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La Gaviota levanta el vuelo

La actriz que hizo llorar a medio mundo abandonó su carrera por amor a Peña Nieto Ahora parece que Angélica Rivera está dispuesta a dar otro giro a su vida y salir del segundo plano Su primer movimiento: un posado todo glamur

Jan Martínez Ahrens
Angélica Rivera junto a su esposo, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, en la campaña electoral de 2012.
Angélica Rivera junto a su esposo, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, en la campaña electoral de 2012.edgard garrido (reuters)

Angélica Rivera y Enrique Peña Nieto podrían haberse conocido en la escena de una telenovela y casi nadie se habría dado cuenta. Cuando tuvieron su primera cita, allá en 2008 bajo las tenues luces del restaurante Philippe, en México DF, ambos vivían la espuma de sus días. Ella era una bella y popular estrella de televisión recién divorciada, y él, un pujante y mujeriego gobernador que hacía un año había enviudado. Ella tenía hijos, y él también. Habían quedado a las nueve de la noche y, conversando, se les había hecho ya la una de la madrugada. Hubo en esa secuencia eso que llaman química, y aquello derivó en noviazgo, matrimonio, campaña electoral y, como guinda final, en la conversión de Angélica Rivera en primera dama de México. Entraba así en la residencia oficial de Los Pinos la actriz que había hecho llorar a medio mundo con su interpretación de La Gaviota en la irresumible telenovela Destilando amor.

El guion debería haber terminado aquí. Y eso pareció en un principio. Rivera, una mujer calificada por sus amigos de muy franca y transparente, era más famosa que Peña Nieto cuando le conoció, pero con el matrimonio abandonó su carrera, apostó por la familia y adoptó un segundo plano, con un perfil más diluido que sus predecesoras. Durante largo tiempo, La Gaviota, como aún se la llama en México, dejó de batir las alas. Pero algo parece que ha cambiado en esta sosegada agenda. A sus 44 años, Angélica Rivera, como en sus mejores tiempos, ha protagonizado en las últimas semanas algunos golpes de imagen; entre ellos, una comentada sesión de fotos en poses de cierta sensualidad que la han devuelto, aunque sin abandonar los tonos suaves, al primer plano de la escena.

Ya les ocurrió, con diversa fortuna y por otros motivos, a anteriores primeras damas. En la vida política mexicana reciente aún se agita la sombra de Marta Sahagún, primero portavoz y luego esposa del presidente Vicente Fox (2000-2006). Sus ambiciones políticas, destapadas al final del mandato, desencadenaron tal tormenta que desde entonces ninguna primera dama ha pisado ese jardín. “Y menos que nadie Rivera, ella no tiene nada que ver con la vida de los partidos; era popular antes y lo será después, pero con una figura pública propia. No tiene ambición política ninguna”, señala el especialista en comunicación social y encuestas Roy Campos.

Peña Nieto y Rivera, con los hijos que ambos han aportado al matrimonio, en 2012.
Peña Nieto y Rivera, con los hijos que ambos han aportado al matrimonio, en 2012.mario vázquez (afp)

En la elaboración de su imagen, Rivera ha adoptado una línea neutra. En los grandes temas de debate, como el aborto o el matrimonio homosexual, no se le conoce opinión propia. Tampoco se ha distinguido por entrar en la batalla de los partidos ni tener preferidos para la sucesión interna. Ella desempeña su papel de artista retirada, que supone un activo para el presidente Peña Nieto. “Le acerca a un segmento de la población a la que no le gusta la política, pero sí el espectáculo”, dice Roy.

Desde este prisma se interpreta en ambientes políticos su aparición en la portada de la edición mexicana de la revista Marie Claire. Bajo el titular “Redefiniendo el poder femenino”, la primera dama posa junto a su hija mayor, Sofía Castro, de 17 años. El reportaje, acompañado de una entrevista amigable, las muestra en el interior de la residencia presidencial de Los Pinos. A lo largo de 22 páginas desfilan imágenes en blanco y negro, con poses muy estereotipadas y algunas insinuantes: Rivera con los hombros y media espalda desnudos; sentada con gabardina de piel y zapatos de aguja mostrando una cimbreante pierna… Algo extraordinario en el recatado ramo de las primeras damas, donde los posados no salen del espectro que va de lo maternal a lo ejecutivo.

La sesión fotográfica ha dado la vuelta al mundo. The Washington Post, por ejemplo, la utilizó para lanzar una provocativa pregunta: ¿por qué no pueden ser sexis las primeras damas? En México, las poses de Rivera, bien conocida como actriz, han sido asumidas sin alharacas. Tampoco ha escandalizado la extrema brevedad de la falda de su hija, que está arrancando su carrera de actriz. El aguijón más bien ha procedido del menoscabo que las imágenes pueden infligir al trabajo social que, desde tiempos del virreinato, recae en la primera dama.

“Salir en portadas de revistas es normal. Pero sus poses no son de esposa de mandatario, con un trabajo social, sino de actriz. Le benefician a ella, no a la nación. Ahí hay una contradicción”, afirma Sara Sefchovich, catedrática de la UNAM y autora de La suerte de la consorte, una historia de las primeras damas mexicanas. “Pero hay que reconocer que ha desarrollado a la perfección su papel como acompañante oficial del presidente”, continúa Sefchovich, “tiene un gran manejo de la imagen; es popular y representa la historia de un éxito, casi de un cuento de hadas”.

Y es cierto que, a vista de pájaro, la vida de Angélica Rivera, Angie para los amigos, dibuja una trayectoria ascendente. Nacida en 1969 en México DF en el seno de una familia de clase media, pronto su madre se quedó sola a cargo de los seis hijos. Y ella asumió un papel motriz, hasta el punto de que acabaría pagando la carrera a sus hermanos.

“Era popular antes y lo será después, pero con una figura pública propia. No tiene ambición política ninguna”

Su primera oportunidad le llegó a los 17 años cuando, animada por la estrella absoluta de las telenovelas Verónica Castro, ganó el popularísimo certamen de belleza El rostro de El Heraldo, semillero de las grandes figuras de los culebrones. Su aparición ese año en un vídeo de un adolescente Luis Miguel (Ahora te puedes marchar) y su trabajo como presentadora en TNT le abrieron las puertas de la factoría Televisa y sus telenovelas. Ahí debutó con Dulce desafío en 1988. Luego vinieron 20 años de trabajo jalonado de títulos de sonoridad fucsia como Huracán, Sueño de amor, Ángela, Mariana de la noche, La dueña o Destilando amor. “Es una actriz muy conocida, pero sin ser un icono nacional como Verónica Castro o Lucía Méndez”, indica el escritor Fabrizio Mejía Madrid.

Durante ese periodo se casó con el productor José Alberto Castro (hermano de la archiconocida Verónica), con quien tuvo tres hijas. La relación acabó en divorcio en 2008. Fue poco después cuando ella, “priista de corazón”, participó como imagen en una campaña de “compromisos cumplidos” de la Administración del Estado de México. En esa promoción conoció al entonces gobernador Enrique Peña Nieto. Un político que parecía haber tocado techo y al que un año antes se le había muerto su esposa, Mónica Pretelini Sáenz. Con ella había tenido dos niñas, un niño y una relación marcada por la infidelidad. El propio Peña Nieto reconocería años después haber engendrado dos hijos fuera del matrimonio.

La divorciada y el viudo. La estrella y el gobernador. Dos figuras que, a tenor del relato de la propia Angélica Rivera, sintieron una fulminante atracción hasta el punto de que a los cinco meses de salir, él se declaró. Así lo recordó la actriz posteriormente: “Se me quedó mirando a los ojos, me abrazó lentamente y me preguntó si quería ser su novia. Era la primera vez que alguien me lo preguntaba. Por supuesto que le dije que sí. Y él me contestó: ‘Dime el sí bien’. Y le repetí más fuerte: ‘¡Por supuesto que sí!”.

Tras este éxtasis amoroso, la pareja empezó a aparecer en los actos sociales. El romance era notorio y Peña Nieto, amante de los grandes gestos, no desaprovechó un viaje en diciembre de 2009 al Vaticano para, en la basílica de San Pedro, anunciar ante el Pontífice su próxima boda y recibir la bendición. Apenas un año después se casaron en Toluca. Ella, para culminar esta historia de miel y flores, lucía un vestido de novia aperlado, rematado por una torera con cuello chimenea.

Angélica Rivera, caracterizada como La Gaviota.
Angélica Rivera, caracterizada como La Gaviota.

Llegaron luego los tiempos electorales. Una batalla dura en México. Pero en 2012 Peña Nieto, del que muchos pensaban que tenía la mandíbula de cristal y que no aguantaría el primer asalto, se creció. Su esposa fue activa y, como reconocen los expertos en imagen política, le sirvió de ayuda. Su vestimenta se hizo más sobria, abandonó los brillos y los cabellos alborotados, adoptó el papel de madre, incluyendo a tres vástagos de Peña Nieto; hasta emitió una serie de vídeos narrando sus percepciones de la campaña.

Alcanzada la gloria presidencial, optó por la discreción. Sin olvidar sus orígenes artísticos, racionó a cuentagotas sus apariciones con la gente del espectáculo. La actriz, conocida en Latinoamérica, pero también en China e Indonesia, parecía haber desaparecido. “En un país donde las telenovelas son una religión, ella bajó su perfil. No solo hubo un cambio físico, sino también de personalidad pública. Pasó a ser más hermética y cautelosa”, indica el periodista Alberto Tavira.

Pero ahora ha recuperado aliento. Y ha vuelto a brillar. Una señal se activó en su viaje a España en junio, donde su indumentaria en los encuentros con la familia real y su duelo de estilo con Letizia arrasaron en Latinoamérica. Y después llegaron sus fotos en la residencia presidencial, uno de los grandes símbolos del poder institucional en México. Nadie sabe si es un movimiento pasajero o si supone el inicio de un retorno a su poderosa marca, a su propia imagen y, de algún modo, a la ruptura con un papel excesivamente subordinado. En la entrevista que tanto revuelo ha generado apunta: “Hay tres cosas en la vida que nadie te puede quitar: tu libertad, tu esencia y tu dignidad. Esta última es algo que las mujeres no debemos perder nunca; tú puedes regalar de ti muchas cosas sin que te afecte, pero esa no”.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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