Menos mal que está el Rayo
Las Administraciones no pueden retirarse cuando aparece la solidaridad ciudadana
Este es el fin de semana de la gran campaña de los Bancos de Alimentos, un contrapunto al consumismo previo a las Navidades y una oportunidad de hacer aflorar la solidaridad ciudadana. La misma que se despierta cuando se producen grandes catástrofes —ya sean el huracán Mitch, el terremoto de Haití o el tifón que devastó Filipinas hace un año— o con las imágenes conmovedoras del desahucio de una octogenaria, por haber avalado con su casa un préstamo recibido por su hijo, que no lo devolvió.
Menos mal que ahí estaba el Rayo, el equipo de fútbol de la populosa barriada de Vallecas (Madrid), que con su magnífico gesto de salir de inmediato al rescate de su vecina en apuros ha promovido otra oleada de solidaridad. Tan grande, que el club se plantea extender las ayudas a más causas benéficas y a buen seguro que no le faltarán candidaturas.
Uno de los problemas de los movimientos estimulados por golpes emocionales suele ser la gestión del maná llovido de repente sobre estructuras de voluntarios o aquellas que, aun dedicadas regularmente a las tareas solidarias —como las que llevan a cabo respetadas ONG—, se ven a veces desbordadas.
Y entonces surgen las preguntas sobre qué hacen las Administraciones públicas. No tienen que quitarse de en medio por el hecho de que Amancio Ortega se ocupe de ser solidario (20 millones para Cáritas, 4 millones para los Bancos de Alimentos); o que el Rayo Vallecano se ofrezca a pagar el alquiler a una mujer muy necesitada. Como advierten los directivos y jugadores, ahí están ellos para atender a Carmen Martínez, de 85 años, mientras aparecen “el Ayuntamiento o la Comunidad”. Un país del llamado primer mundo, y más en concreto su capital, debería ser capaz de organizarse de forma que se pueda realojar a una octogenaria en dificultades; y aclarar bien si pudo hacerse algo más que enviarle a la policía para sacarle de la vivienda.
No hay que dejar la solidaridad en manos de las autoridades, pero tampoco reducirla a actos puntuales de caridad. Seis años de crisis ha multiplicado el número de personas que precisan ayuda muchos días al año, y no solo cuando un áspero Mr. Scrooge exige la ejecución de una deuda que, al final, supone el lanzamiento de una anciana de su hogar.
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