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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Yo no veo cine español”

Las televisiones obligan a los guionistas a crear personajes estereotipados

Elvira Lindo

Como los cómicos poseen la particularidad de tener más vidas que un gato, y más que el resto de los mortales, también saben que tan fácil es tener en la boca el amargo sabor del fracaso como saborear la dulzura del éxito. Se hacen viejos a la vista de todo el mundo pero su público se renueva y de pronto se convierten en ídolos de criaturas que acaban de abrir los ojos a la ficción. Leo hoy, en la necrológica de la actriz Amparo Baró, los excelentes logros de una andadura seria, entregada al teatro en sala y a aquel teatro en televisión que se quedó perdido en esos extraños tiempos en que por un lado se ofrecía la información editada por el régimen y por otro se exhibían en la tele obras de autores complejos y más subversivos de lo que la torpe censura era capaz de calibrar.

Amparo Baró formó parte de aquel elenco de artistas, pero su muerte, qué cosas, habrá afectado, sobre todo, a aquella juventud que la veía y la disfrutaba en su papel de Sole, en la serie Siete vidas. Esta semana, en su memoria, se recordaban las frases lapidarias que pronunciaba aquella vieja madre que pegaba collejas a Javier Cámara y que representaba ese tipo de anciana desprejuiciada, cortante y sin pelos en la lengua que toda buena serie cómica debe tener. Nada que envidiar a cualquiera de las cuatro damas de las chicas de oro. Amparo podría haber sido la madre de las Golden Girls perfectamente. De alguna manera, aquella serie, Siete vidas, inauguró una nueva etapa, la de la reconciliación del público más joven con la ficción televisiva española. Más tarde, aparecerían para hacerse un sitio en el corazón del joven espectador matronas como Emma Penella, Terele Pávez, Gemma Cuervo o Mariví Bilbao, todas ellas con carreras sólidas que seguramente desconocían aquellos que luego se han divertido tanto con su desparpajo.

Los críticos, poco a poco, van enterándose de que desde hace años se está creando un vínculo entre el público y las historias que ofrece la tele y cada vez se apela menos a la HBO como el ejemplo a seguir. Es un comentario manido. Aun así, hay muchas cosas que podemos aprender y que poco a poco van calando en nuestra manera de juzgar las series españolas. Primero, hay que tener paciencia, ninguna serie puede ser juzgada o retirada en sus primeros capítulos. Segundo, hay que permitirles a los guionistas que sean valientes y han de saber ustedes que en muchas ocasiones las televisiones cercenan la creatividad obligándoles a crear personajes estereotipados, entendibles por un público que los ejecutivos suponen menor de edad. Tercero, hay que tener dinero. La gran diferencia de una serie americana con una serie española es el dinero. ¿Suple la creatividad la falta de medios? No siempre. Eso sí, talento no falta, ni pericia profesional, ni cultura cinematográfica.

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Directores jóvenes que están haciendo buenas películas en España se han curtido en las series de la tele

Muchos de los directores jóvenes que están haciendo buenas películas en España se han curtido como directores de series. Esa es la razón por la cual cuando llegan al set de su primera película no están cagados de miedo y saben resolver los problemas que plantea una producción precaria. Lo mismo ocurre con los actores. Hace unos años, el hecho de ser un actor o actriz que la tele hubiera popularizado le restaba puntos cuando se ponía encima de un escenario. Recuerdo perfectamente una obra encantadora, Para todos los gustos, de Agnès Jaoui, que fue considerada por mi querido Haro Tecglen como un proyecto menor destinado a engatusar a un público fácil por estar representado por una serie de famosos televisivos.

Entre los famosos de la tele estaban Blanca Portillo, Pau Durá, Javier Cámara, Julieta Serrano. Ahí es nada. Famosos eran, de la tele también, pero oportunidades han tenido para demostrar que la tele les dio tablas para afrontar otras aventuras. Dejando a un lado que poca gente aprecia la dificultad del ritmo y la coreografía de una buena comedia de situación. Hacer reír, sin baraturas, hacer reír con la honestidad de la buena comedia, es tan complicado como común es que se infravalore ese trabajo.

Pero ha pasado el tiempo. Hoy sabemos que algunos de nuestros jóvenes actores se han curtido, por ejemplo, en Amar en tiempos revueltos. Ahí está la preciosa y prometedora Macarena García, que de la portería de los amores revueltos pasó a ser Blancanieves y que ahora canta y baila y hace comedia en La Llamada, un musical tronchante que te hace subir luego la cuesta de la Corredera Baja de San Pablo cantando y dando unos pasos de baile. Talento sobra, porque hay una generación de directores muy bien preparada, tanto como para acometer cualquier empresa, y hay actores brillantes desde muy jovencitos. Pero, como siempre, hace falta generosidad por parte de las autoridades para olfatear un momento que es realmente bueno. Yo les aconsejaría que se pusieran cada una de las películas que se han producido este año en España y que pensaran si no resultaría rentable darle un empujón a esa industria.

Más que llorar al difunto, que es algo que en este país amante de los entierros se nos da de maravilla, mejor sería allanar los pedregosos caminos de una aventura teatral o cinematográfica. Un país se vende en gran parte por su cultura. La célebre frase, “yo no veo cine español”, está pasando de moda. Ya suena rancia.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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