Emigrar sin progresar
En 1950 Estambul tenía un millón de habitantes. Hoy tiene 14. Cada año, 250.000 personas se suman a la ciudad. Muchos llegan a la estación de autobuses de Harem. Para Doug Saunders, autor de Ciudad de llegada (Debate) en Harem puede verse el futuro de las ciudades del mundo. Los gecekondu fueron viviendas ilegales levantadas en los años setenta que el tiempo, la perseverancia y la lógica convirtieron en legales.
Sucedía así. Por la noche, cientos de personas cavaban los cimientos de sus futuras casas. Antes de que amaneciera lo cubrían todo con tierra para que nadie pudiera detectarlo. Tras los cimientos levantaban, otra noche, paredes de ladrillo sin mortero y las recubrían con barro. Otra noche abrían en los muros puertas, ventanas y, finalmente, colocaban como cubierta planchas de uralita. Los gecekondu se levantaron de la noche a la mañana (eso significa la palabra) por personas que dormían de día para poder construir su casa por la noche. Con el tiempo se desvirtuó el sistema y apareció una mafia del gecekondu. Desde venta de protección ante la demolición hasta cenas de lujo de los mafiosos. Pero en la lucha por el espacio en la ciudad la presencia física es un arma. Hay barrios ilegales con escuelas legales. Transformar a quienes habían construido los gecekondu en sus propietarios fue un proceso paulatino que implicó hacerles participar en la economía. En 1989, las dos terceras partes de Estambul estaban construidas así: Turquía se había convertido en un país de ciudades de llegada. El plan de mejora para integrar esos barrios en la ciudad pasó por eliminar las viviendas peor construidas. La ley ofreció tres maneras de mejorar: conservar, trasladarse a un piso o vender los terrenos y recoger los beneficios. Casi nadie conservó la vivienda. “De la mentalidad idealista se pasó a la que buscaba otro tipo de beneficios”, escribe Saunders. Hoy muchos de esos nuevos barrios transformados parecen ciudades pero no son vecindarios. “La mayoría de los vecinos sale del complejo con su coche y no ha pisado jamás el barrio. Les gusta vivir con vigilancia 24 horas y amplias plazas de aparcamiento”, explica el periodista canadiense.
Mientras eso sucedía en Estambul, muchos turcos buscaron ciudad de llegada en otros países. El barrio de Kreuzberg, en Berlín, no es una reproducción de su tierra natal. De acuerdo con Saunders, quienes viven allí llevan un retraso de 20 años respecto a los que se trasladaron a Estambul. En Berlín “los turcos están fijados en un pasado rural que ya no existe”. ¿Por qué? El autor de Ciudad de llegada sostiene que porque son tratados como visitantes temporales. La proporción de turcos nacionalizados nunca ha superado el 3%, de quienes llegan. Esta exclusión comenzó cuando en 1961, y con una economía en expansión con graves carencias de mano de obra, la RFA abrió una oficina en Estambul para contratar obreros. Se les llamó “trabajadores invitados”. Pero no se les invitó a formar parte de la sociedad alemana. Tras cerrar la entrada de trabajadores en 1974, Alemania había acumulado, en 2002, 2,6 millones de turcos. Solo el 30% había inmigrado como trabajador. Más de la mitad llegó por reagrupación familiar. Por esas fechas, Alemania modificó sus leyes de extranjería. Los hijos de inmigrantes podían por fin ser alemanes y, como tales, poner por ejemplo en marcha un comercio. Es decir, acceder a una vía de futuro que les permitiera integrarse en una nueva sociedad.
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