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Tribuna
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Paradojas del final de ETA

El terrorismo ha sido derrotado, pero desde cierta burbuja se desprecia la realidad

Ramón Jáuregui

 Hace dos años largos que acabó la violencia de ETA, y, primera paradoja: en el País Vasco se disfruta la paz y en el debate político español parece que todo sigue igual. Tertulias, periódicos, víctimas, declaraciones del Gobierno, persisten en una especie de cruzada interminable contra los restos de aquel desastre. La gente en Euskadi ha recuperado la libertad, han desaparecido los escoltas, y el miedo. Nadie está extorsionado ni amenazado. La política, por fin, monopoliza todos los debates y la violencia ha desaparecido total y absolutamente de nuestras calles. Pero la inercia informativa, los intereses creados y el populismo que arrastra este tema, siguen haciendo que la burbuja capitalina político-mediática, desconozca o desprecie la realidad de lo que vivimos y sentimos en el País Vasco.

¿A quién beneficia actuar como si ETA no hubiera sido derrotada?

Segunda paradoja: ETA anunció el abandono definitivo de la violencia de manera unilateral e incondicionada. Fue un cese por rendición, aunque lo envolvieran en su falsa retórica. Pero esta evidencia no se ha instalado en la cultura política del país, y es sistemáticamente cuestionada por importantes protagonistas políticos y mediáticos. Hasta el punto de que quienes no quieren reconocer este hecho —la derrota de ETA— acaban construyendo una argumentación en contrario, es decir, avalan y extienden la idea de que ETA ha ganado a la democracia, convirtiendo así a los derrotados, en triunfadores. La derrota de ETA no equivale a la desaparición física de quienes la defendían, sino a su abandono de la violencia y su incorporación a las reglas de la democracia. Nuestra victoria no consiste en su renuncia a sus ideas, sino en que las defiendan con la voz y la palabra y dejen para siempre las pistolas y las bombas. Por eso, no podemos alarmarnos de que nuestro combate a sus ideas y a sus pretensiones se dilucide ahora en las instituciones democráticas. Cuestionar este hecho con alarmismo mediático o peticiones ilegalizadoras echa por tierra nuestro pluralismo democrático y la superioridad moral de nuestras convicciones.

A esta posición se llega desde muy distintos lugares políticos y con muy diferentes propósitos, pero todos acaban convergiendo en esta peligrosa y falsa conclusión. Algunos porque no quieren reconocer al Gobierno de Zapatero-Rubalcaba ese mérito histórico. Otros, porque no saben ni pueden vivir sin este tema. Otros, porque buscan réditos populistas en la posición ultra del tema. En fin… Sectarismo, oportunismo, populismo, llámenlo como quieran, lo insufrible es que otorguen la victoria a los terroristas cuando es la democracia y el pueblo español quien ha derrotado a ETA.

Nuestra victoria no consiste en su renuncia a sus ideas, sino en que las defiendan con la voz y la palabra

Les haré una confesión. Durante muchos años, mientras sufríamos más de cincuenta asesinatos al año, muchos pensábamos que nunca acabaríamos con este problema. Después del pacto de Ajuria-Enea (1988), ya en los años noventa, creí que la paz sería la consecuencia de algún tipo de acuerdo entre las fuerzas políticas vascas y que exigiría mucha generosidad a un final dialogado como cobertura al cese de la violencia, aunque sin concesiones políticas. Hoy puedo decirles que nunca imaginé un final tan limpio, tan claro, tan rotundo, como lo ha sido. ETA se ha ido sin nada. Nada se ha pagado y nada les debemos. Nada se ha pactado. ETA ha sido derrotada por la sociedad, desarticulada por la policía y la ley, empujada por la política hacia la aceptación de sus reglas, desbordada por la realidad y por su propia gente, hacia el abandono de su fanatismo. Todo lo que ha ocurrido desde aquel octubre de 2011, avala la derrota sin paliativos del terrorismo y la victoria plena de la democracia. Todo, hasta el comunicado de los presos, aunque su foto nos resulte repugnante. ¿A qué viene, entonces, negar la evidencia y darle la vuelta a la realidad? ¿Qué se pretende? ¿A quién beneficia actuar ahora como hace diez años o, como si la violencia no hubiera acabado? Yo recuerdo muy bien su historia. Las razones que esgrimieron para despreciar la autonomía y la democracia en 1978. Su agenda reivindicativa, tan ampulosa, su alternativa KAS, la autodeterminación, Navarra, la expulsión de las Fuerzas de Seguridad... ¿Qué ha quedado de toda aquella retórica? ¿Cómo explicarán por qué y para qué mataron tanto? Es la historia de un fracaso rotundo, de una historia errática y miserable. Eso, en Euskadi lo saben hasta los niños. ¿Por qué entonces otorgarles la victoria? ¿Qué teoría enferma y absurda quiere privarnos de este logro inmenso de la democracia y la paciencia del pueblo español?

Tercera paradoja: Euskadi estaba como una balsa hace unas semanas. El pacto PNV-PSE había orientado la política vasca por derroteros muy distintos a los de Cataluña. El País Vasco vivía otro tiempo. Otras eran sus inquietudes: consolidar la paz y trabajar por mejorar la convivencia de una sociedad todavía atravesada por las heridas terribles de la violencia; construir un relato fidedigno que honre a las víctimas; salir de la crisis, etcétera. Hablando, hace unos días con dirigentes nacionalistas de Cataluña, coincidían en este análisis. “Vosotros no tenéis agravios, me decían, vivís en otras coordenadas, vuestras preocupaciones, son otras”. Pero, de pronto, se han acumulado una serie de acontecimientos que nos han devuelto a la épica del pasado, a las antiguas trincheras, a las viejas dialécticas. Peor aún, a las peligrosas alianzas entre nacionalistas que rivalizan por liderar sus esencias y su anacrónico milenarismo. ¿Quién les empuja hacia ello?

El Gobierno deberá analizar estas paradojas porque su gestión de estos temas —no diré más— no ha mostrado hasta la fecha las virtudes exigibles en tan delicada materia y puede acabar en un fracaso rotundo que lo será de todos y lo pagaremos algunos. Consolidar la paz, asegurar el desarme y la desaparición de ETA, recuperar una convivencia construida sobre la verdad y la justicia, superar los enormes daños humanos producidos tantos años, incluso definir el futuro vasco desde “el deber de memoria” a la luz de la experiencia que nos proporciona la barbarie sufrida, son materias de alto valor político, de enorme sensibilidad social.

La política en estos casos, es una ciencia que reclama inteligencia y valentía y, alejarse de populismos cortoplacistas. Gobernar estos temas a golpe de portada de periódico, o mirando de reojo al sector ultra del electorado, o temiendo perder un puñado de votos a manos del partido rival, no solo no es recomendable. Es peligrosamente grave.

Ramón Jáuregui es diputado socialista por Araba/Álava

 

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