Desmesura en plena crisis
Navarra ha construido un gran pabellón deportivo que no inaugura porque no puede costear su mantenimiento
Parecía que habíamos cubierto el cupo de obras faraónicas inútiles como el aeropuerto de Castellón o la pista de esquí seco de Valladolid, que no tienen ni aviones ni esquiadores, pero no era así. En Pamplona se erige una nueva muestra de despilfarro de dinero público casi tan grandilocuente como la Ciudad de la Luz de Alicante y tan prescindible como el Parque de la Historia y el Mar de San Fernando (Cádiz). Hace casi dos años que el Pabellón Multiusos Reino de Navarra Arena está prácticamente terminado y aún no ha sido inaugurado porque nadie sabe qué hacer con una instalación tan costosa.
Después de haber invertido 60 millones de euros, ni al Gobierno navarro ni al Ayuntamiento de la ciudad se les ocurre cómo rentabilizar las flamantes instalaciones. Se trata de un edificio de notable calidad arquitectónica y unas dimensiones dignas de una gran metrópoli, pero excesivo para una comunidad que, aunque goza de financiación foral privilegiada, no puede permitirse el coste de su funcionamiento.
El proyecto es paradigmático de un defecto muy frecuente en la gestión pública de los últimos años: el de planificar grandes infraestructuras sin aquilatar bien el coste de su mantenimiento.
A diferencia de otras pifias que han manchado el prestigio de España como país capaz de derrochar lo que no tiene, el pabellón no fue concebido en época de bonanza económica, sino cuando ya asomaba la crisis. El proyecto se aprobó en 2008 y la primera piedra se colocó en septiembre de 2009, cuando la tormenta financiera que se inició en EE UU en 2007 se había convertido ya en un problema global.
A pesar de ello, los promotores fueron animados a “no quedarse cortos” y las 6.000 butacas previstas se convirtieron en 10.000 y aún se añadió una pista auxiliar con otras 3.000 para un gran frontón que en el mejor de los casos se utilizaría un par de veces al año.
Para el estado actual del deporte navarro, los 3.500 asientos del viejo pabellón Anaitasuna son más que suficientes. Descartada por inviable la gestión pública, el Gobierno busca ahora rentabilizar el espacio con una gestión privada o mixta que incluya actividades culturales. Pero las perspectivas no son nada halagüeñas. Alguien debería responder de este nuevo desaguisado.
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