Una vivienda es más que una casa
(*) Por Jose Mansilla.
Me contaban el otro día que, en el contexto de la India urbana, de las grandes ciudades y los slums, resulta muy complicado obtener resultados tangibles en proyectos de cooperación al desarrollo. Aunque no lo parezca, un pequeño habitáculo formado por maltrechos materiales reciclados recogidos de aquí y allí, en una calle cualquiera –si se puede llamar así al espacio que queda entre las abigarradas filas de casas- tiene un coste, y éste no es precisamente pequeño. Asentados, en gran cantidad de ocasiones, en terrenos privados, aunque sea en estas condiciones hay que pagar un precio por tener un techo sobre tu cabeza. Es más, existe un mercado inmobiliario en el interior de los slums. Estos habitáculos se alquilan, compran, venden, traspasan y ceden. Esta es una de las razones por las cuales llevar a cabo cualquier tipo de proyecto en estos contextos es complicado.
Cuando una familia llega a una de estas ciudades, como Bombay, donde entran cada día 900 de las mismas, suele asentarse en las inmediaciones de familiares, vecinos o conocidos. Se forman, de esta manera, verdaderos núcleos, más o menos homogéneos, en cuanto a idioma, religión, procedencia o casta. Esto tiene una explicación lógica. Las familias indias son familias extensas, no se encuentran basadas, como en nuestro entorno más cercano, por un núcleo relativamente estable conformado por una pareja más los hijos de esta. Además es patrilocal, lo que quiere decir que, las parejas, cuando se forman, van a vivir al hogar de origen del marido. Así, lo normal es que en cada casa habiten, no solo la pareja y sus hijos, sino también la madre, padre y familiares del esposo. También es patriarcal, de modo que las propiedades y los derechos se heredan a través de la línea paterna. Estos dos motivos se encuentran íntimamente relacionados con el rol desempeñado por la mujer en la India. Al casarse, esta sale de su casa para pasar a formar parte de la familia del marido, además de no tener derecho a la herencia familiar.
Como decía, estas familias extensas desarrollan lazos de solidaridad y reciprocidad, hacía dentro y hacía fuera, que van más allá de su más inmediata localización. De esta forma, es posible moverse de un sitio a otro y encontrar siempre un punto de apoyo. De hecho, cuando aun bajo la ocupación colonial británica, comenzaron a establecerse los primeros hoteles en la India, muchos pensaron que era tirar el dinero. ¿Para qué pagar un hotel cuando puedes quedarte en casa de familiares o amigos? Aun así, la población de los slums, como todo en las ciudades, es dinámica y las familias van saltando de una calle a otra, de un slum a otro, conforme se hallan asentadas, mejoran sus ingresos o cambian de trabajo.
Sin embargo, estos movimientos poblacionales pueden llegar a dificultar la labor de las administraciones públicas o de las ONGD en su trabajo con las comunidades. Escolarizar a un niño o una niña, controlar su vacunación o dar un microcrédito a una mujer para que ponga en marcha una actividad económica, es muy complicado sin un mínimo de estabilidad. Es por esto que, cualquier política pública que pretenda mejorar la calidad de vida de los habitantes de los slums tiene que pasar, primero, por proporcionar una vivienda en condiciones a los mismos, así como las condiciones para su mantenimiento. Un sitio donde desplegar tu intimidad, desarrollar una vida individual y familiar, trabajar, pero también un punto desde donde relacionarte con tu entorno más cercano, encontrando apoyos con vecinos y vecinas, formar parte de una comunidad.
Una vivienda es más que una casa, es un hogar.
* José Mansilla, miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)
@antroperplejo
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