Denunciar perjudica seriamente su salud
El caso de la comandante Zaida ha despertado los sentimientos de solidaridad de mucha gente frente al abuso y la injusticia. Pero una vez más nos hemos quedado en la superficie de los fenómenos que acontecen cada día, en la piel de las noticias. Como mucho, alguien nos deja con la inquietud de que aún ganando en sede judicial —si un Tribunal Militar lo fuera—, la demandante ha perdido. Sí, no puede reincorporarse porque se enfrentará a un infierno de vida laboral. Y santas pascuas, señores. ¿Cómo una sociedad de seres humanos civilizados puede aguantar, soportar, sin degradarse que los que denuncian con razón resulten los perdedores en término de realidades? ¿No deberían ser considerados, por el contrario, como prototipos y no como protomártires? Todos conocemos a muchas Zaidas en cuarteles, oficinas, prisiones y hospitales del mundo entero, pero no nos conmueven hasta que no alcanzan notoriedad en programas de televisión. Mientras, aplicamos la misma ley, “bueno, es lo que hay”, “ya sabes, el mundo es así” y otras muletillas de ocasión que nos sirven para quitarnos la responsabilidad de encima. Julian Assange denunció con el caso Wikileaks y ahí lo tienen, prisionero en una embajada; Snowden sacó a la luz los trapos sucios de la CIA, y por ahí anda escondido; Falciani se atrevió a denunciar cómo un banco suizo servía de burladero a una panda de malhechores y ahí le tienen, semioculto y protegido por la policía para que no lo atropelle un camión. Tenga cuidado, denunciar puede complicarle seriamente la vida.— Juan Carlos Fraile Pérez.
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