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La rentable rebelión de los asistentes

Cada vez más ayudantes personales de famosos dejan a sus jefes para airear sus intimidades Las últimos afectados son los Saatchi, pero antes vinieron Lady Gaga, Naomi Campbell, Christian Bale y un largo etcétera

Lady Gaga, con su ex asistente personal Jennifer O'Neill.
Lady Gaga, con su ex asistente personal Jennifer O'Neill. CORDON PRESS

En el mundo de las celebridades nada es sólido, ni siquiera la propia fama, que puede ser una esposa fugaz e infiel. Fiestas, viajes, entrevistas, comidas de negocios… La intensidad de sus vidas, mezclada con la adulación constante y el temor a que todo eso se esfume, puede hacerles perder el contacto con la realidad. Pero ahí están sus asistentes personales, dispuestos a salir al rescate a horas intempestivas, a llenarles la nevera, a llevar sus trajes a la tintorería, a recordarles que llamen a sus madres por su cumpleaños…

Las relaciones de dependencia que se crean pueden llegar a ser insalubres y es frecuente que del amor incondicional se pase al odio y los abogados. Y aunque se firmen contratos de confidencialidad, muchas intimidades, a menudo oscuras, acaban saliendo a la luz. Basta pensar en el juicio que el pasado otoño mantuvo en vilo a Londres, en el que Francesca y Elisabetta Grillo, asistentes durante más de una década de la chef Nigella Lawson y el coleccionista Charles Saatchi, se sentaron en el banquillo acusadas del uso fraudulento de las tarjetas de crédito de la pareja, delito del que finalmente han sido exculpadas.

Hace apenas tres años las dos jóvenes aparecían en los agradecimientos de uno de los libros de recetas de Lawson, donde se puede leer: “Le doy gracias de corazón a mis confidentes de cocina, Francesca y Elisabetta”. “Éramos familia”, han dicho ellas en la televisión británica hace unos días. Pero durante el juicio dejaron de serlo y no tuvieron reparo en sugerir que Lawson consumía cocaína y marihuana con asiduidad o que Saatchi era un maniático malhumorado que exigía que su nevera estuviera llena de huevos duros.

Es el riesgo que corren todas las celebridades al confiarle su intimidad a sus asistentes personales. Pero es que algunos famosos se creen, literalmente, que tienen un esclavo. “En mi trabajo y en lo que hago yo soy la reina del universo y Jennifer no quiere ser mi esclava. Ella sabía que yo no pagaba horas extras. Nunca se las pagué la primera vez que trabajó para mi, ¿por qué tendría que pagárselas la segunda vez?”. La multimillonaria Lady Gaga lo decía el año pasado frente a un juez de Nueva York tras la denuncia presentada por su asistente personal, Jennifer O’Neill, por no cobrar horas extras. Su sueldo era de 40.000 euros al año a cambio de estar disponible 24 horas al día. No es mucho dinero si se piensa que entre sus muchos cometidos se incluía el tener que dormir en la misma cama que la diva, a la que no le gusta dormir sola y que no dudaba en despertar a su asistente en medio de la noche para que le cambiara el dvd. Antes de que el resentimiento económico entrara en escena, Jennifer y Gaga habían sido amigas íntimas.

Según la Asociación de Asistentes de Celebridades del Reino Unido, los sueldos que se manejan en el sector oscilan entre los 50.000 euros que cobraría alguien con horario a los 120.000 de quien firma por estar disponible las 24 horas.

Entre las ventajas que a menudo se le atribuye al trabajo estaría el poder disfrutar de la misma vida que las estrellas, con sus viajes, caviar, champán, regalos, hoteles de lujo y fiestas glamurosas. Pero también puede ocurrir que esa vida nuble la realidad del asistente. “Es muy fácil quedar atrapado en los dramas del día a día de la otra persona. Acabas no viviendo tu vida sino sacrificándola por la carrera de otro”.

Elisabetta y Francesca Grillo, las exasistentes del matrimonio Saatchi.
Elisabetta y Francesca Grillo, las exasistentes del matrimonio Saatchi. Bethany Clarke (Getty Images)

Diez años tardó Harrison Cheung en llegar a esa conclusión y entender que dedicarle su vida al actor Christian Bale era una mala inversión, sobre todo teniendo en cuenta que no cobró un céntimo, puesto que comenzó a trabajar para él como fan incondicional y sin remuneración. Cuando finalmente le exigió dinero, Bale le dijo que debía firmar un contrato de confidencialidad. Cheung prefirió rechazarlo y escribir la biografía no autorizada de un actor que esta semana se convertía en candidato al Oscar por la película La gran estafa americana.

Durante años, Cheung fue testigo de cómo el padre de Bale le preguntaba cada mañana a gritos ‘¿Quién es el mejor actor del mundo?’ “Me costó cinco años de terapia recuperarme. El psicólogo me dijo que tenía estrés post traumático” explicaba Cheung durante la promoción del libro Christian Bale: the inside story of the darkest Batman. Cheung seguía así los pasos de Laura Weisberger, autora del best seller El diablo viste de Prada, donde dejaba al descubierto los caprichos de la insaciable editora de Vogue USA Anna Wintour, para la que trabajó como asistente. Tampoco ellas acabaron bien, aunque no llegaron nunca a la violencia, como en el caso de Naomi Campbell, que en 2008 le hizo una brecha a su asistente con una Blackberry en lo que posiblemente sea el telefonazo que más ruido ha hecho de la historia. Su fama no la salvó del escarnio público y de una multa que consistió en barrer suelos cinco días en Nueva York. Ella, muy digna, hasta escribió unos diarios al respecto por los que cobró un pico.

Y es que, aunque sus asistentes se rebelen y provoquen daños colaterales, al final son los ricos y famosos los que mantienen la fama y los millones.

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