Qué dice de nosotros el lugar en el que trabajamos
Cubículos. Despachos. Mesas compartidas... las oficinas llevan años dictando cómo se debe percibir un empleo.
Pasamos el grueso de nuestras jornadas en el lugar de trabajo. La oficina es el sistema nervioso en nuestra sociedad del conocimiento. Pero para ser la columna vertebral de la existencia del humano medio, por no decir catedral para los fanáticos del trabajo, generalmente prestamos muy poca atención al camino que nos ha traído a un cubículo frente a una pantalla y una hoja de cálculo durante toda una jornada laboral. A cómo hemos pasado del trabajo manual en serie a la oficina contemporánea. Esta historia es la que cuenta Cubed: A secret history of the workplace (Traducible como Al cubículo: Historia secreta del lugar del trabajo), un nuevo libro en el que Nikil Saval explica la evolución de la oficina deteniéndose en sus hitos arquitectónicos y culturales, del pupitre del escribano hasta el cubículo.
"Las oficinas nacieron como cavernas húmedas, con torres de archivos de hacinamiento por todas partes como si fueran estalagmitas oscuras, pero en los cincuenta empezaron a volverse lugares limpios y deslumbrantemente iluminados", alerta Saval. Los motivos no son tan obvios como la higiente, ya que la tesis del autor del libro ahonda más bien en la utopía de la búsqueda del lugar de trabajo óptimo a lo largo de los años.
Las primeras oficinas como tales tomaron el ejemplo del trabajo en serie fabril y alineaban los pupitres de los oficinistas según sus tareas. Con la implantación de las teorías del trabajo de Frederick Taylor, a principios del siglo XX, con las que se pretendía eliminar todas las ineficiencias del trabajo de oficina hasta el momento, ese espacio se reconvirtió por completo dando pie a los primeros espacios abiertos, sin paredes y, por tanto, sin intimidad apenas, y que giraban por completo en torno al poder del gerente, una nueva figura que nació para controlar la eficacia laboral de los oficinistas.
El primer edificio de oficinas moderno se inauguró en Nueva York. Fue en 1906. Se llamó Larkin Administration, lo diseñó por Frank Lloyd Wright. "Estaba interesado en crear grandes espacios al estilo de las catedrales por motivos estéticos, pero en realidad era muy útil para los directivos porque no tener paredes significaba que podían supervisar a los trabajadores en este espacio abierto y vigilarlos. Se trataba de ejercer el control”, explica Jeremy Myerson, profesor de diseño en el Royal College of Art.
Desde la prohibición de hablar a estar rodeado de eslóganes como "El trabajo honesto no necesita patrón", la oficina hasta la Segunda Guerra Mundial apenas modificó su arquitectura, pero tras la posguerra, en plena reestructuración del trabajo a causa del boom económico, volvieron los cambios. Ya no era cuestión de mejorar la eficiencia sino también de replantearse la comodidad de los nuevos escenarios laborales. Fue entonces cuando vio la luz el cubículo.
El nacimiento de la Action Office se debió al feliz encuentro entre el dueño de la empresa Herman Miller, dedicada al diseño de muebles, y un joven diseñador llamado Robert Propst. En los años 50 y principios de los años 60 en las oficinas europeas y estadounidenses dominaba el concepto paisaje-oficina (es la traducción más fiel al término Bürolandschaft) y el tándem formado entre el empresario y el diseñador introdujeron un primer prototipo del cubículo –un espacio abierto que constaba de varios niveles de trabajo diferentes y móviles– que, pese a su vanguardismo, no acabó de cuajar en el mercado. Tras ese primer tanteo, ya en 1968, la segunda versión de la Action Office aterrizó para esta vez quedarse.
Y aunque el proyecto original incluía superficies y estantes móviles, además de varios niveles de escritorios para que los trabajadores pudieran pasar parte del tiempo sentados y parte de pie entre las tres mamparas flexibles que otorgaban cierta privacidad al oficinista, el cubículo acabó siendo malinterpretado. “Muchos diseños de oficina se pensaron para que los trabajadores se quedaran en su sitio, la Action Office se creó para que se movieran”, cuenta Saval, pero, como subraya el autor, el optimismo de Robert Prospt "sería su perdición". Fue cuestión de (poco) tiempo para que alguien se diera cuenta de que esa oficina móvil podía ser transformada en una caja y en 1998, explica Sval, alrededor de 40 millones de estadounidenses estaban trabajando en lo que él estima fueron 42 versiones diferentes Action Office II, cada vez más estrechos, más pequeños y claustrofóbicos. Fue así como ese espacio llamado a ser revolucionario se convirtió en sinónimo de alineación y precariedad. Y de aislamiento.
Hoy día el cubículo casi parece un objeto de nostalgia gracias al retrato de estos espacios, a veces entrañable a veces irónico, en cómics como Dilbert o series como The Office. Con los nuevos modelos laborales basados en la ausencia de jerarquía y que potencian la creatividad por encima de la productividad, los espacios se están transformando hacia oficinas de coworking y escenarios lúdicos, con Silicon Valley y las empresas tecnológicas como paradigma. Del mismo modo, el auge del trabajador autónomo también está modulando un nuevo escenario de trabajo menos estable pero más independiente. Una oficina móvil, eso sí, de horarios indefinidos.
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