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Rania de Jordania: mujer de Estado, reina de Instagram

Tras un periodo de silencio, la esposa de Abdalá II regresa a la vida pública y a las redes sociales más políticamente comprometida y dispuesta a acabar con la imagen de frivolidad que proyectó

La reina Rania de Jordania en una sesion del Parlamento de Amman.
La reina Rania de Jordania en una sesion del Parlamento de Amman.REUTERS

La reina Rania de Jordania ha cambiado de piel. El proceso ha sido pausado, suave, pero ya es firme, visible. La monarca siempre elegante y afable lleva meses subiendo poco a poco las revoluciones de su labor como consorte de rey Abdalá II. No es sólo la preciada acompañante, no es sólo la madre amorosa, no es sólo la primera dama entregada a obras sociales. Es una mujer de Estado capaz de subirse a un atril a gritarle al Estado Islámico (IS) que su intento de “secuestrar” al mundo árabe va a fracasar. Su discurso contra el radicalismo religioso en un acto en Abu Dabi le ha granjeado estos días la atención de la prensa internacional.

Rania, de 44 años, acudió a Emiratos Árabes Unidos para amadrinar un encuentro tecnológico y mediático de Medio Oriente cuando relegó su discurso dulce —“El futuro está en vuestras manos. Con vuestro talento nuestra región estará en la vanguardia del mundo”— a favor de uno contundente, de mandataria indignada. La reina acusó al IS de intentar llevar a los árabes “a la época de las tinieblas”, de usar valores del islam “manipulados”. “Los extremistas históricamente se basan en la complacencia de los moderados. Piensan que no vamos a hacer nada para frenarlos. Y no es así”, enfatizó. Unas palabras que podría haber pronunciado su esposo, que ha puesto Jordania a disposición de la coalición internacional comandada por Estados Unidos que lucha contra los yihadistas en Irak y Siria.

No había frivolidad alguna en sus palabras. Sin flores en sus manos, sin besos a niños, dio un puñetazo sobre la mesa. No ha sido el único en una semana. The Huffington Post le ha publicado una tribuna que lleva casi tres millones de me gustas en Facebook, en la que toma el papel de la madre que se compadece por la decena larga de escolares asesinados por los talibanes en Pakistán, o por los que sistemáticamente son perseguidos por terroristas en Yemen o Nigeria en nombre de un islam rigorista. “Mi islam no es así. Condena el asesinato de niños”, se duele.

Rania de Jordania publicó en su perfil de Instagram una foto de ella comiendo una hamburguesa.
Rania de Jordania publicó en su perfil de Instagram una foto de ella comiendo una hamburguesa.Instagram

Ya este verano y el pasado octubre se comprometió políticamente, además, desde su cuenta de Instagram, en la que suma ya 365.000 seguidores. Lo hizo con los palestinos, a cuyo pueblo pertenece —nació como Rania Al Yassin en Kuwait, donde su familia estaba refugiada—. Publicó imágenes de niños heridos en la ofensiva de Israel (de los 2.200 muertos, 538 eran menores) y festejó la reapertura a los fieles de la Explanada de las Mezquitas (que los judíos reclaman como Monte del Templo), cerrada desde 1967 por Israel tras el ataque a un rabino ultranacionalista. Una imagen festiva pero reivindicativa.

Analistas como Fahd Jeitan escriben que “este viraje trata de estabilizar su imagen”. Se vio resentida durante las primaveras árabes, iniciadas en diciembre de 2010 y que salpicaron a Jordania en menor medida que a países como Egipto o Siria. Cuajaron manifestaciones en Ammán reclamando más apertura y transparencia a Abdalá II. La respuesta de su compañero fue tibia y lenta, pero en parte detuvo la rabia. Elecciones, mejoras legislativas… Rania se ocultó. Su imagen, de hecho, no estaba sirviendo para calmar a sus súbditos. En febrero de 2011 fue acusada por 36 tribus locales de facilitar la compra de tierras de pastoreo y labor para su familia. También apoyó una ley para que las mujeres transmitieran la ciudadanía que, lejos de una cuestión progresista, se entendió como un coladero para legalizar a más palestinos. Y en medio, su 40 cumpleaños en el desierto del Sur, ostentación desbordada cuando la región y su propio país ardían.

Ya esta primavera, la reina comenzó a estar nuevamente más visible, volcada en tareas sociales como el apoyo a la alfabetización de mayores o la asistencia materno infantil. En los últimos meses ha acelerado esa salida. La estampa que pregona es la de mujer que va a la oficina, despacha y tiene citas de trabajo, una voz oficial de Jordania, con influencia como la que, en dos ocasiones, le ha reconocido la revista Forbes, colocándola entre las cien mujeres más influyentes del mundo.

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Su figura no se relaciona ahora con sus viajes al extranjero para buscar costosos trajes y joyas, para codearse con la aristocracia y la gente bien. Es una etapa de exhibición que hoy no casa con su país. Con los días, abunda por el contrario su vertiente más tradicional: es la primera que encumbra a Hussein, el príncipe heredero, cuando viste el uniforme nacional o cuando regresa a Jordania tras un curso en Reino Unido, una madre elogiosa sin rubor; se dedica a rescatar fotos que evidencien el cariño entre su esposo y su padre, el rey Hussein; se prodiga en el lucimiento de trajes con bordados tradicionales cuando asiste a actos oficiales; participa en ritos religiosos.

Su empeño más reciente se resume en dos hastags: #LoveJo y #OurArabWorld. Ambos tratan de reforzar la imagen positiva de su país y del mundo árabe frente a la temible corriente de rechazo en Occidente, alentada por islamismos como el del IS.

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