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Premio al que haga llorar a un escritor

Las reseñas literarias más feroces de 2013 según la revista 'The Omnivore', que cada año premia a los críticos más destructivos

David Marcial Pérez
El inglés Samuel Johnson era poeta, ensayista, biógrafo, editor, lexicógrafo y, por supuesto, crítico literario. Aquí retratado por Joshua Reynolds
El inglés Samuel Johnson era poeta, ensayista, biógrafo, editor, lexicógrafo y, por supuesto, crítico literario. Aquí retratado por Joshua ReynoldsJoshua Reynolds

Cuando Marcel Reich-Ranicki huyó de Polonia escapando de los nazis, el escritor Herich Böll le ayudó a encontrar trabajo en la redacción de un periódico alemán. A los pocos meses, el que terminaría convirtiéndose en el pope de críticos literarios europeos, devolvió el favor despedazando sin piedad en las páginas del diario la última novela de su amigo. Así son ellos, los críticos. O al menos así los presenta el tópico. Seres ingratos, sanguinarios. Novelistas a media cocción. Siempre agazapados en la oscura esquina de su biblioteca esperando para dar el siguiente zarpazo.

La autobiografía de Morrissey se lleva la peor parte: 'Es un ladrillo sin calor, sabiduría o atractivo'.

La web The Omnivore rinde homenaje a estas maravillosas criaturas con un certamen de premios a las “críticas de libros más furiosas, divertidas y tronchantes de 2013”. Ocho piezas compiten al hachazo literario más sangrante del año. Todas, eso sí, dentro del universo de revistas y libros para angloparlantes, la mayoría sin editar todavía en España. Liderando muchas de las apuestas se encuentra uno de los incontables abucheos con que la prensa británica ha recibido la autobiografía de Morrissey. El ex cantante The Smiths logró publicar su huevo literario en Penguin Classics, la colección más prestigiosa de la editorial. Sólo reservada, hasta la aparición de Moz, para Joyce, Borges o Kipling. Valga como muestra la nominada opnión de A. A. Gil, de The Sunday Times:

Hay autobiografías de estrellas del pop que no deberían escribirse nunca. En algunos casos para proteger al incauto lector y en otros para proteger al propio autor. En el caso de Morrissey, valen las dos. Este libro clama una edición. Porque en cuanto un editor meta tijera en el sitio que le plazca, ya no podrá parar. Es un ladrillo que carece completamente conocimiento narrativo, de calor, sabiduría o atractivo. Es una potencial hoguera de vanidad, autoindulgencia y diarrea mental de lo más insípida. Ponerlo en Penguin Classics no hace de menos a Aristóteles, Homero o Tolstoi. Simplemente ridiculiza a Morrissey en una humillación perpetrada por su propio victimismo.

La lista de nominados ha sido confeccionada por Rosie Boycot, antes editor The Independent; el escritor y crítico, Brian Sewel y el profesor del University College de Londres, John Sutherland. En un ejercicio entre la humildad tibetana y el autotrolleo, el propio profesor seleccionó como precandidata una crítica del New York Review of Books sobre su último libro, Vidas de novelistas. La cosa decía: “La equiparación que parece buscar este libro con el magnífico Vidas de poetas ingleses de Samuel Johnson es tan vergonzosa como la insolencia del autor”. El resto del jurado, sin embargo, entendió que la embestida del crítico no era lo suficientemente execrable.

Sí ha entrado en la lista la escatológica radiografía que Lucy Ellman dedicó en su columna de The Guardian a Worst. Person. Ever, la última novela de Douglas Coupland. La escritora parece no perdonar el sórdido síndrome de Peter Pan del que fuera padrino de la Generación X en los noventa:

Una supone que lo que intenta Coupland es ser crítico con la cultura de masas. Pero la sátira de este libro, si es que la hay, está muy bien escondida. A través de una inmersión absoluta en la banalidad, el autor se decide por asquear al lector con una barra libre de machismo, homofobia, mierda, vómitos, esputos y todo el resto de recursos propios del humor adolescente.

También compite el linchamiento retórico de Rachel Cooke a la autobiografía de la exdiputada conservadora británica Ann Widdecombe. La articulista de The Observer arranca sus golpes recordando la participación de la autora del libro, católica conversa y ferviente defensora pro vida, en uno de esos programas televisivos que invitan a bailar a personajes famosos.

La periodista empezaba preguntándose: “Cuando Ann Widdecombe apareció en Ven bailando, el jurado del programa la describió como un 'hipopótamo bailarín'. ¿Supera en algo su escritura a sus dotes como bailarina?".

"No". Y prosigue:

Lo mejor que se puede decir de su prosa es que tiene rigor. Su gramática es correcta y las anécdotas que cuenta están bien construidas. Tienen un principio, un nudo y un desenlace. Su atención al detalle es ejemplar, siempre que usted sea el tipo de lector interesado en la sucesión apostólica o en la agitada vida de exdirector del servicio prisiones de su majestad la Reina. Por lo demás, sus memorias se parecen mucho a un paso doble: sin ritmo, sin belleza, sin humor, y por encima de todo, sin emoción.

El premio se falla el once de febrero y el ganador se llevará a casa un lote de conservas de calamares en su tinta. El por qué de esta irónica celebración a tanta mala baba es “promocionar la integridad y la sensatez dentro del periodismo literario”, reconoce el editor de Omnivore. “Demuestra además que pese a los dificultades por las que está pasando las revistas y la prensa, los críticos aun tienen energía suficiente para intentar pinchar las burbujas editoriales de cada temporada”

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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