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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No salió Alemania

Valenciano logró marcar la agenda. Cañete leía lo que traía escrito, incluso los chistes

Joaquín Estefanía

Con todas sus limitaciones (el reparto de los tiempos, la lectura nacional de los problemas, la ausencia de algunos temas centrales,...) los dos debates sobre Europa en TVE —casi tres horas— resultaron interesantes para quienes son conscientes de lo que se juega en el Europarlamento. Lo más sorprendente de ellos fue la clamorosa ausencia de Alemania en las intervenciones: la falta de un análisis público sobre lo que está significando la política económica interna germana, y la impuesta por Alemania al resto de los socios.

Es imposible explicar a los ciudadanos esa grieta en la que tanto abundaron los cinco candidatos a la presidencia de la Comisión Europea, y los cabezas de lista del PP y del PSOE (Cañete apenas dijo nada de esto) entre el Norte y el Sur, entre acreedores y deudores, sin hacer mención a la política económica alemana que la ha propiciado y ensanchado, estimulando las medidas de “perjuicio al vecino” para aprovecharse de ellas. Por eso ha sido reelegida Merkel dos veces mientras los demás líderes pierden continuamente las elecciones: porque ella hace lo que quiere (en los debates se mencionó solo de pasada su gran poder), cuando los demás no pueden aplicar los programas por los que fueron elegidos por sus conciudadanos.

En el debate de los candidatos, el conservador Juncker fue el defensor del statu quo: primero sanear y consolidar fiscalmente para luego crecer. En el de los españoles, la socialista Elena Valenciano comenzó comparando la política de EE UU (crecimiento y ocho millones de empleos creados) con la de Merkel (estancamiento y siete millones más de parados en Europa). Cañete cayó demolido dialécticamente una y otra vez por Elena Valenciano, no sólo porque el exministro estuviese muy mal (leyendo lo que traía de casa, incluso las aparentes ocurrencias, y no atendiendo a lo que se discutía), sino porque Valenciano marcó la agenda una y otra vez.

La principal limitación de los socialistas en los dos debates es de credibilidad: intentan despegarse desesperadamente de esa pátina de complicidad que muchas veces han tenido con la política de los conservadores (o que incluso han liderado, como la reforma del artículo 135 de la Constitución española, para dar prevalencia absoluta al pago de la deuda pública sobre cualquier otra obligación). Por ello, Martín Schulz brilló menos que el griego Tsipras —a quien tantos en la izquierda aspiran a parecerse en España— o que la verde Keller, que lograron colocar asuntos muy importantes para Europa: Grecia, como país cobaya para el resto del Sur, y el cambio climático como el problema más importante que tiene la humanidad.

Muy interesante la última intervención de los candidatos a la presidencia de la Comisión, en la que expusieron sus prioridades: la verde, el empleo; el liberal (Guy Verhofstadt), el liderazgo; el conservador, contener las divisiones en el seno de la propia Europa; el izquierdista, echar a la troika de las instituciones; y el socialdemócrata, los jóvenes.

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