Siete cosas en las que urge que nos pongamos de acuerdo
Porque se oye demasiado 'tritono' de WhatsApp por la calle, porque hay demasiados 'hashtags' en Instagram... Una guía de modales 2.0
No hay peor amenaza para la raza humana que un invento tecnológico que se propaga más rápido que el sentido común. Le pasó a la dinamita, que solo tendría que haberse usado en la industria minera y no para matar humanos, y le ha pasado a la impresora 3-D, que más de un lunático ha utilizado para diseñar un arma que cualquiera puede fabricar en su casa. Pero como el mundo no vive siempre en momentos tan extremos, las amenazas cotidianas son las más perversas: son las que sientan las bases de algo peor. Por eso, esta pequeña guía a cómo estamos usando la tecnología y las redes sociales tiene la esperanza de, al menos, influir un poco en cosas que quizá nos hagan la convivencia entre nosotros más fácil.
1. Si te llaman al móvil y se corta la línea, no llames tú de nuevo. De todas las ignominiosas maneras que el ser humano ha encontrado para perder el tiempo, la más surrealista es la que sucede después de que una llamada telefónica se corte a mitad de conversación. Lo que sigue entonces es el triste espectáculo de dos adultos que intentan hablar a la vez con el objetivo de poder escuchar al otro. Pasa cuando ambos deciden marcar a toda velocidad al interlocutor para ser, ambos, el primero de retomar la comunicación, que es la mejor forma de que el teléfono de uno esté comunicando cuando el otro le esté llamando. Lo cual es aceptable para un número de Tip y Coll pero no para un hombre respetable. (Esperar un poco a la vez para acabar en la misma situación no mejora las cosas. Llamar justo después de que llegue el clásico SMS avisando que “el número que ha marcado ya está disponible” es también una muestra de falta de planificación: lo primero que ha hecho la otra persona al colgar ha sido leer el mismo mensaje).
Todo esto se solucionaría si el mundo civilizado se pusiera de acuerdo en una norma básica: el que efectúa la llamada tiene la responsabilidad de llevarla hacia su conclusión. Y el que la recibe, la responsabilidad de contestar el teléfono las veces que haga falta. Si la conversación se corta a la mitad y no hay una segunda llamada, se interpretará que no hay más mensaje que contar. No más tonos comunicando. No más “No, si eso era todo. Ya. Venga, hasta luego. Eso es. Hasta luego”. No más.
2. Tener activado el sonido de WhatsApp no tiene sentido. Nadie en su sano juicio manda mensajes instantáneos esperando una respuesta inmediata a una cuestión de vida o muerte. Para eso está la función de llamada. Los whatsapps urgentes (¿para cuándo la grafía guasaps para este tipo de mensajes?), por tanto, no existen. Lo que sí existen son los whatsapps numerosos. Los que puede escribir ese usuario que manda un mensaje por cada frase, en lugar de agruparlas todas en un párrafo. O los que puede emitir de ese grupo en el que todo el mundo reacciona a todo a la vez. Quién sabe. Los caminos de WhatsApp son oscuros y albergan horrores. Y de todos ellos, el peor sin duda es que el entorno de uno tenga que sobrellevar el odioso tono que acompaña a cada uno de los mensajes, fotos y reacciones. Pueden ser docenas y suelen venir seguidos. Y no hay nada peor que un sonido diseñado para llamar la atención que suena docenas de veces de forma seguida. Así que no pasa nada por quitarle el sonido a la aplicación en general (Ajustes, Notificaciones): si no uno no puede contestar en ese momento no le sirve de nada enterarse de que le están llegando mensajes. Y que le estén llegando no es culpa del que esté sentado a su lado en el trabajo, el metro o el restaurante.
3. Hay muy poca gente en el mundo capaz de poner más de cinco hashtags en una foto de Instagram y salir airoso. El resto, generalmente, queda condenado a parecer un hortera o, en casos extremos en los que se supera la quincena de etiquetas, un pasajero solitario e inerte en ese aciago viaje que es su vida. Sí, la existencia es caleidoscópica y un paisaje urbano se puede ver tanto como #madrid o como #mihogar o #odioloslunes, por poner tres ejemplo. Pero la fotografía consiste, precisamente, en seleccionar un punto de vista y ceñirse a él. Si uno intenta que su seguidores vean esa misma calle como #edificios #elvacíoenmiinterior #hisptersengranvia y #arteurbano, tenemos un problema de concepto. Lo mismo pasa con las etiquetas destinadas a agrupar fotos similares, como #streetart o #instagood o #foodporn. Tiene que haber una una para dominarlas a todas. Todo lo demás es perder el tiempo.
4. Los vídeos grabados con el móvil deben ser horizontales, no verticales. El ser humano ve la vida en formato panorámico. De ahí que tenga los ojos uno al lado del otro y no uno encima del otro. Si todo el mundo es capaz de aceptar esta realidad; si la relación entre una imagen en movimiento y nuestra visión es así de simple; si nadie ha lamentado jamás la falta de pantallas de cine verticales, ¿por qué entonces hay en YouTube tantos vídeos grabados con el móvil en posición vertical en los que el 67% de la imagen son dos odiosas barras a los lados y el 33% restante, un atisbo de algo borroso que aparentemente fue grabado durante un terremoto? No es nada complicado girar el móvil 90 grados, sujetarlo con las dos manos, capturar mucha más imagen y facilitar que el resto del mundo vea ese algo que fue lo suficientemente importante como para ser grabado y compartido.
5. Las aplicaciones que miden el número de seguidores de tu cuenta y te avisan de quién te deja de seguir no tienen ningún sentido. De hecho, son la causa de que mucha gente te deje de seguir. Tú no mandas sobre tus seguidores. No tienes por qué controlarlos.
6. Ya no hace falta llamar selfie a un selfie. Ni hay por qué justificarlo. El auge del término selfie, que explotó a finales del año pasado cuando Obama se hizo aquel autorretrato en el funeral de Nelson Mandela, siempre tuvo doble significado. Por un lado valía para describir la tendencia del usuario medio de smartphone a hacerse fotos a sí mismo para publicarlas en redes sociales. Pero por el otro siempre pareció justificar la vergüenza del narcisismo que conlleva el gesto. Durante aquellos días, hablar de selfies era como hablar de masturbación en un instituto: resulta que este vicio no está tan mal porque todo el mundo lo hace.
Sería interesante superar esa fase de descubrimiento, aceptar que los selfies están aquí para quedarse y, sobre todo, que a casi nadie le importa un cuerno cómo se ha hecho una foto. Si no hay un novie para las fotos hechas por el novio, ni un cuñadie, ni un mimejoramigalapatrie, el que el autor de la foto sea uno mismo no tiene tanto interés como lo que se ve en ella. Y que el que se vea sea siempre la cara del dueño de la cuenta no es tan grave: las mejores cuentas de Instagram tienen un elemento temático (un motivo visual que se repite en todas las fotos, conectándolas) y a muy pocos de nosotros nos sigue nadie por nuestro talento fotográfico ni nuestra capacidad de plasmar la esencia de hamburguesas. Así que, si generalmente es gente que quiere saber de nuestra vida y, por ende, vernos, ¿por qué no dar la cara?
7. Lo de los pies ante un paisaje veraniego podría extinguirse. No lo hará, y es algo que tenemos que aceptar. Pero debería.
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