Este yerno es una ruina
Cinco pecados minúsculos (o no tanto) que pueden ajar la relación con los padres de la pareja. Hablan los expertos.
Probablemente no existan yernos más infestos que Diego y Fernando, Infantes de Carrión, esposos de las hijas del Cid Campeador, que, en el Cantar del mio Cid, acribillan al castellano suegro con afiladas balas de avaricia y venganza. Pompeyo, al menos, tuvo la delicadeza de esperar a la muerte de su esposa, Julia, para enfrentarse en guerra al que fuera su suegro, Julio César, en torno al año 50 antes de cristo.
Hay yernos de ficción que no se han trabajado con tanto ahínco la repulsa de sus suegros, pero –cosas del carisma- no por ello se han librado de padecerla. Es el caso, por ejemplo, de Ben Stiller en Los padres de ella (Jay Roach, 2000), quien, entre tropiezos y flaquezas, va sumando desaires del personaje interpretado por Robert de Niro (el híper exigente padre de su chica). O de Konstantin Levin, el héroe soñado por León Tolstói en Ana Karénina (1877), que se presenta ante su suegra como un ser demasiado pusilánime y austero para la notoriedad de su pequeña Kitty.
Entre los yernos modernos, no hay figura más maldita que la de Iñaki Urdangarín, que entró a Zarzuela como un caballero de gesta, de mirada honda y clara y ademán tierno, para acabar defenestrado por el suegro real, Juan Carlos I, a causa de su imputación en el pestilente caso Nóos.
La figura del yerno, conflictiva desde tiempos remotos, no pierde fuelle. Y no hace falta acabar cazado por los jueces para entrar en conflicto con los padres de un/a novio/a. Hay errores más livianos que te condenarán al ostracismo. Estas son las cinco actitudes que debemos evitar para no acabar cantando aquellos versos de Serrat: “Ya sé que no soy un buen yerno, soy casi un beso del infierno, pero un beso, al fin, señora”.
- “¡Quiere a su madre más que a mí!”. Esta es una queja que la psicoanalista Magdalena Salamanca lleva escuchando en consulta durante años. “Son celos destructivos que cargan contra la pareja”, asevera. Ninguna relación puede igualarse a la parterno-filial. “Son amores completamente diferentes”, concluye la psicoanalista.
- Criticar a su familia. A veces ocurre: tu cónyuge te hace un hueco en el sofá y, sollozando, arranca con una retahíla de problemas imposibles con su madre, discusiones con su padre o conflictos con la hermana caprichosa. La función del buen yerno pasa por no malmeter. Jamás. Lo cuenta Pablo Elízaga, psicólogo especialista en mediación familiar de Centro Mapa: “Hay que acompañar a la pareja en su dolor, no dirigirla”.
- Subrayar las diferencias económicas o culturales de vuestras respectivas familias. Sigue ocurriendo: a lo Romeo y Julieta, estas singularidades aún destrozan bonitas relaciones de amor. Lo afirma Magdalena Salamanca, que recuerda: “Uno no elige la familia en la que nace, pero sí la que construye. Y te está eligiendo a ti”.
- Como mis segundos padres. Error. Unos suegros nunca serán equiparables a la encantadora pareja de adultos que le trajo gentilmente al mundo. Y eso implica muchas cosas, desde no tomarte excesivas confianzas a no tratar directamente los problemas con ellos. El consorte debe ser el filtro. “Si piensas que los suegros malcrían a tus hijos o se meten demasiado en tus asuntos, háblalo con tu pareja y que sea ella la que intente solucionarlo”, aconseja Pablo Elízaga.
- Ellos son de derechas, tú de izquierdas. ¿Y qué? Obviar las diferencias políticas es un básico de la armonía yerno/suegros. Según Rosario Linares, de El Prado Psicólogos (especialistas en problemas de pareja), a la altura de la educación, el respeto o la calidez mesurada.
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