La radio de los desamparados
Una cantante exiliada guineana, una mujer maltratada venezolana y un desahuciado español forman parte de la plantilla de un programa elaborado por sin techo
Antonio Machín rodeó aquella noche con sus brazos el diminuto cuerpo de Manuela Lawson tras su actuación. Tres décadas después, ella imita aquel gesto a la vez que suelta una sonora carcajada. El brillo de sus ojos y la emoción en el relato la transportan a ese mismo instante, como si Machín se acabara de despegar de ella. En aquel espectáculo, esta exiliada guineana conocedora como pocos de las salas de variedades españolas de finales de los setenta había sido su telonera. Hoy, alejada de esos tiempos dorados y obligada por las circunstancias a vivir en la calle revive esos segundos frente a un micrófono, en un estudio de grabación de una radio comunitaria en Zaragoza. Entre estas cuatro paredes vuelve a sentirse artista. Cierra los ojos, se aclara la voz y canta un tema, con una voz ajada por años de vida a la intemperie. Ahora espera que Hacienda reconozca sus años de cotización encima de los escenarios para obtener una pensión que le permita alquilar una habitación y dejar los cajeros. Ella es una de las integrantes de la plantilla de Con la casa en la mochila, una emisión semanal realizada por seis sintecho reclutados en el albergue municipal.
La motivación que este programa representa para personas que han perdido casi todo se percibe en su emoción cuando entran en el estudio. Este grupo variopinto ha decidido “comerse la vida”, como reza la canción que hace de cabecera del programa, que comenzó a emitirse el pasado junio. Empezaron en el proyecto muchos más, pero se han quedado los que se lo toman en serio. Y van ya 37 emisiones.
Sentados en torno a una mesa circular, cada uno con un micro y sus cascos, Manuela, los dos Jesús (el mexicano y el español), Mauro, italiano, y Vicky, venezolana, recuerdan cada domingo que son personas con una historia a sus espaldas antes de haber acabado en cajeros o en bancos de madera. “Es una experiencia para demostrar el aguante del ser humano”, asegura Jesús, zaragozano de 53 años, mientras fuma un cigarrillo. Una de sus frases más habituales da la bienvenida a los radioyentes al inicio del programa: “Dormir en la calle significa no tener vecinos, ni portera, ni ascensor”.
El frío seco de la madrugada invernal estuvo a punto de matarle. La noche en la que él recaló en el albergue unos vándalos le habían robado su mochila, su abrigo y sus zapatos. Y se encontró solo en el banco que se había convertido en su cama, descalzo y en tirantes. El termómetro estaba por debajo de los cero grados. Una pensión ridícula y un desahucio le arrojaron a la calle a sus 50 años. “Se nos ha colado un español en la radio”, bromea su tocayo mexicano.
Al principio fue de los más reticentes a participar en el programa. Pero Max Estrella le convenció. Las primeras emisiones consistieron en una lectura dramatizada de Luces de Bohemia, de Valle-Inclán, y Jesús era el protagonista. Su voz desgarrada acompañó el recorrido nocturno de Max Estrella, un personaje símbolo un país carcomido por las injusticias. Cada semana, Jesús pasa horas en la biblioteca documentándose sobre la historia de las calles de Zaragoza, esas que conoce tan bien tras centenares de noches al raso, para preparar los cinco minutos del programa en los que él es el protagonista.
La siguiente sección del programa es la de la pizpireta Manuela que habla de música y de historia afroamericana. Además de recorrer todas las salas de espectáculos en su juventud, la guineana cuenta con estudios superiores de música e incluso fue profesora en una universidad californiana. Cuando volvió a España, hará cinco años, sus contactos en el mundo de la música ya no valían en un país que ella no reconoció al aterrizar, así que buscó un trabajo como camarera y tras quedarse sin trabajo y sin recursos se vio en la calle. A través de las ondas, ella recuerda su paso por Televisión Española, donde trabajó en Un, dos, tres, cuando todavía se hacía llamar Nancy, y también la noche que compartió actuación con Camilo Sesto.
Todos los recuerdos de su existencia caben en una mochila en la que guarda con celo una foto en blanco y negro donde luce resplandeciente subida a un escenario con pelo a lo afro y un ceñido vestido blanco.
Un tímido hilo de voz se cuela en la emisión tras el huracán Manuela. Es Vicky, la otra voz femenina del programa. Ella se marchó de su Venezuela natal huyendo de la pobreza y la represión y acabó por casarse con un hombre que la maltrataba, en Canarias. Forzada a montar de nuevo en un avión para escapar del acoso de su expareja y de un amigo de él, partió con destino Barcelona y finalmente Zaragoza, donde vive en una casa de acogida. Esta licenciada en Matemáticas y Física, con estudios de locución radiofónica, se dedica ahora a asesorar a otras mujeres sobre lo que pueden hacer si les pasa lo mismo que a ella, porque recuerda lo perdida que se sintió cuando su pareja comenzó a ponerle la mano encima.
La aventura no se queda en el sótano en el que se encuentra la radio comunitaria, muchas veces recorren la ciudad armados con sus grabadoras para entrevistar a los ciudadanos sobre los temas de los que se habla durante el programa. El espacio de música indie, de Mauro Ala, de 44 años, se graba a menudo desde la calle. El italiano se aficionó este tipo de música en el bar del que fue propietario en Tarragona, a finales de los noventa, cuando se trasladó a España enamorado de una lugareña. Después recorrió la costa tocando la guitarra con su banda, “cuando tenía barba y mucho más pelo en la cabeza”, bromea. Una vida bohemia que acabó en la calle cuando se separó.
Jesús, el mexicano, cierra el programa. Él es un entrevistador nato. E incisivo. Hace unos días no se cortó al recriminarle al concejal de Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Zaragoza que la campaña de frio de ayuda para indigentes finalizara el 14 de marzo, cuando los que duermen en los cajeros sienten frío al menos hasta mayo. “Los que estamos en el albergue hemos tenido un tropezón en la vida, espero que ustedes nunca lo tengan”, le espetó. Jesús llegó a España en 2006, cuando el país “deslumbraba a los latinoamericanos”, cuenta. Pero al llegar aquí jamás encontró trabajo, y ahora, a sus 64 no espera hacerlo. “Yo limpio la calle recogiendo las colillas y cuido de los cajeros por la noche, y todo gratis”, ironiza.
What a wonderful world, en la sugerente voz de Manuela pone el punto final. Se despiden hasta la semana que viene. Abandonan el estudio con su casa en la mochila.
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