxeberria, lo hemos creado los dos. Joan es el 50% de la empresa y además es mi soporte, necesito su opinión”, explica, y en un segundo pasa de la timidez a la indignación: “El trabajo no es conjunto, ojo, el diseñador soy yo. He llegado a oír que yo solo soy la imagen, que el diseñador en la sombra es él. Son tonterías. Hay mucha envidia”.
Etxeberria todavía no da beneficios. “Aún no. Pero vamos vendiendo y se van dando situaciones cada vez más interesantes”. Como una invitación a participar en la Shanghai Fashion Week o dos colaboraciones con Hollywood en dos películas de próximo estreno cuyo nombre no puede desvelar. El pasado septiembre desfiló en Nueva York y, casi con toda seguridad, el próximo enero volverá. Estados Unidos es su mayor mercado y, de momento, los grandes almacenes Barneys podrían añadirse a su lista de vendedores internacionales (L’Éclaireur, en París, compra cada temporada sus pantalones de pitón). “No sé si estaremos allí la próxima temporada o ninguna pero haber recibido un correo suyo ya es la bomba”. Por mucho menos, otros han sido menos modestos
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