El trekking de Indiana Jones
Acabo de salir de lo más profundo de la selva del Petén, en el norte de Guatemala, después de completar una de las rutas senderistas más fascinantes de las que se pueden hacer en este país: la de El Mirador, la ciudad perdida de los mayas.
Me perdonaréis la licencia cinematográfica del título, pero es que el trekking a El Mirador implica caminar casi 100 kilómetros por una selva tropical llena de zancudos (mosquitos) y barro, amén de todo tipo de serpientes, escorpiones, garrapatas, monos, jaguares y otra fauna autóctona; durmiendo cuatro noches en tiendas de campaña y soportando temperaturas de más 35 grados con el 80% de humedad. El premio es llegar a las ruinas de una fabulosa ciudad maya que cambió la historia conocida de esta cultura, en la que los arqueólogos están aún trabajando para quitarle la funda de selva que dos mil años de olvido le colocó encima.
Hagamos un poco de historia para entender el porqué de lo especial de este trekking. Hasta hace unos años se pensaba que el periodo clásico y post-clásico de la civilización maya, que empieza en el año 250 de nuestra era, fue el momento de mayor esplendor comercial y arquitectónico de esta cultura mesoamericana, el que había producido ciudades-estado tan fastuosas como Tikal, Copan, Palenque o Chichén Itzá. Y que antes, -es decir, en el periodo pre-clásico- los mayas solo disponían de tecnología para construir pequeñas ciudades con materiales perecederos.
Pero desde mediados del siglo pasado los vuelos de reconocimiento para elaborar mapas de esta remota zona fronteriza entre Guatemala y México detectaron enormes y extrañas montañas cubiertas por la selva que tenían poca apariencia de naturales. Esas evidencias y el trabajo de los arqueólogos tirando del hilo de viejas calzadas mayas usadas para el comercio que salían de otras ciudades ya conocidas como Calakmul (en México) o El Tintal (en Guatemala) llevaron al sensacional hallazgo de una enorme ciudad desconocida hasta entonces con 35 grandes complejos de piedra entre centros de observación astronómica, templos, pirámides y palacios que llevaba casi 18 siglos olvidada en el corazón de la selva del Petén.
El lugar es tan remoto e inaccesible que solo pudo empezar a excavarse en serio en la década de los 80. Las primeras catas arqueológicas revelaron además otra noticia sensacional: la ciudad había sido construida entre los años 600 y 250 antes de Cristo. Era por tanto del periodo preclásico y ponía patas arriba todo lo que hasta ese momento se daba por cierto de la civilización maya.
Una sola de sus pirámides, La Danta, era seis veces mayor en volumen que la más grande de las pirámides de Tikal. La Danta tiene 300 metros de ancho por 600 de largo y una altura de 72 metros. Es -aún hoy día- la mayor estructura jamás creada por el hombre en Mesoamérica.
Siguiendo la costumbre de otros sitios arqueológicos se le puso el nombre que los pobladores locales (chicleros -recolectores de goma de mascar- en su mayoría) le daban al lugar: El Mirador, por las vistas interminables de la selva que se divisaban desde la cima de aquellas extrañas montañas piramidales.
Lo que hace tentador a El Mirador para el viajero moderno es que no hay ninguna carretera que llegue a las ruinas. O vas en helicóptero (pagando un potosí) o caminas cuatro días (unos 45 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta) desde Carmelita, la última aldea accesible en vehículo, durmiendo en tiendas de campaña en los campamentos de los arqueólogos o de los guardas del parque. En temporada seca no hay agua en todo el recorrido, pero las temperaturas pueden llegar a los 35-40 grados y la humedad te cala los huesos. En temporada de lluvias es al revés (y peor): hay tanta agua que el camino se convierte en un lodazal en el que te clavas hasta las rodillas.
¡El territorio perfecto para quien busque una gran aventura!
De todas formas, que nadie se asuste. El Mirador se puede hacer apenas tengas una mínima condición física. De hecho yo vengo de hacerlo con unos amigos guatemaltecos que no habían andado esas distancias en su vida y han sobrevivido a la experiencia (eso sí, las agujetas les van a durar una semana).
El camino está abierto y franco de maleza. Los primeros 12 kilómetros discurren por una antigua pista maderera, que luego se convierte en una senda amplia abierta a machetazos. El terreno es completamente llano, a través de un bosque sub-tropical sin fin, un decorado repetitivo y hasta monótono de árboles que nunca se acaba. La primera noche se pasa junto al campamento de los arqueólogos de El Tintal, otra ciudad maya aún en excavación. Si las ampollas no te amargan demasiado se suele subir a la pirámide Enek-én (la más alta del complejo El Tintal) para ver atardecer desde allí y tomar conciencia por primera vez en el viaje de la inmensidad inabarcable de esta selva que te rodea, un llanura infinita cubierta de árboles que se extiende sin obstáculos hacia los cuatro puntos cardinales. Allá al norte, muy al fondo, se ve la punta de la pirámide La Danta; y en medio el tramo de selva que habrá que cubrir a pie en la segunda jornada.
Ese segundo día el paisaje no varía: árboles, árboles, millones de árboles sobre el fondo plano de la selva. La banda sonora está llena de ruidos típicos: monos araña que tiran maderos secos a los intrusos para que salgamos de sus territorios, monos aulladores que parecen leones rugiendo, graznidos de tucanes de bello pico, el toc-toc de los pájaros carpinteros, el gorgoteo de las oropéndolas… Y en algún rincón oscuro, invisible a los caminantes, habrá seguro algún jaguar agazapado, viendo sin ser visto.
El premio del esfuerzo, como ya he dicho, es poder visitar la ciudad maya de El Mirador en plena excavación. Se han liberado unas pocas estructuras: una de las pirámides del patrón triádico del complejo del Tigre, un palacio de la Acrópolis, parte del templo de la Garra del Jaguar… El hallazgo más famoso de momento es el friso de los Navegantes, un panel que decoraba una calzada y un foso de agua que muestra soberbios relieves de la mitología maya en un estado de conservación que asombra.
Y por la tarde, la guinda del pastel: subir hasta lo alto de La Danta, la mayor pirámide jamás construida por los mayas (solo está limpia la pirámide final, el resto del conjunto a ojos del lego no es más que una montaña llena de selva) y desde ese balcón a 72 metros de altura extasiarse mientras el sol se extingue sobre la selva del Petén y los cientos de tonalidades verdes de esta selva sub-tropical van mudando hasta fundirse todos en uno solo: el negro.
DATOS PRÁCTICOS
Mejor época. La temporada ideal para hacer este trekking es finales de marzo, abril y la primera quincena de mayo: es la época seca, apenas hay moquitos y el camino no tiene barro. La peor, con diferencia, va desde septiembre a diciembre, que es la época de lluvias; entonces el camino se transforma en un lodazal impracticable, cada paso exige un esfuerzo supremo, las zonas bajas quedan inundadas y los arroyos antes secos llevan un metro de agua. Hay además tantos mosquitos que si hablas, te tragas alguno. Necesitas toneladas de repelente anti-insectos y las botas se convierten en una masa de barro desde que sales hasta que regresas. Hay quien lo hace en esas fechas, pero es un verdadero suplicio. El resto de meses encontraréis un poco de todo: puede llover dos o tres veces a la semana y salir el sol el resto de días.
Cómo llegar. El trekking empieza en la aldea de chicleros-madereros de Carmelita, 85 kilómetros al norte de Flores. A Flores se llega desde Ciudad de Guatemala en avión o en autobús (ocho horas). Una vez allí, hay un bus público que sale a las 13:00 desde la terminal de Santa Elena de Flores hasta Carmelita (tarda 4 horas y cuesta 30 quetzales/ 3 euros). Si se va en grupo es más confortable contratar algún taxi o pick-up. Un viaje para 4 personas hasta Carmelita puede costar unos 100 dólares. Hay muchas agencias de turismo en Flores que ofrecen este servicio. Una de ellas es Tropical Tours.
Cómo hacer el trekking. Hasta el momento el acceso a las ruinas es libre y no hay que pagar ninguna tasa de entrada. Pero mi consejo es que intentar hacerlo por tu cuenta es una temeridad (el camino no está señalizado y es fácil perderse en la selva) además de un esfuerzo físico innecesario porque hay que cargar equipo y comida para cinco días, incluida toda el agua que necesites (no hay ninguna fuente en todo el recorrido; la única forma de obtener agua es comprarle a los guardas del parque el agua de lluvia, que ellos usan para beber y cocinar). Lo normal es contratar un guía y una o varias mulas que nos lleven el grueso del equipaje, incluida toda el agua que vayamos a necesitar. En Flores encontraréis muchas agencias que ofrecen este servicio, pero la mayoría no son más que intermediarios. Mi consejo es que contratéis directamente en Carmelita con la cooperativa de guías locales; son gente nacida y criada en esta selva, que se conocen como la palma de su mano el recorrido y saben cómo sobrevivir en la selva. Puedes contratar solo el guía y el mulero y llevar tu propia comida o incluso contratar también cocineras que se encarguen de la manutención (muy útil y barato si vais en grupo). La web de la cooperativa, a través de la cual se puede pedir presupuesto y cerrar la contratación, es ésta: Cooperativa Carmelita.
Qué llevar. El clima varía de caluroso a muy caluroso. Así que ropa ligera y cómoda para caminar, que seque rápido. Botas de trekking veraniego, resistentes pero ligeras (hay quien lo hace en zapatillas de deporte). Si es época de lluvia da igual que lleven Gore-tex o no: se te van a empapar igual. Se duerme en tiendas de campaña (si has contratado guías la ponen ellos; si vas por tu cuenta la tienes que llevar tú). Esterilla aislante y saco-sábana o saco veraniego muy ligero. Si llevas mulas conviene prever un macuto flexible para echar las cosas que no necesites hasta la noche (las mulas llevan su propio ritmo y no las ves hasta llegar al campamento) y una mochilita pequeña para las cosas que necesites durante la marcha: agua, gafas de sol, máquina de fotos, repelente. Se va casi siempre en sombra, dentro del bosque, así que el protector solar no es imprescindible.
Tiempo y kilometraje. La distancia entre Carmelita y El Mirador varía entre 43 y 47 kilómetros según si te desvías a ver los sitios arqueológicos de La Muerta y La Florida, o no. Es decir, unos 90 kilómetros ida y vuelta. En muchas otras publicaciones digitales leeréis que son 120 kilómetros. No hagáis caso: es lo que pone en la guía Lonely Planet y simplemente han hecho un copy-paste. Eso quiere decir que se necesitan cinco días: dos para ir, uno para ver las ruinas tranquilamente y otros dos para regresar. Se duerme dos noches en el campamento de El Tintal y las otras dos en el que hay al pie de las ruinas. En ambos las facilidades son mínimas: una cutre-letrina y una especie de ducha tapada con plástico negro para enjabonarse a cubos si compras el agua a los guardas, que tienen que traerla a hombro en bidones desde una aguada (charca) cercana. En época seca es posible que no tengan o no quieran vendérosla así que no confiéis mucho en la ducha diaria.
Visita a las ruinas. La campaña arqueológica abarca desde mediados de junio a mediados de agosto. Los arqueólogos suelen ser gente amable que no dudarán en responder a vuestras preguntas, pero no os dejarán hacer fotos de lo que están excavando en ese momento. El resto del año no hay nadie en las ruinas, razón de más para llevar un guía que sepa de qué va el tema y os explique lo que estáis viendo porque si no, no os vais a enterar de nada. De El Mirador no se ha excavado ni un 5% y hay que hacer un esfuerzo para imaginar cómo sería esa ciudad si ningún experto os lo cuenta. Otro consejo que os puedo dar: es mejor ir a ver antes otras ruinas ya abiertas al turismo, como Tikal (que además está al lado de Flores) para poder apreciar y entender mejor todo lo valioso de El Mirador que está aún tapado por la selva.
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