De la emoción a la diversión
Cinecittà World, un parque temático sobre el cine, pretende explotar, a 29 euros la entrada, los sueños atesorados en Cinecittà Studios
Entre el drama y la farsa (o entre la emoción y la diversión) median 25 kilómetros, los que hay entre Cinecittà Studios y Cinecittà World. El origen, los estudios cinematográficos inaugurados por Mussolini en 1937, saqueados por los nazis en 1943. Allí se rodaron (entre otras 3.000) Ben-Hur, Helena de Troya, Cleopatra, La pasión de Cristo o Gangs of New York. Hoy atraviesa por la misma crisis que el cine en general; perdió 5,6 millones de euros en 2012 y su propietaria (Italian Entertainment Group, IEG) suspira por atraer nuevas producciones a sus decorados. La retórica ha sido generosa con Cinecittà. Unos dicen que es la fábrica de sueños —siempre se duerme alguien en el cine—, los italianos conocen los estudios como “Hollywood sul Tevere” y los folletos turísticos fantasean con las imágenes de los grandes actores que han trabajado allí o los brillantes directores italianos (Fellini, Visconti, De Sica) que alumbraron la posguerra europea. Todo son recuerdos allí; lo único olvidado es el presente.
A 25 kilómetros acaba de inaugurarse Cinecittà World, un parque temático sobre el cine diseñado por Dante Ferretti (el director artístico preferido de Martin Scorsese) que pretende explotar, a 29 euros la entrada, los sueños atesorados en Cinecittà Studios. El trayecto Studios-World parece una metáfora de la historia del cine: la obligada conversión de una industria pensada para adultos en un servicio dirigido hacia la infancia educada por la televisión. IEG también es dueña del parque Cinecittà. Dice que el parque busca también (además de beneficios, claro) revitalizar los estudios, quizá por el método, ciertamente confuso, de la analogía: si un millón y medio de personas visitan el parque en 2015 es probable que la próxima secuela de Los vengadores o X-Men se ruede en los estudios.
Pero la emoción y la diversión son negocios distintos, aunque confluyan en la pantalla. Bien lo sabían Louis B. Mayer, Harry Cohn o Irving Thalberg, maestros en transformar la una en la otra. El secreto está en que la emoción está un escalón por encima de la diversión; sólo puede saltarse con la alquimia de la industria del cine. Que es precisamente la que en Europa está en fase de extinción.
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