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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Segunda vida de Canal 9

Fabra se muestra ahora dispuesto a reabrir la televisión autonómica valenciana

SOLEDAD CALÉS

En noviembre de 2013 Canal 9 congelaba su última imagen y llevaba la pantalla a negro. La televisión valenciana se convertía así en la primera autonómica que echaba el cierre después de que los tribunales declararan nulo el expediente de regulación de empleo por el que el ente había despedido a 950 trabajadores de una plantilla de 1.600. El Gobierno valenciano, presidido por Alberto Fabra, argumentó entonces que RTVV era financieramente insostenible y que la creación de un nuevo ente público estaba fuera de toda negociación.

Como quien cambia de canal con un simple toque en el mando a distancia, Fabra ha dado un giro a la posición que defendía hace un año. Ahora admite que está dispuesto a sintonizar Canal 9. Y lo ha hecho de una manera curiosa: permitiendo que se tramite una iniciativa legislativa popular para reabrir la emisora. Pero la vuelta a las ondas será posible solo si se dan estas condiciones: que haya estabilidad presupuestaria, que sea sostenible y que no detraiga recursos del gasto social. Su plan es que la nueva RTVV parta de cero (destruir la vieja RTVV ha costado 200 millones).

Resulta inquietante que Fabra sienta de repente tal atracción por la pequeña pantalla, máxime cuando en su día se cansó de repetir que prefería destinar el dinero público a la educación y a la sanidad antes que a la televisión. La justificación que ofrece es menos convincente que las nominaciones de Gran Hermano. ¿Quizá ocurra que su súbita devoción por Canal 9 pueda tener que ver con la proximidad de las elecciones municipales y autonómicas?

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Puede ser también esta la razón que ha impulsado al presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, a financiar el próximo año con 3,2 millones de euros un canal privado de televisión que emitirá una buena parte de la parrilla en valenciano. Y ya que pone el dinero, Rus tiene a bien reservarse el control de la información.

Solo cuando las televisiones públicas dejen de ser consideradas como un instrumento del poder político de turno se conseguirá que sean un medio creíble. Mientras tanto, la sombra de la sospecha seguirá empañando el dial.

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