La doble identidad de los niños migrantes de Tortosa
Varios chicos hacen los deberes y juegan al ordenador en la asociación Atzavara. / L. H.
Una algarabía de risas, gritos y carreras sacude el silencio de un edificio aparentemente abandonado frente a la estación de trenes de la ciudad de Tortosa, en la región tarraconense del Baix Ebre. El jaleo proviene de la segunda planta, donde tiene su cuartel general Atzavara-Arrels, una asociación sin ánimo de lucro surgida en 2000 con la intención de prestar atención a todas las familias que llegaron a esta localidad durante el boom de la inmigración de esos años. Hoy en día,Tortosa alberga a 34.000 habitantes de los quealgo más del 20% son de origen extranjero, según el Instituto de Estadística de Cataluña.
Catorce años después, Alberto intenta poner orden entre la veintena de niños que acaba de llegar del colegio. Dejan las mochilas y se sientan a hacer los deberes, a jugar con otros compañeros o a navegar en internet. AlbertLlatge, de 33 años, es el coordinador del Esplaia't, un aula abierta de lunes a viernes a partir de las cinco de la tarde. En ella, él y algunos voluntarios ofrecen refuerzo escolar y compañía a niños en riesgo de exclusión social de todas las edades y, fundamentalmente, de origen marroquí, aunque también hay españoles, ecuatorianos y algún subsahariano. "La mayoría no tiene en casa un espacio más o menos decente para hacer los deberes, o sus padres no pueden ayudar por diferentes circunstancias", explica. La asociación nació con los ojos puestos en la población migrante pero, a día de hoy, se ayuda a toda familia que no tengan recursos para pagarse un repaso de matemáticas, por ejemplo. "Aquí intentamos llenar este hueco y sobre todo que no estén por la calle o solos en casa", añade el profesor.
Un niño hace los deberes en una de las aulas de Atzavara. / L. H.
La atención a menores estudiantes no es el único servicio que Atzavara ofrece. También se imparten cursos para adultos de castellano, un club de lectura fácil y el llamado Espai Dones, un lugar de encuentro para mujeres de todo el mundo. "Hay gente que nos pregunta por qué hacemos clases de castellano y no de catalán. Es porque en Tortosa no hay ningún sitio a nivel público donde se enseñe español. Y, de catalán, solo hay uno: el Consorcio para la normalización lingüística", explica Albert.
La asociación se nutre de voluntarios y el único ingreso que percibe es gracias a subvenciones de la Generalitat y el Ayuntamiento concedidas a base de presentar proyectos. "Y cada vez son menos y nos piden más", critica Alberto. Pese a estar incluidos en la red 616, una programa a nivel regional que coordina la admnistración pública, esta no destina ninguna partida a este proyecto. Los socios, apenas 20, no pueden pagar la cuota la mayoría de meses. "Hace tres años éramos tres personas con contrato; este año estoy yo solo con el triple de usuarios y hay meses que no cobro. Se nota mucho la crisis", lamenta Alberto.
Con este panorama, los fundadores de Atzavara vieron que su futuro dependía de que alguien quisiera hacerse cargo de las actividades de la asocición. ¿Y quién mejor que los propios niños que hace diez años encontraron aquí un hogar? Hoy en día, la mayoría de voluntarios son jóvenes migrantes que de niños fueron acogidos en este antiguo edificio y que hoy devuelven el favor a los que han venido tras ellos. "Nos dedicamos a promover que se ayuden entre ellos, que sientan suyo el espacio porque ellos tendrán que tirar del carro cuando nosotros no estemos… Que ellos decidan que quieren que sea Atzavara cuando sean mayores", sentencia Albert.
El experimento va dando resultados gracias a la labor de voluntarios como Mohamed Ait. De 34años, se estableció en Tortosa en 2007 después de cursar estudios universitarios en Francia, aunque su familia había emigrado a esta ciudad catalana seis años atrás desde Ouarzazate, en el sureste de Marruecos. "Al principio no distinguía ni siquiera el castellano del catalán, así que para aprenderloscontacté con Atzavara. La encontré porque es una asociación famosa en la ciudad, bien conocida entre inmigrantes", recuerda.
Moha repasa su llegada a España en un aula repleta de niños de entre 10 y 15 años. En una amplia mesa, cuatro de ellos hacen los deberes con absoluta concentración. Una adolescente con el pelo recogido en una gruesa trenza repasa ecuaciones de primer grado en una pizarra blanca con otro de los profesores voluntarios, y Usama, un chaval de 12 años juega con un ordenador. La puerta del aula se abre y se cierra constantemente cada vez que alguno de los más pequeños, que están en otra clase más amplia y son los que más jaleo arman, tiene que ir al servicio, el cual se encuentra en el fondo de la habitación.
Moha no solamente ayuda a los niños con los deberes. Se ocupa de preadolescentes y adolescentes para, según cuenta, evitar las situaciones exclusión como las que encontró durante su estancia en Francia de jóvenes que ya han nacido en este país pero son de padres o abuelos de otros países. "No están integrados y la sociedad no les quiere integrar", afirma."Son niños que tienen las típicas crisis de identidad de la adolescencia. Si a eso sumas que en casa la cultura que siguen es muy distinta a la que ven en sus compañeros de colegio, la crisis de identidad es muy fuerte", añade Albert.
Para evitar esta situación, trabaja lo que él llama la identidad flexible, es decir, equilibrar su sentimiento de pertenencia: "Estos jóvenes viven en dos mundos: el de la familia, que les cuenta cómo es su cultura y su origen, y el de la sociedad, en la que se educan y donde viven el día a día", describe. Para Mohamed, no hay que elegir, ya que se puede ser un buen bereber amazigh, por ejemplo, y un buen ciudadano."Estos jóvenes pueden crear la paz en la sociedad porque pueden dar la razón a unos y confiar en otros; ellos pueden jugar ese rol mediador dentro de la sociedad", asegura.
El ejemplo de Moha cala en niños como Younesse o Samah, que participan asiduamente en las actividades de Atzavara y se rodean de jóvenes voluntarios que ya han dejado la adolescencia atrás, que están más centrados y que conviven con normalidad sin haber dejado su cultura. "Son como un bálsamo para los que están en plena ebullición", indica Albert.
Samah, de 15 años, es musulmana y bereber. Llegó a España con cuatro años y empezó a frecuentar Atzavara hace seis meses porque iba mal en el instituto. "Hay gente que no se siente bien con su origen", reflexiona. "Algunos vienen y dicen que ya son españoles, y no me parece bien. Si eres de Marruecos, estate orgulloso de lo que eres, y si naciste aquí pero tus padres son marroquíes tienes que estar también orgulloso, al final tampoco veo la diferencia porque somos personas iguales", exclama con energía.
Samah, que ayuda a los más pequeños con los deberes, reconoce que le gustaría convertirse en voluntaria de la asociación cuando sea mayor. "Estamos intentando que los grandes ayuden a los pequeños para crear un lazo; que los niños tomen como referencia a los jóvenes y los jóvenes se aprendan a tener una responsabilidad", afirma Mohamed. Como ella, Younesse, de 14 años, también se muestra partidario de poner su granito de arena en Atzavara."Me gustaría tomar el relevo de Moha y ayudar a los otros. A los pequeños ya les ayudo cuando me lo piden; sobre todo con cosas de informática. Si el ordenador esta muy mal les ayudo a arreglarlo", cuenta el chico, que cuando crezca quiere ser, precisamente, informático.
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