La dependencia energética en la UE

Pocos sistemas sociales pueden presumir de tener cargos públicos electos, elecciones libres, libertad de expresión, fuentes alternativas de información e inclusión de todos los adultos, hombres y mujeres, en los derechos de ciudadanía, como tenemos en la UE. Así considerada, la democracia occidental es irrenunciable para quienes la disfrutamos y, aunque los otros dos principios del liberalismo europeo —la libertad y la solidaridad— son manifiestamente mejorables, parece poco probable alcanzar una comunidad política diferente a corto plazo.

El bálsamo mágico que ha permitido que las cosas hayan sido así hasta ahora es el “consumo”. En la Europa de posguerra ha habido para casi todos, en una oferta extensa e intensa, con un único requisito previo: tener poder adquisitivo. La cuestión es si las redes económicas y de relaciones que se están creando permiten siquiera mantener los conceptos de democracia y ciudadanía en los mínimos del Estado liberal vigente en Europa o, por el contrario, están amenazados por la creciente desigualdad en el acceso a los recursos y la imposibilidad manifiesta de eliminar la pobreza del entorno más inmediato como son el norte de África y el este europeo.

La dependencia energética europea nos enfrenta de forma lacerante a estas insuficiencias del sistema económico en el que estamos tan cómodamente instalados. La UE fue comparsa en la primavera árabe y lo está siendo también en Ucrania por el miedo de los Estados miembros a perder el acceso a la energía relativamente barata que de allí extraemos y nadie se atreve a liderar la única propuesta racional posible: reducir el consumo.— Luis Fernando Crespo Zorita. Alcalá de Henares, Madrid.