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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos imágenes

El crecimiento de las desigualdades (de riqueza y derechos) alcanzan niveles insostenibles

Josep Ramoneda

La prensa ha publicado la imagen de una pareja jugando al golf a escasos metros de la valla de Melilla en la que están encaramados unos inmigrantes que intentan saltarla. En primer plano, sobre el verde tapiz, una mujer concentrada en el drive con un hombre contemplándola; detrás, sobre los matorrales de las lindes del campo, una docena de personas agarradas intentando resistir sobre los hierros y las alambradas. Algo falla en una sociedad cuando, en una circunstancia así, a alguien no se le ocurre abandonar la partida, aunque sólo fuera por elemental pudor.

En el Congreso, los diputados del Partido Popular respondían con risotadas cuando el líder socialista, Pedro Sánchez, señalaba la pobreza infantil como uno de los más serios y urgentes problemas del país. Con generosidad, Gonzalo Fanjul, decía que no era maldad sino simplemente que no se enteran de nada. Me temo algo peor: que no quieren enterarse de nada que rompa su dibujo. Y a esto se le llama mala fe.

Una sociedad es fuerte cuando hay un marco de respeto entre  ciudadanos. Y este marco se está fundiendo

Es cierto que el poder expresivo de una imagen puede tener efectos simplificadores. Pero estas dos situaciones confirman la enorme fractura que se está produciendo en una sociedad en la que el crecimiento de las desigualdades (de riqueza y de derechos) está alcanzando niveles insostenibles y obliga a plantearse una pregunta: ¿hay un límite a la desigualdad, un momento catastrófico, a partir del cual es incompatible con la democracia? Una sociedad es fuerte cuando hay un marco de respeto y de reconocimiento entre los ciudadanos. Y este marco se está fundiendo.

Llevamos muchos años en la dinámica de fragmentación: a unos se les invita al mito de los emprendedores (hacerse explotadores de sí mismos) y a otros a la resignación de que ya nunca más habrá empleo y que hay que adaptarse al trabajo esporádico. De ahí la sorpresa de las élites cuando aparecen formas de respuesta compartidas, ilusiones de proyecto común, ya sea al modo Podemos o al modo del independentismo catalán. Y en vez de tomar estos fenómenos como sintomáticos, los grandes partidos se definen frente a ellos. Es decir, se parapetan en esta sociedad en que se puede seguir jugando al golf pase lo que pase a tu alrededor.

¿Por qué, a pesar de que el PP se hunde día a día, el PSOE no tiene ganadas las próximas elecciones? Sencillamente, porque lo que los movimientos sociales expresan es la necesidad de un proyecto político que convierta los problemas actuales en oportunidades. Y el PSOE en estos momentos no lo tiene. Y corre el riesgo de ser desbordado. Parece una moda: todos temen a Podemos. Sus adversarios le descalifican como importador de modelos revolucionarios latinoamericanos. No es Podemos, son el PP y el PSOE los que están latinoamericanizando a España, que en años de Felipe González alcanzó el menor diferencial de rentas de Europa y ahora tiene una brecha social que se acerca a lo insostenible. 

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