No cabe un tonto más
Ganan los que más chillan. Y España se ha convertido en un país de gente impulsiva y gritona
Cuando los vociferantes gritan, las personas sensatas se callan. Sucede en el universo de la vida privada. Los que más gritan son los que más hablan. Y por algún misterioso apaño de la madre naturaleza que los científicos aún no han considerado estudiar, las personas que avasallan, que se apoderan del tiempo en que los demás deberíamos intervenir, que nos vencen en el debate porque nos marean, porque nos rendimos ante su agresividad, esas personas están dotadas de un tono de voz imperioso, a menudo, desagradable, chillón, indestructible. La fisiología acompaña a su carácter mandón y no hay manera de que se callen. Ese tipo de personas de las que llevo huyendo toda la vida, porque mi voz es pequeña y mi garganta frágil, son las que se han apoderado del espacio público. Gritan en televisión, en las redes, en la radio, las oigo vociferar en las páginas de los periódicos. Hay veces que hasta salta a los ojos la saliva que proyectan sus palabras cuando lees alguna de sus columnas. Ganan los que más chillan. Y España se ha convertido en un país de gente impulsiva y gritona.
Esta semana ha contenido uno de esos momentos tan nuestros en que la irracionalidad alcanza las más altas cimas de la miseria, como reza nuestro Marx. Todos los bocas (o bocazas) han querido dejar su impronta. ¿Es que pensábamos que por una vez los idiotas serían prudentes y esperarían a que la policía trazara una versión sobre los autores y el móvil del asesinato de la presidenta de la Diputación de León? Personalmente, una vez que se tuvieron las primeras noticias del crimen, hice como los niños, me tapé los oídos con las manos y decidí esperar a que pasaran dos o tres días. Supe, porque no hay forma de que los gritos no se cuelen entre los dedos, que una contertulia de la furiosa y alterada derecha había lanzado ya a los cuatro vientos cibernéticos su espléndida teoría: la culpa de que a una política del PP le peguen cuatro tiros en la calle es de los escrachistas. Y a pesar de que la evidencia de los hechos se empeñó en rebatirle su fantasioso diagnóstico ella se columpió de tertulia en tertulia en esa bonita melodía cañí que tiene por nombre, "sostenella y no enmendalla".
Pero no fue la única en seguir sus impulsos. También dos concejalas socialistas escribieron en Twitter dos bonitos epitafios para la asesinada: "Quien siembra vientos, recoge tempestades", fue uno, y "los sinvergüenzas que se enriquecen con dinero público terminan pagando", el otro. No sé cuál de ellos terminaba con risita, "je, je", una interjección que me produce urticaria. Pero esto ya son manías mías. Siendo, según el criterio de estas dos representantes de la voluntad popular, la muerte a disparo limpio el destino justo de los políticos que trafican con influencias, prevarican o abusan del poder, cabe pensar que nuestras buenas mujeres apostaban por un mundo en el que el pueblo compra armas ilegalmente para descerrajar tiros en la cabeza a quien ha hecho mal uso de su cargo. Habiendo tanto político imputado no cabe duda de que el ambiente acabaría asemejándose al de las películas de Sergio Leone. Las localizaciones, de momento, ya las tenemos.
¿Qué nos ha pasado?, ¿por qué estamos tan agresivos?, ¿por qué esa falta de piedad en las redes sociales?
Pero como somos el país en el que damos a la tuerca varias vueltas hasta que se nos pasa de rosca, esta semana concluyó con la reflexión: ¿qué nos ha pasado? ¿por qué estamos tan agresivos? ¿por qué esa falta de piedad en las redes sociales? Gran parte de la prensa reflexionaba, compungida, sobre la agresividad del populacho, pedían leyes que contuvieran los insultos, las amenazas, los deseos de venganza y que castigaran a los incitadores de la violencia. Se ponían, de pronto, en el papel de espectadores sensatos, de los que jamás levantan la voz, de los que escuchan el criterio de los expertos antes de dar crédito a teorías incendiarias, como si ellos no tuvieran nada que ver con el ambiente que se respira, ni lo fueran caldeando hasta volverlo irrespirable.
El asesinato de Isabel Carrasco, dará con el tiempo para una de aquellas películas de Pedro Olea sobre crímenes a la española. O para que le hincaran el diente los guionistas que adaptaron Crematorio. Abuso de poder y venganza. Y no se sabe cuántos componentes más, tal vez sentimentales, que se irán destapando según pasen los días. Nadie que abomine de la pena de muerte puede defender la justicia callejera, el ojo por ojo, por tanto me negué a compartir cualquiera de las razones “políticas” por las que alguna buena gente encontraba justificación al tiro en la cabeza. Pero eso no significa que los partidos no hayan de reflexionar sobre la manera en que ejercen el poder.
Condenamos el asesinato. Y condenamos también a quien hace de una provincia o autonomía su feudo
Muchos, los que no sacamos conclusiones aceleradas, los que no nos apresuramos a dejar nuestra cagadita en Twitter cuando un cuerpo aún está caliente, los que no podemos ni sabemos gritar, estamos deseando que haya políticos valientes que sepan distanciarse con claridad de las malas prácticas de los suyos y critiquen esos comportamientos caciquiles que siguen componiendo la marca España. Condenamos el asesinato. Y condenamos también a quien hace de una provincia o autonomía su feudo. Las dos cosas debieran ser compatibles. Pero cómo hacer que esta idea cale si el aire está acaparado por la voz de los idiotas.
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