El hambre, a través de las manos de Amina
Esta entrada ha sido escrita por laDra. Marta Taida García Ascaso, voluntaria de la Fundación Pablo Horstmann en el Hospital Pediátrico de Lamu (Kenia) y en la Clínica Pediátrica “Let Children Have Health” de Meki (Etiopía).
Foto: New Security Beat.
Morir por el hambre o morir por las circunstancias que rodean el hambre. Soy pediatra y he trabajado en diferentes proyectos relacionados con nutrición en el terreno. Con mi experiencia, puedo afirmar que la malnutrición infantil está muy condicionada por lo que conocemos como determinantes sociales de la salud. El médico puede contribuir a paliar los efectos del hambre sobre la salud, pero las circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven y envejecen, incluido el sistema de salud al que tienen acceso, son las que marcan las inequidades sanitarias en el mundo y las que conducen al hambre. Estas circunstancias son el resultado de la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial, nacional y local, que depende, a su vez, de las políticas adoptadas.
En la región conocida como el Cuerno de África (Somalia, Etiopía, Yibuti y Kenia), las prolongadas e implacables sequías traen cíclicamente intensas hambrunas que privan a los millones de niños que viven en estas regiones de los escasos nutrientes de los que disponen en épocas más “benévolas”. Los periodos de sequía son cada vez más frecuentes y prolongados, existiendo desde el año 2011 una situación extremadamente crítica, como no se había conocido en los últimos 60 años. La ausencia de lluvias durante meses es consecuencia directa del cambio climático, cuyas evidencias científicas se conocen desde hace ya más de tres décadas pero que avanza, imparable, sobre las semiáridas regiones de los habitantes olvidados de este planeta. Debido a esto se convierten en un verdadero desierto donde el ganado muere y las cosechas no prosperan.
Esto es lo que les sucedió a Amina y Mohamed, los padres de Fatma, que huyeron desde el Sur de Somalia tras haber perdido sus vacas y su pequeño huerto, único medio de vida para esta familia de 6 miembros. Además, el agua para el consumo de estas poblaciones se obtiene de pequeños pozos excavados en la arena, en muchos casos contaminados con heces humanas debido a la ausencia de letrinas, lo que provoca enfermedades como el cólera. A todo esto se une la pobreza, ante la imposibilidad de generar algún producto con el que poder comerciar.
El círculo vicioso entre miseria y enfermedad se recrudece con la malnutrición y amenaza directamente la vida de los niños, en muchos casos dejándoles secuelas físicas e intelectuales que no se corregirán incluso si se revierte la malnutrición. En otros casos, les provoca la muerte.
Como pediatra, he comprobado la complejidad de los determinantes sociales de la malnutrición infantil en esta región africana. La ausencia de estructuras sanitarias es uno de ellos. Las poblaciones más afectadas por la malnutrición quedan política y geográficamente aisladas y resulta difícil llevar a cabo una adecuada asistencia médica. Además, una vez que se consigue llegar a las poblaciones más castigadas, hay que buscar los casos más graves y tratar de llegar a sus causas.
Por otro lado, las familias identifican con dificultad que la malnutrición es una enfermedad muy grave. La madre de Fatma, con apenas 17 años de edad y también malnutrida, apenas podía llegar a entender que no era “normal” que la niña, con ocho meses, pesara prácticamente lo mismo desde su nacimiento. Las poblaciones malnutridas “asumen” esta condición como basal o innata y, cuando solicitan ayuda, no es porque piensen que están malnutridas, sino por la presencia de fiebre, vómitos o diarrea, entre otros.
Nuestro trabajo consiste en diagnosticar a los niños y aportar información a sus familias, así como suplementos nutricionales en los casos más graves. Una prioridad es identificar infecciones activas y evitar otras futuras potenciando la vacunación. Fatma recibió durante muchos meses un seguimiento estrecho por parte del personal sanitario (tanto mediante su hospitalización, como en consultas externas) y a través de la educación nutricional a sus padres y de los suplementos nutricionales especiales para niños (alimentos terapéuticos), consiguió ganar peso, empezó a crecer en altura y todo ello condujo a un gran avance en su neurodesarrollo (aprendió a sonreír, a sentarse, a reconocer a su madre…).
Siempre me llamaron la atención las manos de Amina, la madre de nuestra niña. Cuando uno coge la mano de una madre que alimenta a un niño malnutrido, se observan muchos de los determinantes de la situación de su hijo. Se detecta suciedad porque no disponen de adecuadas condiciones de saneamiento ni de agua libre de riesgos, se advierte pobreza porque la hambruna siempre cae sobre las voces calladas de aquellos que no tienen nada y se adivina falta de conocimiento y cultura, porque se ha demostrado que una madre sin educación es un determinante social que incide en la nutrición de su hijo. Empoderar a las niñas y educarlas ha demostrado ser una de las medidas más útiles para proteger a los niños de una muerte tantas veces evitable.
[*malnutrición es un desorden nutricional debido a la insuficiente ingesta de proteínas y calorías que condiciona un desarrollo inadecuado a nivel físico e intelectual de las personas afectadas. Si es de tipo moderada o grave, favorece la aparición de infecciones y puede desencadenar la muerte.]
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