Evolución
Cuando el prestigio se torne insostenible, lo aniquilaremos. Antes de que nos aniquile a nosotros. Es cuestión de tiempo
No está bien lo que voy a hacer —decir más o menos lo mismo que alguna vez dije en otra parte—, pero la realidad da motivos, y tengo ganas. El presidente de Francia fue, al parecer, sorprendido en infidelidad. Se le cuestiona pretenderse ejemplar y aparecer enredado en muslo ajeno. El fin de semana anunció su separación de su pareja de los últimos años. Esta época presume de —algún— progresismo. A pesar de eso, una frase antediluviana sigue repitiéndose como si se tratara de una regla: “No solo hay que serlo: hay que parecerlo”. La frase —y su exigencia recalcitrante: tan importante como tener himen es demostrar que se lo tiene— se desliza con naturalidad, como si este mundo fuera, todavía, aquel. Pero hoy nadie puede ser probo todos los días sometido al ojo hipervigilante que supimos conseguir: cámaras que todo lo espían, twitters que todo lo vuelven la crucifixión. Un ojo al que, a la vez, le resulta indiferente la incidencia real que los hechos íntimos revelados pudieran tener sobre la vida pública del sujeto en cuestión. Así es como se mezclan, con más y menos justicia, el golfista Tiger Woods (en 2009, después de la revelación de varias infidelidades, perdió mujer y contratos); la concejal del Ayuntamiento español de Los Yébenes, Olvido Hormigos Carpio (en 2012, la difusión de un vídeo en el que se la veía masturbándose la obligó a renunciar); John Galliano (ya saben); y David Petraeus, a quien, naturalmente, ya nadie recuerda. En un mundo en que el prestigio puede destruirse fácil, y cuya destrucción puede destruirnos, ¿querrá alguien ser prestigioso dentro de algunos años? ¿A cuántas generaciones estamos de que la reputación se transforme en un lastre que, en la carrera por la supervivencia, ya no se pueda cargar? Éramos cazadores recolectores; lo hicimos antes, lo volveremos a hacer: adaptarnos para sobrevivir. Cuando el prestigio se torne insostenible, lo aniquilaremos. Antes de que nos aniquile a nosotros. Es cuestión de tiempo.
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