Musulmanes que trabajan en la herida judía de Marruecos
Por Analía Iglesias
Un bando de 1933 llamando a los ciudadanos judíos marroquíes a continuar usando la lengua árabe, y a evitar las "tendencias funestas" (de hablar en francés) es de las primeras cosas que a un visitante extranjero le llaman la atención en el Museo Judío de Casablanca, Marruecos. El facsímil, que lleva la firma de un rabino de Fez -Azouz Cohen- exhorta a la comunidad judía a religarse a la lengua que no era solo la oficial, sino también la de "vuestros padres y la lengua vehicular de tantos de vuestros compatriotas". En fin, Cohen llamaba a continuar hablando en árabe para poder trabajar, para no encerrarse y, en fin, "por vosotros y por vuestros hermanos".
Lo apacible del lugar –el jardín con nísperos, el sol sobre las curvas del pavimento, el silencio y los pájaros– es quizá lo segundo que llama la atención, aunque debería ser normal en cualquier lugar del mundo (y no lo es, hoy, a la vista de los últimos acontecimientos europeos). Estamos en el barrio del ‘Oasis’ casablanqués, una metrópolis que un marroquí describiría como la ciudad del dinero, el ruido, el stress, el smog. Y, no, aquí todo es paz: el edificio es un viejo orfelinato francés restaurado como museo. Se trata del único museo judío del mundo árabo-musulmán, creado por el impulso de un prócer de la comunidad, el hispanista y socialista Simon Levy, e inaugurado en 1997.
Los cinco mil judíos marroquíes que hoy viven en Marruecos conforman una comunidad mermada por la diáspora. Constituyen, sí, un grupo homogéneo, un tronco hecho de raíces sefardíes y bereberes. Llegaron a ser 300 mil en la década del 40 y, con la creación del Estado de Israel, la mayoría partió de este país entonces repartido entre dos Protectorados (español y francés), y continuaron haciéndolo en las siguientes décadas. Los judíos del Norte habían empezado a cruzar el Océano a principios del siglo XX, en dirección Sudamérica, y, así, hay Cohen argentinos que nacieron en Tetuán, por ejemplo.
Caftán de boda judío-marroquí típico de la ceremonia de la henna.
Pero, en Casablanca, de seguro todavía queda algún Mohamed Cohen, una identidad que cifra un oxímoron sostenido desde el siglo XII, porque es la conjunción de nombre y apellido (el del profeta del Islam con un apellido hebreo por excelencia) que probablemente comenzó a existir en los tiempos de la "persecución tibia" de los Almohades , en palabras de Zhor Rehihil, conservadora del museo. A aquellos judíos “se les impedía el culto público pero se les permitía seguir practicando la religión dentro de sus casas”. Muy lejos de lo ocurrido con los judíos perseguidos por la Inquisición y expulsados de la Península Ibérica –junto a los mudéjares– a partir del siglo XV.
"No solo judaísmo andalusí y sefarad coexisten y coexistieron en Marruecos –explica Rehihil–. Aquí recibimos a las dos comunidades expulsadas, y aquí se encontraron con los judíos bereber, que ya tenían una marcada cultura local, sus propios rituales y sus sinagogas. De ahí que los sefardíes construyeron sus propias sinagogas, porque el culto era diferente al amazigh".
"También había diferencias a nivel de vestimenta, en los contratos de matrimonio (el modelo castellano protege más los derechos de la mujer, por ejemplo), pero todo eso evolucionó con los siglos hacia una cultura homogénea judeo-magrebí , en la que se mantienen la ceremonia de la henna en las bodas (que es algo típicamente marroquí) y la celebración de la Mimmouna. La Mimmouna se festeja el último día del Pesaj, cuando todos los judíos reciben la visita de un vecino musulmán, que les trae regalos (harina, miel, pescado, mantequilla) y es una fiesta adoptada, incluso, por los practicantes en Israel, adonde llegó a través de los judíos marroquíes", comenta la conservadora.
Llamado a la población judía marroquí por parte del rabino de Fez, en 1933, para utilizar el árabe, "la lengua oficial, la lengua de vuestros padres y la lengua vehicular de nuestros compatriotas", y no el francés.
Ser extranjeros en Israel, la "plenitud de la incondición", podría volver a decir Edmond Jabès, el poeta judío que nació en Egipto. "¿Son ellos, los que se fueron de aquí, los mismos que hoy apoyan la ocupación de Palestina?", se pregunta Zhor Rehihil y amplifica la pregunta con la que crecieron ella y todos los que nacieron después de los años 60, con aquella tragedia siempre abierta, pustulenta, latente. "¿Son ellos los vecinos de mis abuelos, de mis padres?"
Sin duda, el conflicto palestino-israelí actualiza el interés en esta cultura que pudo conjugarse con lo árabe-bereber, en esta tierra, durante tanto tiempo. Se presiente en esta indagación un ejercicio sincero de reconstrucción de la historia colectiva: "Escuchábamos a nuestros padres hablar de los judíos. Ellos forman parte de la memoria colectiva de Marruecos. Nuestros abuelos y nuestros padres hablaban de la herida que dejó su partida", argumenta la arqueóloga.
En el preámbulo de la Constitución marroquí de 2011, se lee aquello de, entre otras, la herencia "hebraica" de la nación. No hay marroquí que no mencione, como marca identitaria diferenciadora, la mezcla de lo árabe, lo amazigh (bereber africano), lo andalusí y lo judío en su condición magrebí. Se percibe, incluso, un indisimulable orgullo que nace de la aceptación de la diversidad.
"¿Seguimos preguntándonos por qué se fueron?", confiesa Rehihil y casi conmueve con el relato del trauma social que significó la partida casi simultánea de tanta gente: "Hay un vacío en la sociedad, que se siente, aunque haya mucho no-dicho, y entonces empezamos a estudiar esa pérdida. Marruecos es el único país árabo-musulmán que hace un trabajo profundo sobre su herencia judía. Este espacio cultural es un intento por conservar las huellas que nos dejaron los judíos por todo el territorio… Y por abrir un debate sobre lo que fue callado por dolor".
Ornamentos de la Torá, de estilo marroquí.
A propósito, hace pocos días, una noticia recibía amplias muestras de solidaridad en las redes: un matrimonio de ancianos judíos marroquíes había decidido dejar su ciudad de toda la vida, Casablanca, para partir a Israel, tras una estafa inmobiliaria que los había dejado sin vivienda. El Gobierno tomó cartas en el asunto y el Ministro del Interior, en persona, le pidió a la pareja que se quedara en Marruecos, lo que finalmente ha sucedido. Esto es apenas una muestra de ese sentimiento de cohabitación posible que sigue vivo, que rememora la tolerancia de la 'belle epoque', como le llaman, y las decididas acciones de protección del entonces sultán Mohamed V, que los propios judíos destacan, frente a la persecución francesa, en tiempos de Vichy.
"Hay muchas maneras de practicar el Islam y también muchos judaísmos que hay que comprender. También hay muchas culturas judías que recuperar. La memoria judía de Marruecos fue herida. Tenemos la responsabilidad de restaurarla", opina la conservadora.
En su colección permanente, el museo acoge (y exhibe) objetos dedicados al culto, joyería , vestimentas, muebles y otras obras en madera procedentes de las sinagogas de todas las Mellah o juderías de las medinas de las ciudades más importantes (Fez, Meknés, Tetuán, Tánger, Casablanca, Rabat), mientras la Fundación asociada organiza actividades de investigación, conservación y divulgación.
Por fin, y de nuevo, la alteridad: "para trabajar sobre el otro hay que comenzar por uno mismo (liberarse de muchas cosas e ir hacia el otro) –dice Rehihil–. Los musulmanes no tenemos la costumbre de trabajar sobre el otro y, especialmente, si el otro es judío. Hoy estamos tratando de hacerlo en Marruecos".
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