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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Objetivos post-2015: reducir y ajustar

Gonzalo Fanjul

Lo peor que se puede decir de una estrategia política sujeta a recursos tan escasos como los del desarrollo es que pretenda contentar a todo el mundo y en todos los asuntos. Lamentablemente, esa es la sensación que transmite el documento presentado hace algunas semanas por el Grupo de Trabajo de la ONU para los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que debe orientar la agenda del desarrollo global hasta el año 2030. Con 17 objetivos y 169 metas que cubren desde el fin del hambre y la pobreza hasta la industrialización sostenible, el empleo para todos y la igualdad de género, será difícil que no halle usted en este supermercado del progreso global aquel asunto que anida en su corazoncito. Yo, por ejemplo, estoy feliz de que las migraciones hayan encontrado hueco en el punto 10.7, aunque solo sea por razones estéticas.

Con todo, la agenda que el grupo de trabajo someterá a la votación de la Asamblea General el próximo año ofrece novedades destacables. La primera es haber ampliado el foco político para situar los objetivos de sostenibilidad y equidad en la espina dorsal de la hoja de ruta que debe seguir la comunidad internacional. La segunda es haber renunciado a limitar el alcance de los objetivos a lo que ahora conocemos como países en desarrollo. ¿Por qué ser exigentes con Marruecos y no con España, donde uno de cada tres niños vive en riesgo de exclusión? Lo que es más importante, permite abrir debates transfronterizos como la reforma de un modelo de innovación farmacéutica que niega a cientos de millones de pacientes pobres de ambos hemisferios el tratamiento contra enfermedades no transmisibles como el cáncer o la hepatitis C.

Si quiere ser creíble, la nueva agenda del desarrollo post-2015 deberá optar por no contentar a cada gobierno, experto y ONG que ha participado en el proceso y establecer prioridades políticas claras, seguidas de compromisos evaluables y adecuadamente financiados. El hecho de que esta discusión esté teniendo lugar en medio de una crisis que ha disparado los niveles de desigualdad, estancado la ayuda de la OCDE en el 0,3% del PIB y arrinconado las prioridades medioambientales de las potencias ricas y emergentes debería dar qué pensar a los negociadores. Porque existe la seria posibilidad de que buena parte de los próximos 15 años estén marcados por las consecuencias de esta crisis.

La Cooperación Española, por su parte, se ha involucrado lealmente en este debate desde que comenzara en 2012. La contribución más reciente es una propuesta de posición que someterá a la opinión de expertos y sociedad civil la próxima semana en Madrid. El documento merece ser leído, porque ofrece un resumen completo y actualizado del estado del debate de los ODS y la propuesta de la ONU. El problema es que se parece peligrosamente a ella en su incapacidad para establecer prioridades y definir compromisos. Dicho de forma simple, resulta muy difícil estar en desacuerdo con el contenido de la posición española, porque toca absolutamente todos los palos y siempre con un grado de superficialidad preocupante. En este contexto, decirlo todo es lo más parecido a no decir casi nada.

El conjunto del Gobierno de España debería apoyar a la Secretaría de Estado de Cooperación y empezar a comportarse como si este asunto le importase algo. Además de contribuir a definir mejor los objetivos globales en aquellas áreas en las que la Cooperación Española ha adquirido prestigio y experiencia (seguridad alimentaria, salud o gobernabilidad son solo tres ejemplos), podría poner en ordensu propio patio. Al fin y al cabo, resulta exótico hablar de solidaridad, equidad y sostenibilidad cuando has reducido tu presupuesto de AOD a un accesorio de la Señorita Pepis,has legislado para dejar a los inmigrantes irregulares en un gueto sanitario y has deconstruido el sector de las energías renovables. Seguro que un aspirante al Consejo de Seguridad de la ONU es capaz de algo más que predicar una cosa y hacer la contraria.

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