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Rania de Jordania da la (otra) cara

Cuando estalló la ‘primavera árabe’ se hizo invisible. Regresa al primer plano con una calibrada imagen de mujer comprometida antes que derrochadora

Rania de Jordania en el Foro Económico de Davos, junto a Bill Gates, el 24 de enero.
Rania de Jordania en el Foro Económico de Davos, junto a Bill Gates, el 24 de enero.AFP

Rania ha vuelto a primera fila, como una monarca renovada. Después de varios meses en los que se quedó en un discreto segundo plano, manteniendo un perfil bajo ante las protestas que han recorrido su país, la reina de Jordania se vuelve a prodigar en eventos sociales. Pero atrás quedan los elegantes trajes de cóctel y las tiaras de diamantes, las portadas y las entrevistas con estrellas de la televisión norteamericana. Rania se deja ver ahora en conferencias internacionales sobre asuntos como la pobreza o el cambio climático, y en actos con voluntarios y ancianos desfavorecidos en su país.

En enero abrió una conferencia sobre sostenibilidad ecológica en Emiratos Árabes Unidos. Días después, en el Foro Económico Mundial en Davos, habló de educación y analfabetismo en una mesa redonda con el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon; el primer ministro británico, David Cameron, y el filántropo y fundador de Microsoft, Bill Gates. En Ammán acudió junto a su marido, el rey, a la apertura de la nueva Cámara baja del Parlamento, tras las elecciones legislativas. El pasado 5 de febrero visitó una residencia de mayores de la Sociedad Al Asirra Al Bayda’a, y departió con voluntarios que asisten a esas personas.

La reina de Jordania se vuelve a dejar ver en eventos y conferencias sobre temas sociales como la pobreza o la educación

En noviembre, el nerviosismo se había instalado en palacio. Los vientos levantiscos de la primavera árabe soplaban con una fuerza inusual en Jordania. Las manifestaciones contra la monarquía, habituales los viernes, comenzaban a tomar un cariz algo violento. La ciudadanía mostraba su ira por un aumento del 14% en el precio de la gasolina, del 28% en el del queroseno y del 54% en el gas que se emplea para cocinar. Cosas tan mundanas ahogaban al pueblo, mientras los monarcas parecían vivir ajenos a esas preocupaciones en el complejo real de Maqar, en Ammán. Unos manifestantes llegaron a quemar un retrato del rey Abdalá, algo que en el pasado se ha pagado con cárcel.

Desde 2011, la casa real ha visto con inquietud la caída de los regímenes de la zona. Muamar el Gaddafi de Libia está muerto, sus excentricidades, ya olvidadas. En Siria, Bachar el Asad se aferra al poder, parapetado en Damasco junto a su mujer, Asma, la elegante primera dama a la que la revista Vogue calificó de “rosa del desierto” en marzo de 2011. Hosni Mubarak se halla en una cárcel de Egipto. Según un libro de reciente publicación, elaborado por Abdel Latif el-Menawy, exjefe de la televisión Egipcia, en las últimas horas de su Gobierno, los guardas de seguridad se encontraron a su mujer, Suzanne, postrada en el suelo, regando con sus lágrimas los suelos de palacio.

Tuitera, otra vez

Rania se apagó también en Twitter, donde tiene 2,5 millones de seguidores. Desde enero ha vuelto a tuitear sobre iniciativas institucionales, animando al voto o felicitando a los jordanos. Algunos de sus mensajes: “800 millones de personas ni pueden leer, y dos tercios de ellos son mujeres. La alfabetización es inseparable de la prosperidad”, o “una sonrisa que nunca olvidaremos... Rey Hussein, que Dios bendiga su alma”.

¿Era posible que algo así sucediera en Jordania? Las protestas de la primavera árabe llegaron pronto al país, aunque no lo han sacudido tanto como a otros vecinos. ¿Estaba a punto de desmoronarse una monarquía que había regido desde 1946 los designios de uno de los países más estables de la zona, uno de los pocos que ha osado firmar la paz con Israel, estrecho aliado de Europa y Estados Unidos en Oriente Próximo? Abdalá II de Jordania lleva dos años efectuando reformas constantes, renovando Ejecutivos, convocando elecciones. Ha dicho, incluso, que su objetivo es tener en pie a largo plazo una monarquía parlamentaria. Algunos dicen que con cambios cosméticos; otros, que son un programa reformista de largo alcance.

En los albores de la primavera árabe en Jordania, Rania, nacida en Kuwait, de padres refugiados palestinos, se convirtió en la diana de las críticas de algunos de los grupos opositores, especialmente de algunas tribus que rechazaron su papel en la monarquía. En un comunicado conjunto, 36 de esas tribus, procedentes del margen oriental del río Jordán, criticaron en 2011 a Rania por “construir centros de poder en su interés, que van en contra de aquello que los jordanos y los hachemís han pactado para gobernarse, y es un peligro para la nación, la estructura del Estado... y la institución del trono”, decía. “Hacer caso omiso a este comunicado nos llevará a lo que sucedió en Túnez y Egipto”.

Permeaba aquel comunicado una división ancestral que motiva muchas de las tensiones internas de Jordania. La base de apoyo de la monarquía han sido, durante mucho tiempo, las tribus transjornadas, que son el 40% de la población y recelan de la creciente influencia de las familias de Palestina, como la de la reina, emigradas en las pasadas décadas. Rania se casó con Abdalá en 1993, seis años antes de que este ascendiera al trono, tras la muerte de su padre, Hussein.

En la mente de muchos opositores quedaba grabado el recuerdo de la fiesta del 40º cumpleaños de la reina, en agosto de 2010. La familia real hizo volar entonces a 600 huéspedes de todo el mundo al valle de Wadi Rum, decorado con velas de celebración. Los invitados bebían agua potable traída al desierto en camiones. Las críticas provocaron que la reina optara por la extrema discreción. Desde entonces apareció en público con colores sobrios y atuendos muy contenidos. En las fotos posaba con sus cuatro hijos. Atrás quedan los grandes fastos de ocasiones pasadas.

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