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Crímenes para la Historia

En una época sin culebrones de television, el suceso desató una curiosidad ciudadana casi insaciable

Rafael Escobedo.
Rafael Escobedo.JOSÉYOLDI

Hay crímenes que son Historia. O que forman parte consustancial de la Historia. Asesinatos con mayúscula como el del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, que supuso el estallido de la I Guerra Mundial. Y hay asesinatos con minúscula que se imbrican tanto en la vida de un país que llegan a fundirse con su historia. La muerte a tiros de los marqueses de Urquijo, el 1 de agosto de 1980, fue uno de los crímenes del siglo XX y aun del XXI.

En una época en que no había culebrones de televisión ni morbosas tertulias del corazón, lo ocurrido en un lujoso chalé de Somosaguas (Madrid) desató una curiosidad ciudadana casi insaciable en aquel ya lejano verano de 1980.

En plena canícula estival apenas había noticias. Tanto es así que hasta EL PAÍS incluía en su primera página del 2 de agosto este titular: “Las vacaciones gubernamentales paralizan la actividad política” (el presidente Adolfo Suárez se iba a descansar a Galicia y muchos de sus ministros seguían sus pasos en bañador). Y en esa misma portada, a dos columnas, la gran noticia del día: “La policía descarta el móvil terrorista en el asesinato de los marqueses de Urquijo”.

Fue así como, pese a su alcurnia y rancio abolengo, los españoles supieron de la existencia de una discreta y hasta entonces desconocida pareja de aristócratas —María Lourdes Urquijo Morenés y Manuel de la Sierra Torres— y su vil asesinato a tiros.

El marqués consorte era ingeniero, abogado y banquero, además de caballero de la Orden de Malta, del Santo Sepulcro y del Santo Cáliz de Valencia. Su esposa era Grande de España, quinta marquesa de Urquijo, marquesa de Loriana y de Villar del Águila. Al morir contaba 45 años. Era una mujer frágil, tímida, recatada, muy religiosa, y veía pasar la vida volcada en obras de caridad y en el ropero de beneficencia.

Los lectores de la época devoraban los diarios y los semanarios, en los que se teorizaba con que el doble homicidio era obra de ETA; más tarde, de unos sicarios; después, que el móvil era el dinero... e incluso que el autor de la fechoría podía ser un antiguo sirviente despedido por homosexual... Hasta que en abril de 1981 fue detenido como presunto criminal Rafael Escobedo Alday, un chico de 26 años, exmarido de Myriam, hija de los difuntos marqueses.

A partir de ahí, la prensa descubrió un ramillete de personajes que de una forma u otra adornaban el drama: la alocada pandilla de Rafi Escobedo, entre ellos el marqués de Torrehermosa; el adusto administrador de los Urquijo; una exótica mucama, y hasta un mayordomo lenguaraz. Pero los periodistas también investigaron por su cuenta y riesgo, de forma que los dos sumarios que originó el caso están plagados de pistas aportadas por los reporteros más aguerridos.

 

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