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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Argelia exige un cambio

El inmovilismo del régimen que encarna Buteflika asfixia el futuro del crucial país árabe

Que un presidente casi octogenario y gravemente enfermo aspire a un cuarto mandato de cinco años al timón de uno de los países más importantes de África y rico en gas y petróleo explica bien la situación de Argelia, donde Abdelaziz Buteflika concurre como candidato privilegiado a las elecciones presidenciales del 17 de abril. Unos comicios destinados a convertirse en coronación anunciada y a los que anticipan su boicot los partidos más creíbles de una oposición débil y fragmentaria.

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El sistema político argelino está concebido para impedir el ascenso de extraños con veleidades reformistas. La oposición, laica e islamista, y las fuerzas sociales viven en una suerte de libertad vigilada. Pese a la regular cita con las urnas, el poder esta férreamente controlado por una opaca alianza entre el sempiterno Frente de Liberación Nacional, los generales y los servicios de inteligencia. Los argelinos la denominan Le Pouvoir. Buteflika es el epítome de esta camarilla gerontocrática y autoritaria.

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El resultado es un manifiesto desinterés popular por unas elecciones cuyo virtual ganador no habla en público desde hace dos años y cuyos números han sido manipulados sin escrúpulos en el pasado. En las presidenciales de 2009 y 2004, Buteflika obtuvo el 90 y el 85% de los votos respectivamente.

Argelia es un relativo foco de estabilidad en una región en erupción. Su formidable riqueza energética representa una opción para una Europa a tiro de piedra que comienza a plantearse cómo reducir su subordinación a Rusia. Buteflika, un bastión contra el terrorismo islamista, ha apaciguado su país tras la devastadora guerra civil de los años noventa, y soslayado con el dinero del petróleo la vorágine popular que incendió a sus vecinos en la primavera de 2011. Pero la corrupción es imparable y cualquier potencial liberalización política está cegada por un régimen petrificado. Tampoco llegan las vitales reformas económicas que Argelia necesita para dar vivienda o empleo a una población abrumadoramente joven.

La esperada victoria de Buteflika en abril, por más que transmita una sensación de continuidad, no va a reducir la incertidumbre sobre el futuro del crucial país árabe. Ese futuro esta indisolublemente ligado a la apertura de un sistema político secuestrado por el inmovilismo y divorciado de las necesidades y aspiraciones de una ciudadanía marginada.

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