¿Valen las empresas para la cooperación?
Esta entrada ha sido escrita por nuestro colaborador Miquel Carrillo(@miquelcarr).
Foto: UNHCR/T. Irwin.
Los días 27 y 28 de febrero, laCoordinadora de ONG para el Desarrollo de España, con la colaboración delCentro de Investigación y Estudios sobre Comercio y Desarrollo, ha organizado el seminario 'Alianzas para el desarrollo: Retos y propuestas para una participación eficaz multi-actor en la Cooperación Española'.
Este tema levanta pasiones y los términos se confunden a menudo. Es imposible llegar a posiciones comunes, sobre todo porque encierra demasiados conceptos sin un significado claro y aproximaciones diferentes. Las alianzas se refieren a cómo el sector empresarial se encaja en la dinámica del desarrollo. En eso quizás exista uno de los pocos consensos sólidos en la sala, la empresa es un actor del desarrollo. Otra cosa es qué empresa: el 90% de la inversión en los países empobrecidos es nacional, no extranjera. Parece obvio que hay que seguir apoyando la aparición de más empresas locales, que sigan invirtiendo y generando trabajo y riqueza.
Sin embargo, como se encarga de recordar una de las ponentes, las políticas de promoción industrial que han traído los grandes programas de la cooperación no han sido incorporadas por los países receptores de la ayuda, no se han apropiado de ellas. De hecho, parecen haber sido pensadas antes para las empresas de los países donantes. Según Eurodad, dos tercios de los 67.000 millones de dólares anuales de la cooperación que se ejecutan a través de la compra pública de los países receptores (dinero recibido que gastan en servicios o infraestructuras, por ejemplo), acaba siendo contratado a empresas de la OCDE.
Con esos antecedentes, intentar encontrar formas para que las empresas de los países desarrollados encuentren un encaje que suponga realmente una aportación neta y que mejore lo que el resto de actores puede ofrecer, parece bastante difícil. Porque, además, no parece haber reglas claras sobre esa incorporación, por no hablar del desconocimiento y los recelos mutuos entre ONGD y empresas. Los entendidos recomiendan calma y paciencia, y no ir por ir: si se detecta una oportunidad, estudiar al posible aliado en su estrategia, funcionamiento, potencial, etc. Si existe alguna experiencia aparentemente exitosa, como la aportada desde CEPADE con la comercialización de productos de madera certificada en una conocida cadena de grandes superficies de bricolaje, es porque el socio empresarial tiene realmente algo útil que hacer. Sin él no es viable conseguir el objetivo del proyecto: que cualquiera tenga la oportunidad de comprar sillas de cedro real hondureño, en vez de los mismos productos asiáticos sin certificar que el hipermercado en cuestión también ofrece. Parece de cajón, nunca mejor dicho, pero cuando hablamos de alianzas de este tipo, las personas encargadas de tratar estos temas en las ONGD son las mismas que buscan fondos entre las empresas. Y hay que decir que la mayoría de las empresas prefieren liquidar el engorroso tema de la RSC pagando alguna cantidad en uno de esos proyectos que dichas personas les proponen, a ser posible en sus zonas de potencial expansión internacional. Lamentablemente, eso es lo habitual y no lo anterior.
Algunas organizaciones ponemos el acento en cuestionar el sistema económico que representan las grandes superficies, y preferimos que sean las cooperativas y empresas de la economía social quienes aporten esos elementos, vitales para muchas iniciativas. 'Ah, ¡pero eso no son empresas!', decía un representante de la AECID en una de sus delegaciones, según nos relataba el representante de Cerai al explicarnos su experiencia con productores agrícolas en el Rif. Sin duda, la presión que ejerce la necesidad de internacionalización de las (grandes) empresas españolas es brutal, y acaba condicionando la praxis de la política exterior. Tampoco entra en ese esquema la empresa pública, con un potencial brutal en temas como el agua y saneamiento, por ejemplo. No casa con una visión contaminada por las urgencias económicas propias. Y es que en el ambiente de la sala flota la sensación de que alguien ha pensado en la empresa privada para suplir el papel del Estado en la promoción del desarrollo, aprovechando que tiene que buscarse la vida fuera, y a eso hay que llamarle de alguna manera.
El año que viene la cooperación bilateral europea habrá desaparecido en más de una decena de países latinoamericanos: la sustituirá una iniciativa para la inversión directa, un programa destinado a generar condiciones para hacer negocios. En España, el FONPRODE, el gran mecanismo de promoción del desarrollo económico, ya ha sido reformado y oficialmente destinado a promocionar a la empresa española. Podemos seguir desde las ONGD buscando alianzas con el sector privado, seguro que encontramos más oportunidades dignas de estudiar, pero la parte sustantiva de las políticas de desarrollo no se está aliando con quien debiera.
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