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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Farsa en Siria

Mientras El Asad monta una ficción electoral, 2.000 europeos luchan contra su régimen

Como toda dictadura sangrienta que trata de imponer su propia realidad al margen de lo que verdaderamente sucede, el régimen sirio ha celebrado elecciones presidenciales. El jefe del Estado, Bachar el Asad, ha obtenido el 88,7% de los votos con una participación del 74,4% según el Tribunal Constitucional sirio. Se trata de hechos y datos que moverían a la ironía si no fuera porque Siria se ha convertido en una de las mayores tragedias en lo que va de siglo XXI. Una guerra civil sin visos de acabar, con 200.000 muertos, 130.000 detenidos desaparecidos, 4 millones de desplazados internos y 3 millones de refugiados.

Editoriales anteriores

El empecinamiento del régimen de Damasco para aferrarse al poder a costa de destruir el milenario país, como han constatado sobre el terreno los enviados especiales de EL PAÍS, es solo uno de los factores que explican el baño de sangre. La incapacidad, y a menudo el desinterés, de la comunidad internacional por detener o poner en vías de solución la guerra le han servido a la perfección a El Asad para mantenerse firme en su propósito de no ceder a ninguna solución pacífica. Quienes podrían tener algo que hacer para resolver el problema —desde Rusia a EE UU, pasando por China, la UE y los países árabes— han asumido el coste de no apagar el fuego de la guerra y tratar de limitar sus efectos. Así se han producido escenas propias del medievo, como la crucifixión de cristianos a manos de milicias islamistas, el fusilamiento en masa de prisioneros y la muerte indiscriminada de civiles.

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Los países del G 7 han caído en la cuenta de que en Siria hay unos 2.000 europeos —combatiendo con los islamistas radicales— adquiriendo una experiencia en combate superior a la que la tienen la inmensa mayoría de sus propios militares. Una amenaza nada hipotética cuando estos guerrilleros vuelvan a sus países de origen. Puede que no sea el más noble de los motivos, pero es un peligro suficientemente grave como para ocuparse en serio de la paz en Siria.

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