No a las barcas
Por Pilar Sampietro
En la cala hay demasiadas barcas, pierdo la cuenta, vuelvo a empezar y continúo sin creérmelo. En teoría deberías llegar a este lugar idílico, en pleno parque natural y marítimo, después de una buena caminata, asegurando su calidad porque los coches no pueden avanzar hasta la orilla y deben aparcar a kilómetros de distancia. Sabes que al final del sendero cubierto por los pinos verás el mar y podrás bañarte en unas aguas cristalinas y en un paisaje todavía preservado. Pero ya nada es lo que parece.
En la orilla y ocupando todo el entorno de la pequeña calita, se amontonan veinte barcas de recreo con sus correspondientes depósitos de gasolina y su amarre que han asegurado por un lado a las rocas y por el otro al fondo con cuerdas que deberemos sortear los resignados bañistas. Al poner el pie en el agua descubro la dificultad de nadar entre ellas, pendiente de no topar con ninguna en mi necesidad de descubrir alguna vida bajo las olas. Me veo braceando entre 800 litros de gasolina, resultado de multiplicar el depósito de unos cuarenta litros por barca, con las 20 que rodean la entrada de la cala.
La más atrevida ha fondeado justo en la orilla y sus ocupantes han descargado una bombona de butano con la que se prepararán un banquete de paella y cerveza. La ley prohíbe a las barcas con motor fondear a menos de 50 metros de las playas de bañistas, pero claro, las calitas de nuestra costa ya son otra historia, deberían estar señalizadas por boyas para evitar la entrada, aunque ¿a quién le gustaría una costa plagada de boyas amarillas para limitar todavía más la libertad de encontrarse entre la naturaleza?
El fenómeno me recuerda a nuestra vida urbana, sorteamos cada día vehículos motorizados y nos descubrimos impotentes a pie o en bicicleta para poder disponer de un poco de espacio. Buscamos algún lugar donde sentarnos a la sombra de un triste árbol acotado en un agujero y rodeado de adoquines y cemento, con suerte ha vivido unos cuantos años y parece un tanto robusto, sobrevive como todos nosotros al ruido y alcanza algún rayo de sol que se cuela entre edificios.
Desde la Fundació Mar, su presidente Miquel Ventura nos habla de las experiencias con el Ferreret, un velero totalmente silencioso, que se desplaza con motor eléctrico y con la ayuda de energías limpias. La diferencia es abismal, no sólo no contamina sino que permite a los cetáceos mantener su oído intacto, algo preocupante porque comienzan a conocerse los niveles de ruido en el mar Mediterráneo. Un estudio de la Universidad Complutense de Madrid demostraba hace poco cómo el ruido de las embarcaciones en el mar altera el canto de las ballenas que se ven obligadas a alejarse cruzando el Estrecho de Gibraltar y accediendo al Atlántico. Las ballenas mediterráneas, rorcuales comunes, sienten esa contaminación sonora hasta a casi 300 kilómetros de distancia y las obliga a modificar las características de sus canciones para intentar reducir el impacto del ruido. El ruido en su hábitat les provoca sordera y algunas desorientadas mueren al chocar contra los grandes barcos de mercancías o turísticos.
Para Miquel Ventura el reto es nuestro modelo económico y hacia dónde queremos llevarlo. Ante el fomento del turismo que alquila barcas sólo durante unos días y desconoce o quiere desconocer la normativa en nuestra zona, debería imponerse el respeto lógico al ecosistema de visitas y sobre todo una forma de decrecimiento en todos los aspectos del uso de la riqueza del mar. Otro asunto es la falta de vigilancia en la costa, ahora casi inexistente y que facilita el uso de la ley del más fuerte y menos responsable en lugares en los que la naturaleza se encuentra en situación frágil.
Pero volvamos a nuestra pequeña cala, repleta de barcas, con 800 litros de carburante meciéndose en un espacio minúsculo y sus felices y presuntamente despreocupados navegantes disfrutando de un día de sol a bordo, en su barrera protectora que les facilita ver a distancia un poco de belleza natural. ¿Es esa la vida que queremos para nosotros y los que vienen detras? Discutamos nuestro modelo energético en todas sus vertientes, apostemos por nuestra calidad de vida, la nuestra y la de los otros seres con los que compartimos el planeta y ofrezcamos la posibilidad de entender que en este mundo cabemos todos si seguimos el proceso natural del respeto al otro.
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