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Encanto

Secretos al oído entre Jean-Paul Belmondo y Claudia Cardinale, en una imagen de 1962. El actor francés es de esos caballeros que alguna vez llama 'encanto' a sus bellas acompañantes. A la italiana parecía gustarle
Secretos al oído entre Jean-Paul Belmondo y Claudia Cardinale, en una imagen de 1962. El actor francés es de esos caballeros que alguna vez llama 'encanto' a sus bellas acompañantes. A la italiana parecía gustarleDalmas-Sipa

Es preferible advertirle que si usted pertenece a esa clase de hombres que le dicen a una mujer “encanto”, tan solo por el poder mismo de la palabra, puede pasar a ser sospechoso. ¿De qué?, se preguntará; ¿qué habré hecho ahora? Encanto es de esas palabras que pueden llegar a producir cosquillas en el pelo, o un ataque de risa. De entrada, atribuye a su destinatario connotaciones de ligereza, armonía y agrado capaces de hacer brotar una gran vanidad. Pero hay que tener cierto atrevimiento para dirigirse a alguien con este vocativo, ya de otra época, con su caja sonora de playboys y tipos duros; pocos jovenzuelos habrá que se llamen encanto. De churri a tesorote, pitufa, rey, princesa o bizcochito, a mima o mi negra –como gustan los caribeños–, las diatribas sobre cómo se nombran hombres y mujeres en la intimidad, tanto en fase de cortejo como de convivencia, acaban mostrando lo impúdico que resulta el cariño. En caris, gordis y pichurris, la i destaca como vocal triunfadora, una rendición al amor a través de la infantilización del ser querido. El amor se pega a los diminutivos. Al sufijo afectivo que empequeñece a su portador. A la cama deshecha y los calcetines barriendo el suelo. A una vulgaridad consentida.

Puede que usted sea creativo e individualice el sentimiento hacia la mujer querida: aceitunita, pueden llegar a decirle si nació en Jaén; o luada –que significa luz de luna en portugués– si es de Lisboa. No sé que sentirían mis amigas si alguien las llamara luada. Puede que prefirieran el clásico guapa, que funciona incluso entre compañeros de trabajo, y también forma parte de las palabras melindrosas, capaces de abrir alguna puerta, empezando por la sonrisa. O todo lo contrario, usted es rotundo, y la llama amor, porque no hay palabra más elevada. Esa sí que es una declaración de intenciones: llamar al todo por la parte. Se identifica a la persona por el nombre del sentimiento que le profesa: amor. Aunque hoy en día, a partir de la friendlización del lenguaje, también se use entre amigos o compañeros de trabajo enrollados. “Amor, esto no era así”. O amore. O vida. También hay gente más correcta y funcional, parejas que se llaman por el apellido, Sánchez y Claver, con la intención de juntar camaradería y juego de rol.

En tiempo de avatares y nicknames, los nombres de las parejas languidecen entre el lugar común y la domesticidad. No importa tanto la palabra como la complicidad que implican, porque aquellos que poseen un alfabeto particular tienden a tejer vínculos más fuertes, según aseguran algunos expertos en terapia de pareja. Aun con todo, si usted es de las raras especies que siguen llamando encanto al objeto de su deseo, reciba nuestra más cordial enhorabuena. Le ha ganado la partida a los emoticonos naíf cuyo abuso no deja de sonrojarnos. Por tanto, usted –siempre que no pronuncie encanto en estado de ebriedad– dejará de ser sospechoso, camino de convertirse, como los libros, los periódicos, o el unisex, en una reliquia.

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