Del hombre de ciencia al tecnólogo
Según datos de Web of Science (Science Citation Index Expanded), el número de correcciones (erratum) publicadas por década y normalizado por el número de artículos publicados en el mismo periodo ha pasado del 0,6% al 1,1%, casi el doble. Aunque es un porcentaje muy pequeño, es significativo el aumento de 1993-2003 a 2004-2014. ¿No revisamos suficientemente nuestros trabajos antes de enviarlos a una revista? ¿Tenemos prisa por publicar? Son ya muchas las voces de personas públicas como anónimas que se pronuncian sobre el estado actual de la ciencia, su evaluación y su praxis. Manjul Bhargava, Medalla Fields 2014; Randy Schekman, premio Nobel de Medicina 2013; Montserrat Villar, astrofísica española. Los que formamos parte del sistema público de investigación hemos asimilado, sin apenas resistencia, las consignas y prácticas que una serie de sesudos asesores y expertos decidieron proponer para hacer la ciencia española, y mundial, más competitiva (¿ciencia competitiva?, ¿rentabilidad científica?, posible oxímoron), detrás de ideas como transferencia de tecnología, excelencia y retos de la sociedad. Manejamos términos economicistas y de estándares como producción científica (¿por qué no difusión o divulgación?), indicios de calidad, rankings de universidades/revistas. Confiamos más en los resultados, valorando currículos según el número de artículos publicados, coautores, tesis dirigidas, proyectos liderados y su financiación, la posición de revistas en áreas (primer cuartil/tercil) o el valor del índice de Hirsch (h). Se valora antes la eficiencia que el saber por el saber, se investiga lo que puede venderse, en su sentido más amplio, se enseña lo que es demandado por el mercado y se relativiza el rigor y la calidad intelectual. Publicar, mucho y rápido o perecer. La premura ha desplazado al análisis reflexivo. Ahora se penaliza la ciencia contemplativa. Hemos dejado de ser y hacer academia.— Miguel Ángel Rodríguez Valverde.
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