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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tierra quemada

Antes de las elecciones parecía que iba a haber empate; como no se produjo, salieron a decir que ya lo habían dicho ellos

Juan Cruz

Un periodista inglés, asustado porque la agrupación de sabios españoles, entre ellos innumerables periodistas y políticos, había decretado el fin de España, exclamó ante unos amigos asustados por el apocalipsis que narraban tales sabios:

 —¡Están quemando la tierra!

Lo que quería decir era que en el incendio de España teníamos que salvar algunos muebles, pues, explicó, "no se puede funcionar con la política de tierra quemada". ¿Y qué es eso de la política de tierra quemada? "Pues eso: que si ustedes lo queman todo de la noche a la mañana, no tendrán ni muebles para sentarse".

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Este apocalipsis suena a lugar común, como tantas cosas que nos suceden: antes de las elecciones parecía que iba a haber empate; como no se produjo, los que lo habían pronosticado (los sabios del sector del periodismo) se apresuraron a salir (a las teles, ahora todo el mundo es sabio en las teles) para decir que ya lo habían dicho ellos. A partir de esa deducción, y de la glorificación subsiguiente de los ganadores, ya empezó el incendio al que se refería el periodista inglés.

¿Qué dirían de los sacerdotes o de los especialistas en demoscopia que llevan aquí desde 1979? ¿Por qué han de ser los políticos los que sean declarados obsoletos?

No fue tan solo una sensación, cualquiera hubiera leído en la prensa o escuchado en la radio o visto en la televisión el argumentario de la nueva era quemada: en primer lugar, un nuevo diputado europeo, ungido por el carisma de su elección, explicó desde la altura de su éxito que ya era hora de que se acabaran los políticos que llevan ahí, dijo, "desde 1979".

Él lleva en la vida, y ojalá cumpla muchos más, desde mucho antes, ejerciendo muy bien sus tareas, en el ámbito jurídico, por cierto, pues es el reputado fiscal Carlos Jiménez Villarejo, elegido eurodiputado en la lista de Podemos. Me fijé en lo que dijo sobre los políticos que habían alcanzado la edad de la obsolescencia porque él no es dado a esos lugares comunes, y me temo que eso viene de la euforia del momento. Pero ¿qué diría él de los periodistas que estamos aquí, sabios o no, desde 1979? ¿O de los sacerdotes? ¿O de los especialistas en demoscopia? ¿Por qué han de ser los políticos los que sean declarados obsoletos?

A eso llamaba "política de tierra quemada" nuestro amigo el periodista inglés, a que de pronto un hecho ya demuestra todo lo que habíamos pensado sobre este o aquel. De pronto, por ejemplo, Rubalcaba (sobre todo para algunas televisiones que ahora tendrán que inventarse un Rubalcaba) es un cadáver en la basura, como si su contribución a la vida nacional (en Interior, para acabar con ETA; en el PSOE, para que no se acabara, y en las bambalinas institucionales; chirrían tanto las bambalinas) tuviera precisamente ahora fecha de caducidad. Como si hubiera que quemar a Rubalcaba desde el palo mayor de la crisis.

En una tertulia observé que un tertuliano sagaz decía esto: "Lo que tienen que hacer los políticos es decir lo que la gente quiere oír". No era una metáfora, él quería decir eso: él quería decir que ya que estamos quemando la tierra con pólvora demagógica, y ya que los políticos no sirven para nada, salgamos con el megáfono a decir lo que sea bueno para el convento del voto. Hombre, pues va a haber que empezar a decir que no, como el querido Raimon. No, Diguem no, pero sepamos decir no a la política de tierra quemada.

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