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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Espacios vivientes de Concepción

Se debate a propósito de qué debe entenderse por patrimonio cultural, sobre todo a partir de la evidencia de cómo son puestas sus aplicaciones al servicio de buen número de impostaciones identitarias, casi todas políticamente determinadas, cuando no al servicio de diversas formas de marketing territorial, predispuesto para vender al mejor precio posible paisajes a promotores turísticos o inmobiliarios ávidos de beneficios. Pero, ¿qué es "patrimonio cultural" en una ciudad? ¿Qué merece ser indultado de la máquina capitalista de desolar ciudades, en el doble sentido de generar en ella solares y de entristecerlas?

Podemos ponernos de acuerdo, de entrada, acerca de que la definición de patrimonio remite a lo que una generación hereda de la que le precede; también a lo que una persona o un grupo considera que posee, todo lo que ha de administrar y ceder luego a sus descendientes, sus propiedades, no sólo en el sentido de sus posesiones, sino en el de lo que le es propio, sus cualidades, lo que le dota de particularidad. Cuando inventarían los elementos humanos distribuidos por el espacio los trabajos expertos sobre patrimonio, así como las iniciativas políticas al respecto, suelen atender elementos supuestamente ideosincrásicos, nudos o núcleos fuertes y estables que se presumen capaces de remitir a un pasado compartido por una cierta comunidad, rasgos arquitectónicos o urbanísticos que merecen ser resaltados, en detrimento de otros que se desechan o pasan desapercibidos. Subrayados en su ubicación natural, pero súbitamente museificados por la mirada del especialista, se considera que esos materiales espaciales a patrimonializar expresan elocuentemente virtudes colectivas que deben durar, ingredientes de los que –se insinúa– depende la pervivencia misma del grupo que los exhibe como sus atributos extensivos.

Es así que ciertos aspectos del espacio social reciben un trato singular al ser integrados en la lista de lo que se establece que es patrimonio cultural o histórico. Fragmentos de la forma urbana son de este modo enaltecidos y protegidos por su valor como testimonio de un pasado o de un presente elogiables; puntos de la trama de calles y plazas pueden aparecer resaltados en los mapas turísticos o en las guías, indicando la presencia de edificaciones singulares, monumentos característicos o vías reputadas por su pintoresquismo y por ello en cierto modo salvables. Del mismo modo, barrios enteros pueden ser enaltecidos por algún factor significativo que los hace dignos de ser tenidos en consideración. De hecho, se experimenta en los últimos tiempos una tendencia a monumentalizar centros urbanos completos y hay ciudades que han sido íntegramente tematizadas para hacer de ellas polos de atracción para el turismo de masas o el interés inversor.

En cambio, poco se entiende que el principal patrimonio, el tesoro fundamental de una ciudad es justo esa vida real que con frecuencia las iniciativas de patrimonialización tienden a expulsar o aplacar. Son lo que fluye y se agita por las calles lo que convierte una ciudad en un espacio viviente. No son las piedras, sino lo que transcurre entre ellas; no son los paisajes, sino quienes los recorren, lo que merece ser amparado.

Como para ilustrarlo, nos llega ahora una compilación de estudios animados desde la Universidad de Concepción, en Chile, sobre los avatares de la vida colectiva en lugares públicos de la capital de Bio-Bio, de la que su gente conoce el verdadero nombre: Conce. El título del volumen es Concepciones de Concepción. Etnografias e imágenes de vida urbana y lo han compilado Rodrigo Ganter y Rodrigo Herrer; lo acaba de publicar la propia Universidad. En sus páginas puede uno atravesar el calidoscopio de esa vida cotidiana elemental y al tiempo hipercompleja que conocen los lugares públicos pesquistas, cuyos protagonistas son esas gentes desconocidas o conocidas de vista que se pasan el tiempo cruzándose, hasta que se encuentran.

Concepción, Chile. Imagen de Flickr.
Concepción, Chile. Imagen de Flickr.

Aquí sabemos algo más sobre la misteriosa vida de las ciudades. Por ejemplo, quiénes protagonizan las rutinas de la Plaza Independencia o trajinan por el Paseo Barros Arana; en qué forma los homosexuales se inventan el espacio que usan en un callejón de Diego Portales llamado "El Toro"; las consecuencias de la aplicación de un plan urbanístico sobre el Barrio Cívico; la importancia biográfica de los paseos familiares a orillas del Bio-Bio; la actividad nocturna de una institución de la importancia del Pub La Casa; el papel de la capucha en el equipo de combate de los estudiantes de la Universidad de Concepción en sus enfrentamientos con los carabineros, o la historia de Jaime Manrique, el señor mayor que vive de recoger envases vacíos y que suele acampar en un punto de la calle O'Higgins, justo entre el colmado La Esperanza y la peluquería Solange Astoria.

Ese es el verdadero patrimonio de la humanidad que hay que conservar a toda costa, aquí y en cualquier ciudad: los tránsitos y los transcursos; los espacios efímeros de lo efímero, que en realidad es lo único que realmente permanece ahí para siempre. La vida a secas. Eso es lo que merece ser defendido como sea de la depredación y de depravación de quienes entienden la ciudad solo como poder y como dinero. He ahí la eterna Concepción, la prueba de que, también en una ciudad, solo queda lo que pasa.

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