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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tregua deportiva

La celebración del Mundial de Brasil coloca en primer plano la fiesta global del fútbol

El Mundial de Fútbol ya ha sorprendido al último campeón, España, con una derrota que no hubiera imaginado ni en la peor de sus pesadillas; y se inició el jueves con una polémica arbitral que el país anfitrión hubiera preferido ahorrarse. Los lances del juego seguirán causando sorpresas y disputas que, como todas las deportivas, no deberían tener trascendencia, más allá de los inevitables rifirrafes entre hinchadas. Lo que podría resultar preocupante es que la contestación callejera a la organización de un evento millonario, en un país con graves dificultades sociales y económicas, pudiera generar situaciones que entorpecieran el desarrollo de un campeonato para el que, fueran oportunas o no, las inversiones se han realizado ya. El mismo día de la inauguración, algunas manifestaciones, muy minoritarias si se las compara con las de hace unos meses, terminaron en enfrentamientos con la policía.

Seguramente nadie imaginó en 2007, ni los políticos que habían propuesto a Brasil como sede del Mundial, ni la sociedad que recibió entonces con alborozo que se le concediera la organización del torneo, que el crecimiento sostenido del gigante latinoamericano sufriría un notable frenazo. La organización de grandes eventos deportivos como oportunidad de realizar sustanciosas inversiones en infraestructuras para dinamizar la economía de determinadas regiones no siempre tiene el éxito garantizado, pese a haberse impuesto como una de las fórmulas más explotadas por aquellos Gobiernos que quieren asegurar su proyección internacional e insuflar altas dosis de autoestima en sus poblaciones. Ése ha sido justamente el problema de la actual presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, que ha visto como el desafío de sacar adelante el Mundial de Fútbol, en un país que ha hecho de ese deporte una de sus mayores señas de identidad y motivo de orgullo nacional —el que tiene mejor palmarés: cinco copas del mundo—, corre el riesgo de volverse en su contra en las próximas elecciones presidenciales de octubre.

El balón ha comenzado a rodar, y tiempo habrá para valorar una iniciativa que se cumplió por los pelos —todavía se estaban terminando algunas obras cuando los jugadores ya se disponían a saltar al campo— y en la que influirá decisivamente si Brasil gana el Mundial. Hasta que llegue ese momento, toca disfrutar del juego. Los canales para protestar en ese gran país son, afortunadamente, los propios de una democracia.

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