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Tribuna
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Testimonio y retrato personal

Tenía las cualidades más idóneas: lucidez, cortesía no fingida y apertura de espíritu

Escuché el primer discurso del rey Juan Carlos, el de su proclamación a fines de 1975, en un café de la playa catalana de Calafell, en compañía de Carlos Barral, de Juan Marsé y del Moreno, un pescador de historia anarquista y republicana. Brindamos con cava por la indudable intención democrática del discurso, pero tengo la impresión de que el Moreno, en lugar de brindar, se quedó murmurando algo entre dientes.

Años después, al conocer al Rey en persona, me infundió un sentimiento de simpatía, de naturalidad, de comunicación no calculada ni complicada. En la comida reciente del Premio Cervantes, me palmoteó en forma amistosa y creo que reanudamos esa relación, que se caracterizaba por su tono natural. Desde la perspectiva de hoy, me parece que fue el personaje más adecuado, no sólo por razones dinásticas, también por temperamento, para cumplir su papel en la complejidad de una transición política: lucidez, cortesía no fingida, apertura de espíritu. Trabajaba sin aparente fatiga en su difícil tarea y no daba nunca la impresión de pasarlo mal, de hacerlo con excesivo esfuerzo.

Puede que haya cometido errores, como todos nosotros, pero estuvo a la altura de la circunstancia histórica. Fue rey en su porte, en su estilo, en su lenguaje y hasta en su pronunciación un tanto enrevesada. Se entendió bien con los españoles y los hispanoamericanos y fue un excelente emisario de España en el resto del mundo.

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Al conocer al Rey en persona, me infundió un sentimiento de simpatía, de naturalidad, de comunicación no calculada ni complicada

Si todavía existía algún aislamiento de España a la muerte del general Franco, y no hay duda de que existía a pesar de las apariencias de normalización, el rey Juan Carlos ayudó a superar el problema ampliamente, con sentido de su país, de su posición en el mundo contemporáneo, y con vocación clara de universalidad.

Daba una impresión curiosa de moverse a gusto y de encontrarse en todas partes con viejos amigos. Era, en su función irremplazable, el mejor para conducir el delicado proceso, con impecable estilo, con un equilibrio siempre razonable. Como escritor atento al uso del lenguaje y como diplomático ocasional, puedo asegurar que no es poco.

Jorge Edwards es escritor.

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