La actriz que envasó a una generación
Hay rostros y talentos que rompen la barrera del tiempo. Es imposible olvidar a Emma Suárez. Pase y goce de su belleza de niña adulta y de sus respuestas de actriz madura
Una hora antes de entrevistar a Emma Suárez termino de leer el perfil que Manuel Vicent le dedicó este verano en El País, donde hablaba de una actriz discreta, “con un morbo envasado”. Es inevitable que en la memoria se atropellen secuencias de películas de los noventa, la época de mayor presencia de la actriz en nuestras pantallas, cuando fue objeto de deseo de espectadores precoces y de directores tan diferentes como Miró, Medem, Chávarri o Camus. Emma Suárez lleva desde los 14 años ante la cámara y desde los 18 en las tablas. Ha participado en más de 40 películas y en 13 obras de teatro, además de contar con numerosas incursiones en televisión. Tiene un Goya por su brillante interpretación en El perro del hortelano (1996), la risa fácil, pasión por lo que hace, un currículo prestigioso y puede que también un principio de hiperactividad que, por lo que parece, el futuro no va a reconducir.
La detecto entre estilistas y maquilladores y sí, es la misma, idéntica a la niña que debutó en Memorias de Leticia Valle (1980) o a la jovencita de trenzas que, con 21 años, deslumbró en Vacas. Tiene pinta de persona normal. No destaca. Acaba de llegar de Santo Domingo, pero no está nada morena. “El rodaje era de noche y de día”, confesará al final de una entrevista que empieza buscando culpables… “Fueron mis padres, no yo: era muy pequeña como para tomar decisiones de tanta responsabilidad. Ellos me presentaron a un casting para la película Memorias de Leticia Valle, basada en una novela de Rosa Chacel, y quedé seleccionada junto a Fernando Rey, Esperanza Roy y Héctor Alterio.
Para empezar, no está mal... ¿Cómo se fabrica una vocación? ¿Es algo académico o autodidacta?
Era la primera vez que tenía contacto con este mundo, y a partir de ese momento continué relacionada con los medios audiovisuales. Estuve en una agencia de modelos, fui haciendo papeles secundarios en el cine, castings, y así, poco a poco, fue naciendo la vocación. En mi caso no fue algo instantáneo. Yo nunca pensé en ser actriz profesional. De hecho, no me consideraba una actriz, sencillamente vi que con aquella película se abría una puerta para trabajar. Hasta que asumí la responsabilidad de que quería dedicarme en serio, pasó el tiempo. Pero, eso sí, una vez que fui consciente de ello, supe que debía prepararme más: clases de voz, de baile, de idiomas, mucho teatro y mucho cine, bastantes libros de interpretación... Pero fundamentalmente creo que soy actriz por haber aprendido de los actores con los que he trabajado: Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez, Emilio Gutiérrez Caba, Encarna Paso, etc. Ellos han sido mis maestros.
¿Cuándo ve que un actor vale?
Cuando me lo creo sin complementos, más allá de los artificios y de la tecnología. La base de esto es muy sencilla: consiste en creerte o no lo que alguien te cuenta. Cada uno tiene un método para trabajar. Hay algunos a los que el método, sea el que sea, les ayuda. Yo he aprendido trabajando y tengo mi propio método de estudio para la composición de los personajes. Pero es un método que tiene más que ver con la experiencia, con la vida, que reside en la observación del ser humano. Para mí, interpretar es un trabajo de investigación, de acumular información. Luego viene la facilidad para empatizar con el personaje. Pero antes que eso está la intención de comprender a los demás, de transmitir el alma de los personajes. A mi entender es un trabajo del conocimiento, y por eso es maravilloso, porque nunca llegas al fin.
¿Cuál es la mayor virtud que necesita un actor para sobrevivir en una profesión inestable como esta?
Necesitas ser fuerte. Exige mucha fortaleza física y emocional. Por un lado, lo necesitas porque hay rodajes de 20 horas, durante las noches, días enteros, inestabilidad, te encuentras en lugares áridos, incómodos, con condiciones mínimas... Y por otro, ocurre que este oficio tiene una cosa curiosa y a la vez fascinante y paradójica: es independiente, porque solo tú expresas tu forma de sentir a través de los personajes, pero a la vez es un trabajo en equipo, estás con gente y has de compartir de forma amable con los compañeros. En gran medida, tu trabajo depende de ellos. No estás solo. Y en el teatro pasa lo mismo, hay giras, viajes, duermes poco... y hay que hacer la función.
¿Se puede hacer la función si se ha salido la noche anterior?
Sí, claro, se puede hacer en todos los estados [en su memoria debe aparecer alguna ilíada porque de pronto ríe con avidez]… No es recomendable, pero se puede. Y curiosamente, cuando estás al límite de tus posibilidades salen grandes funciones. Es un ejercicio más transparente porque sacas lo mejor de ti, esas fuerzas que crees que no tenías.
No sé si me he hecho adulta. Creo que no. Conservo afortunadamente a la niña que mis padres llevaron a aquel primer ‘casting'
Hablemos un poco de los noventa, de las películas con Medem. ¿Eran conscientes de que estaban haciendo un cine diferente?
No eramos tan conscientes, pero recuerdo que cuando leí el guión de Vacas se abrió ante mí una nueva forma de contar y de hacer cine. Y cuando luego vimos dónde colocaba Julio la cámara sí que el equipo entero sintió que aquello era algo nuevo. No sabíamos qué iba a pasar, pero había mucho entusiasmo y el compromiso era muy grande. Tengo grandes recuerdos, tengo esos rodajes muy presentes: ahí estábamos Alberto Iglesias, Karra Elejalde, Nancho Novo, Carmelo Gómez... Ya ves, actores que empezábamos y que aún hoy permanecemos. Teníamos la voluntad de hacerlo lo mejor posible, para nada era una frivolidad.
¿Con cuál se queda?
Con Vacas, supongo que por ser la primera.
Luego vino el éxito. ¿Cómo se aprende a convivir con él?
El éxito es vivir... [largo silencio], alguien lo dijo... [largo silencio] y estoy de acuerdo.
Su familia era ajena al mundo del cine, ¿tuvo algún padre artístico?, ¿cuáles eran sus referentes?
He trabajado con gente a la que admiro como Mario Gas, que ha sido y es amigo y referente. Pilar Miró fue una guía como persona y a nivel profesional. Y también Emilio Gutiérrez Caba, Héctor Alterio y toda esa generación. De las extranjeras con las que he trabajado me sentí muy cerca de Gena Rowlands. Admiro mucho el cine de Cassavettes, Coppola, Jarmush, Guerín...
Empezó muy joven, ¿siente que llegó demasiado temprano a la edad adulta?
Es que no sé si me he hecho adulta... [Emma ríe como si fuera cierto lo que acaba de decir], creo que no. Conservo afortunadamente a la niña que sus padres llevaron a aquel casting, sí, siento que está conmigo, y es más, que me protege.
Ha hecho bastante teatro, ha participado en un Chéjov como Tío Vania, ¿hay algo más grande para un actor que hacer un Chéjov?
Es difícil... Cuando yo me encontré con ese texto me di cuenta de que aquello iba en serio. Chéjov es investigar, desentrañar el texto. En teatro la palabra es la protagonista y a través de ella encuentras el sentido emocional de lo que se quiere contar. Chéjov es un maestro de las emociones. Es esencial, es un lujo hacer autores así, enfrentarte a la palabra con Chéjov, Pinter [participó en el elenco de Viejos tiempos] o Genet [Las criadas]. Son autores que te hacen crecer, y has de estar a la altura. Es un compromiso.
¿Qué le falta?
No estaría mal hacer un Shakespeare. Dicen algunos que lo mejor está por llegar. No sé si estoy de acuerdo. No obstante, nunca he tenido un deseo concreto a nivel profesional. No me quejo, porque sigo haciendo lo que me gusta y cada vez intento acercarme más a la forma de trabajar que me gusta, con directores con los que hay química y confían en mí y me hacen volar… porque es verdad que a la hora de interpretar, uno se olvida de uno mismo para ser otro, y esa falta de consciencia de uno mismo te permite alcanzar territorios en los que sentirte libre.
¿Cuál es ese personaje que siempre va con usted?
Elena, de Tío Vania, es muy complejo, pero en el teatro nunca alcanzas el tope con un personaje, nunca llegas al éxito, terminas la función y todavía te faltan muchas más… En cine, la verdad es que Diana, la condesa de Belflor [El perro del hortelano] me marcó mucho, y también Lisa, la protagonista de La ardilla roja. La conservo.
Desde que empezó, ¿cómo ha cambiado la industria?
Ha cambiado la forma de hacer cine, la tecnología, los equipos, las cámaras… Ha entrado internet. El cine con el que yo crecí ha desaparecido. Ahora hay nuevas formulas y técnicas visuales, pero el cine artesanal de Chávarri y Camus, tan minucioso, se ha terminado. Claro que siempre existen artistas con un potencial increíble. Se ha transformado la industria y hay una revolución comercial, pero también un deseo de expresar el talento. Lo que ocurre es que ese cine marginal, en este momento, lucha contra la resistencia y las reticencias de la industria. Te voy a poner un ejemplo: en noviembre empezamos un proyecto nuevo con Isaki Lacuesta con el que llevábamos siete años peleando, intentando que saliera. Siete años. Y es Lacuesta: Concha de oro en San Sebastían en 2011 con Los pasos dobles. Y extendiendo el ejemplo: el mismo Isaki se vuelve a presentar este año en San Sebastián con Murieron por encima de sus posibilidades, una comedia magnífica, delirante, provocadora, en la que estamos José Coronado, Raúl Arévalo, Carmen Machi, Ariadna Gil, Luis Tosar, Albert Pla, Jordi Vilches, Imanol Arias, Sergi López, etc. La verdad es que hemos conseguido hacerla poco a poco, según iba entrando financiación. Todos hemos participado porque creemos en su talento y espero que vaya muy bien, pero sabes qué, que falta encontrar distribuidor. ¡Con este elenco! Es contradictorio, ¿verdad? Y terriblemente paradójico, pero así es: ver que la industria no apoya el talento es desesperante.
¿Nostalgia de los buenos tiempos?
No, no, no es eso. No siento nostalgia por nada. Y menos en este momento, en que estoy vaciando la mochila, desprendiéndome de cargas inútiles...
¿Cómo se logra?
No es fácil, somos animales de costumbres, frágiles y vulnerables, nos habituamos fácilmente a determinados hábitos de los que cuesta desprenderse, pero hay que reflexionar, tomar conciencia.
¿Es posible desprenderse de recuerdos?
Creo que lo más importante es aceptar, aprender a encajar… [largo silencio] Es que el ego da muchos problemas.
“El ego da muchos problemas”, creo que me ha dado un titular…
¡Ja! Es que es verdad, da muchísimo trabajo. Digamos que crea conflictos. Hay que aprender a desprenderse de él.
¿Lo ha logrado?
Es que no se termina nunca, asoma la cabeza constantemente.
Creo que lo más importante es aceptar, aprender a encajar. Es que el ego da muchos problemas
¿Se pueden tener buenos amigos en esta profesión tan compleja?
Sí. Tengo amigos de verdad. Contamos con poco tiempo para compartir, pero se puede, porque es un trabajo en el que durante un corto espacio de tiempo compartes mucho. Es muy intenso. Y esas personas tienen un lugar reservado en tu vida y siguen estando ahí.
¿La amistad está sobrevalorada?
Para mí, la única amistad que cuenta es la que no exige.
Y después de todo esto, si su hija de nueve años le dice, “mamá llévame a un casting”, ¿qué hacemos?
Llevarla. De hecho, ya me lo está pidiendo. No va a seguir mis pasos, seguirá los suyos, y me gustaría que hiciera lo que le gustara, como yo.
Creo que podemos dejarlo aquí, muchas gracias.
Oye, una cosa.
¿Qué?
No me has preguntado por Falling apart.
Es verdad, la película que acaba de rodar (de noche y de día) en Santo Domingo. Dos años después de Buscando a Eimish, repite con Ana Rodriguez.
Sí, trabajar con ella y con Birol Ünel [actor alemán conocido por su papel en Contra la pared, 2004] ha sido una gran experiencia. Es una película dura. Habla del reencuentro de una pareja después de un tiempo, y de la necesidad de cambiar el pasado.
¿Cambiar el pasado? ¿Reencuentro de una pareja? Joder…
Complicado, sí...
En la terraza del hotel Orfila de Madrid, donde se dispara este reportaje, se extiende el silencio, ¿para qué más preguntas después de esta respuesta? El equipo de maquillaje y estilismo viene a por Emma y, antes de verla coquetear con la ropa, me despido. En la calle me da por recordar a Manuel Vincent. La chica con un morbo envasado… Vaya tela.
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